Obituario: Gómez Martínez, mi Amigo
El mazazo llegó el domingo, sobre las 21 horas. “Malas noticias, Justo: acaba de morir Miguel Ángel”. La sangre amiga se congeló entre una mezcla de incredulidad, dolor y rabia. El maestro Miguel Ángel Gómez Martínez, uno de los directores españoles más internacionales desde que aún jovencísimo debutara en Berlín con uno de sus títulos más emblemáticos: Fidelio de Beethoven, se ha ido en apenas tres días, cuando se sintió indispuesto en la casa que tanto disfrutaba en la Costa malagueña, y que compartía con su residencia en Suiza (Morges), casi desde siempre. Tenía 74 años y una salud de hierro. Fumaba, bebía, saboreaba buenas comidas y disfrutaba del amor y de sus consecuencias. Con su viuda Alessandra, conoció y se entregó a una nueva manera de sentir, vivir y convivir, más dionisíaca y lúdica, que sentaba de maravilla a su fácil sonrisa, tan franca y natural. Cambió de modo de vestir, se “elegantizó” sin perder esa carácter afable, vivo, cortés y directo, tan andaluz y granaíno, que siempre le distinguió.
Musicalmente, es una de las personas mas talentosas que ha conocido quien escribe. Su memoria prodigiosa era proverbial, algo a lo que él no daba la más mínima importancia, como el señor que tiene unos maravillosos ojos azules, que nació con ellos y ya está. Recuerdo un conocido violinista (italiano) que tenía que tocar el Concierto de Brahms con partitura, mientras que Miguel Ángel lo “acompañaba” de memoria.
“Le puedes decir al maestro que dirija con partitura, que no queda bien que el solista toque con ella y el maestro de memoria”, me pidió Marco Rizzi tras el ensayo general con la Orquestra de València. Se lo dije, y, Miguel Ángel, con esa naturalidad consustancial que tanto le caracterizaba, me contestó: “Nada que me pongan el atril y la partitura, ¡qué más da!”. Dirigió por una vez ante una partitura, sí, pero que no abrió en todo el concierto.
Él mismo reflexionó con Beckmesser.com acerca de su memoria: “Bueno es verdad lo del ‘memorión’, es una suerte que tengo. He nacido con él y realmente es algo que me ayuda mucho en mi trabajo, ya que me permite sentirme muy libre de la atadura de estar mirando la partitura y pasar las hojas. Pero no tiene ningún mérito ni más importancia, es un don que tengo, como el que nace rubio, con ojos azules y alto como Superman.”
“Pero tengo que confesar que fuera de la música tengo una memoria fatal, se me olvidan las cosas más tontas y encima soy bastante despistado. Tendré memorizadas alrededor de 90 óperas completas, de un modo natural y por supuesto sin forzar nada. Aunque los ha habido aún peores que yo, como el maestro Giuseppe Patanè, quien tenía en la cabeza ¡casi doscientas óperas!”
Otra anécdota. También en la Orquestra de València. En unas audiciones de corno inglés, uno de los pasajes -el final de la Cuarta sinfonía de Mahler- no estaba en el archivo. Le propuse entonces cambiarlo por alguno disponible. Su respuesta fue inmediata: “No, no hace falta”. Visto y hecho: cogió un bolígrafo y en medio minuto escribió el pasaje con pelos y detalles desde su memoria portentosa. Más tarde, lo cotejé con la partitura original: ¡tal cuál!, no faltó ni un solo regulador, acento, ligadura o acotación.
Pero su memoria era solo la punta del iceberg de una inteligencia musical absolutamente fuera de serie, formada a conciencia en la catedra vienesa de su adorado maestro Hans Swarowski, del que -además- fue traductor al español de su famoso tratado sobre la dirección de orquesta.
Era un director versátil. Completo. Dominaba con igual maestría el repertorio sinfónico y el lírico. Fue siempre un maestro profesional hasta el modelo. Extraordinariamente correcto con los músicos y con todo el mundo. Tenía la autoridad del Maestro, una autoridad que emanaba del respeto, del conocimiento y del oficio de un director de la vieja escuela, con las ideas claras y sabedor desde todas las perspectivas de la música que dirige. Era un maestro seguro, que sabía lo que quería y cómo realizarlo. Quizá inflexible.
Contaba con el aprecio y respeto de todos los músicos con los que trabajaba. Y esto es lo más ideal que puede sentir un artista que siempre puso la música y sus teorías por delante de cualquier compromiso o conveniencia. Su insobornabilidad y lealtad a sus principios era tan firme como su memoria prodigiosa. No sentía otro compromiso que el de la partitura y la fidelidad milimétrica a la misma. En este sentido, su intransigencia era absoluta, y la basaba en su vasta y bien asumida cultura estilística.
Nunca se decantó entre sus dos amores: ópera y música sinfónica. “Son dos mundos diferentes, aunque complementarios. ¡Y a ambos soy adicto!, por lo que no podría optar por uno u otro. ¡Tampoco hace falta! En el mundo del concierto, todo está concentrado en la partitura; podríamos decir que hay una sola superficie, que es la que concentra toda la atención del público y el director tiene el compromiso de coordinar y hacer llegar al público del modo más genuino y mejor posible.”
“En la ópera, sin embargo, tenemos además el escenario, donde pasan tantísimas cosas, hay unos cantantes que además de cantar tienen que actuar, con unos trajes generalmente pesadísimos, hay una escenografía que no siempre es fiel a la historia que se cuenta en la ópera, y con la que tienes que convivir de la mejor manera posible, una iluminación… Un sinfín de elementos y de dificultades que el director –concertador– desde el foso tiene que coordinar y conciliar. En este sentido, el mundo sinfónico es más sencillo”.
Fue, durante su tiempo largo, el director español de mayor proyección internacional, junto con Frühbeck, López Cobos y García Navarro, de los que fue compañero -de los dos últimos- en el aula de Swarowski, junto con Abbado, los hermanos Fischer (Ádám e Iván) Jansons, Mehta y Sinopoli, entre otros. Su presencia era habitual en los mejores teatros de ópera, de la Ópera de Viena al Covent Garden, Ópera de Múnich, Scala de Milán o Metropolitan de Nueva York. Trabajó con los más grandes cantantes de la segunda mitad siglo XX. Conocía al dedillo los secretos, posibilidades e inseguridades de la voz humana. Era un sabio apasionado de la ópera.
En mayo de 2000, durante una representación de La forza del destino en Madrid, parte del público protestaba porque otra parte se lanzó a aplaudir a un cantante tras concluir un aria. Ni corto ni perezoso, y con esa naturalidad sin doblez que siempre marcó su manera de ser, se volvió desde el foso al público, y dijo: “Aplaudan, aplaudan sin reserva. No se corten. A los músicos nos encanta el aplauso, y a los cantantes, además, les permite descansar y tomar aire”. La inolvidable Ana María Sánchez, que era Leonora, estaba feliz y se tomó un respiro.
Su carrera, importante, intachable y marcada por esa honorabilidad que marcó su vida dentro y fuera de los escenarios, está jalonada de acontecimientos. En todos los sitios en los que estuvo dejó el mejor sabor de boca. El grado de la elegancia y la profesionalidad. Fue, entre otras cosas, titular de la Sinfónica de la RTVE, de la Sinfónica de Hamburgo, de la Orquesta de Euskadi, de la de València, Director General de Música de la ciudad de Mannheim, director artístico y musical de la Ópera de Helsinki, director general del Teatro de Berna, director musical del Teatro de la Zarzuela y director musical de la Orquesta del Festival de Pascua de Bayreuth.
Se ha ido el maestro y el Amigo. Cuando aún no había cumplido los 75 y andaba en la que quizá haya sido la época más feliz de su vida rica e intensa. Ha saboreado con alegría y salud, a borbotones, sus últimos años. Libre y jubiloso. Fiel, como siempre, a sí mismo. A sus convicciones y a una manera de ser que combinaba su condición de hombre del Sur que nunca perdió arraigo y raíces con su rigurosa cultura germánica.
Era un personaje único e inolvidable. Y un músico como la copa de un pino. Por mucho que algunos le negaran la sal y la pimienta. “Muchos” que ni siquiera sabían mover el palito. Menos oler el angelical final de la Cuarta de Mahler y su adiós celestial. ¡Qué pena más grande! El Amigo comparte las palabras nacidas en el alma de su viuda, Alessandra: “Qué pena inmensa, qué brutal y repentina barbaridad. Estoy inmersa en un profundo shock , pero henchida de un profundo amor que más allá de la muerte honrará al inmenso maestro y el enorme ser humano que fue Miguel Ángel”. Un beso, Maestro y Amigo.
Qué bonito recuerdo Justo!
Se nos ha ido un gran musico
La música española pierde un gran talento
DEP