Crítica: Sobresaliente para Micaëla. ‘Carmen’ en la Quincena de San Sebastián
SOBRESALIENTE PARA MICAËLA
Fecha: 8-VIII-2026. Lugar: Auditorio Kursaal, San Sebastián. Programa: Carmen opéra comique, en cuatro actos, compuesta por Georges Bizet, sobre libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévi. Intérpretes: Rihab Chaieb (Carmen – mezzosoprano), Miren Urbieta-Vega (Micaëla – soprano), Helena Orcoyen (Frasquita – soprano), Marifé Nogales (Mercédès – soprano), Dmytro Popov (Don José – tenor), Simón Orfila (Escamillo – barítono/bajo), Mikel Zabala (Zúñiga – bajo), Juan Laborería (Morales – barítono), José Manuel Díaz (Le Dancaïre – barítono), Aitor Garitano (Le Remendado – tenor). Coro: Easo (director, Gorka Miranda), Orquesta: Sinfónica de Euskadi – Euskadiko Orkestra. Director de escena: Emilio López. Director musical – maestro concertador: José Miguel Pérez-Sierra. Producción: Quincena Musical.
Si Bizet y sus libretistas Meilhac y Halévi colocaron la trama de esta ópera en la Sevilla de 1.830, quien escribe estas líneas no sabe a qué viene ubicar la trama escénica en los años cincuenta del pasado siglo, en un contexto social y político de la postguerra incivil española, que el rector escénico, por edad, no ha conocido, creando una ucronía sin sentido en relación con la verdad de la obra, basada en la novela homónima de Prosper Mérimée.
En la escena, en vez de fábrica de tabacos o taberna de Lillas Pastia, o quebradas en Sierra Morena o Plaza de Toros, hay una especie de palieres de importante tamaño; y en vez de los Dragones del Regimiento de Almansa, hay, un coro masculino con atuendo militar propio del Ejercito de Tierra en los años 70.
Carmen ahora no es una gitana cigarrera, sino una contestataria de izquierdas que viste leguis; Micaela ya no es la joven navarra que viaja a Sevilla, vistiendo falda azul y con el pelo recogido en trenzas, como canta el cabo Morales, sino una mujer -por cierto con un vestido desajustado a su figura física- que pretende recordar a nuestras madres en los años 70.
¡Ah, al oficial teniente Zúñiga, aquí lo ascienden a coronel! Y así se podía seguir hasta la tragedia machista final del cuarto acto. La escenografía de Carmen Castañón vale tanto para un roto como para un descosido.
¡No, no y no! Experimentos escénicos pueden hacerse en Alemania, donde hay mucha propensión a excesos en el postmodernismo escénico, en admitir cualquier boutade; en nuestra piel de todo y sobre una ópera de ambiente sevillano del siglo XIX ¡no! El maestro Miguel Ángel Gómez Martínez, muy añorado y recientemente fallecido, hubiera puesto el grito en el cielo, negándose a dirigirla.
Permítaseme que, cordialmente, así lo exponga, dado que el criterio de quien rectora la escena desnaturaliza esta ópera, crea una falsa idea sobre la verdad de ella a quienes quieren aficionarse al bel canto y se incomoda a buena parte importante del respetable. Así lo expresaba una dama al terminar la función: “Si lo sé no vengo”. Por mi parte, con todo respeto, estimo que se ha alcanzado un rotundo suspenso. Y ahí está, inasequible al desaliento con esta producción (a la luz de lo visto bien puede reputarse como baratita), la Quincena Musical donostiarra al duplo, en su real y actual 83 edición, pues no hubo en 1944 ni en 1.960. Ergo, no es la 85.
Por contra, un notable alto y generalizado merece cuanta música manó desde el foso orquestal y cuanto se cantó sobre el escenario. El trabajo de concertación del maestro Pérez Sierra fue todo un dechado de constante esfuerzo, cuidando matices (en esta ópera hay muchísimos), dando seguridad a los cantantes e impartiendo en el foso un mejorable empeño, sobre todo en la obertura y en los interludios de los actos II, III y IV, en los que los miembros de la Euskadiko Orkestra mostraron la importante solvencia de sus conocimientos.
Todos los respetos les sean dados en el afán, dada tan lamentable estructura y configuración del foso de orquesta. Ya lo advirtió el maestro López Cobos la última vez que bajo a dicho habitáculo.
En el campo canoro el reparto de voces tenía especial interés las voces de la mezzosoprano Rihab Chaieb y del tenor Dmytro Popov. Ambos tuvieron su mejor momento en voz durante el último acto. En él la emisión sale desde una fonación atrasada y es muy cauteloso en el registro agudo, terreno al que solio acudir apianando las notas. Ella, por su parte, tiene un instrumento fonal de muchos quilates, pero le cuesta manejar bien la expresividad -tan importante en Carmen- así como la regulación del fiato nel canto legato.
Simón Orfila -veterano triunfador en muchas batallas- ya es menos barítono y más bajo, fue un dechado de expresividad en su papel y de dicción en la lengua de Molière; en su Votre toast, je peux vous le rendre se le apreció un incómodo vibrato.
El frasco de las esencias sobre el escenario de Kursaal fue roto por la soprano donostiarra Miren Urbieta-Vega, que desparramó todos los aromas que Bizet coloca en el pentagrama del aria Je dis que rien ne m’épouvante. Cuando finalizó esta preciosidad musical el aforo del auditorio se vino abajo en bravos, aplausos y silbidos (ahora se silva el éxito). Voz perfectamente impostada, tronante, de reciedumbre en los tres registros, con dominio de las notas de paso y una construcción en musicalidad que la llevará por muy altos derroteros. Fue la cima de la velada.
Seguro y con buena colocación de voz el barítono José Manuel Díaz, así como sorprendente el bien hacer el joven tenor vergarés Aitor Garitano. La participación de ambos fue notable y de alto aprecio en cualquiera de los momentos en que estuvieron en escena. Marifé Nogales y Helena Orcoyen construyeron un trabajo bien iluminado, desarrollando una concertación de categoría y una bis escénica de muchas profesionalidad, principalmente en el acto tercero.
El barítono Juan Zubillaga ha de modular la salida del aire sin dar la sensación de ahuecar las notas. Mikel Zabala fue, sin más, quien desapercibido pasó en el trabajo de la voz cantada. Parabienes sin escatimar nada para las voces corales. Tanto la Escolanía Easo y como el Coro Easo de Mayores dieron una réplica perfecta a cuando para ellos está pautado en las cinco rayas con bichitos negros dentro. Ha de estar contento su director, Gorka Miranda, por el reconocimiento que el respetable les tributó.
Un suspenso escénico para olvidar y una Micaëla para recordar.
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