Crítica: Pianismo de altura. Martín García García en el Festival Bal y Gay
Pianismo de altura
Obras de Chopin, Mompou y Albéniz. Martín García García, piano. Basílica de San Martiño, Foz. 15 de agosto de 2024. Festival Bal y Gay.
Era la vez del joven pianista gijonés Martín García García (1996), uno de los retoños de la Escuela Reina Sofía de Madrid. Alumno aventajado y poseedor y de algunos muy importantes galardones internacionales (Chopin, Cleveland, Nueva York…). Lleva una carrera imparable apoyada en una facilidad de acercamiento a la tecla, de una clarividencia para diseñar y resolver estructuras singular y de una pegada segura y firme, además de un muy solvente juego de pedal.
Ha vuelto a mostrar hechuras de gran y ya muy cuajado instrumentista en este concierto dominado por la figura de Chopin, que recreó con pasmosa facilidad exhibiendo general madurez de concepto, sonido depurado y cristalino, fraseo elegante, ataque preciso, control de dinámicas, reguladores bien administrados, capacidad de abandono romántico sin blanduras y manejo inteligente del “rubato”.
Está en vías de conseguir así mismo, un ataque a la nota más variado, a regular los tempi y a moderar ciertos excesos que acaban por delinear interpretaciones en exceso fogosas y de dinámicas un tanto primarias.
La pasión con la que toca le hace perder episódicamente una línea expositiva de mayor coherencia. En todo caso dibujó una primera parte, la dedicada a Chopin, de altura, con un inicio bien estudiado y de marcadas diferencias de intensidad de la tan amplia y discursiva Polonesa-Fantasía en La bemol mayor op. 61, en la que jugaron tanto la pasión -a veces epidérmica- como la diferenciación de dinámicas.
De los tres Impromptus interpretados –“op. 29 nº 1”, “op. 51 nº 3” y “op. 36 nº 2”- nos quedamos con este último, en el que mostró unos grados de regulación excelentes, con dibujo exquisito de escalas.
Nos pareció excesivamente apresurado el tempo en el inicio de la Fantasía Impromptu op. 66, cuya parte central tuvo el requerido abandono. Muy buena calificación en la exposición de los 5 valses, en los que a veces se excedió en la velocidad, aunque sin perder nunca el control de la expresión, del aire cadencioso y de la inmaculada digitación. Habríamos deseado una mayor pausa en la interpretación del “op. 64 nº 2”, el famoso Vals del minuto. Más rápido aún el “op. Póstumo en Mi menor”. Excelente el que cerraba la selección, el “op. 34 nº 3”, ofrecido sin mácula.
La segunda parte se iniciaba con las hermosas y curiosas Variaciones sobre un tema de Chopin (el del “Preludio en La mayor, op. 28 nº 7”) de Mompou, de 1964, de tan rica configuración, de tanta fantasía rítmica y climática, de expresiones tan contrastadas. García ofreció una recreación rica y matizada. A toda presión el pianista se arrojó luego a las aguas complejas, raciales y coloreadas de esa España tan peculiar retratada musicalmente por Albéniz en sus cuatro cuadernos de Iberia.
Nos brindó, con una rara concentración, dos números del tercero: El Polo y Lavapiés. Del primero subrayamos el acierto en resaltar la dimensión danzable. De segundo, el más difícil y complejo, en ese retrato casi diabólico del mundo de Barbieri y Bretón, el dominio de los ritmos esquinados y la claridad de las voces. Con episódicos excesos en los contundentes acordes.
El pianista, sudoroso y activo, que tuvo que prescindir de la chaqueta en la segunda parte de la sesión, regaló generosamente tres bises: Canción y danza nº 3 y nº4 de Mompou y Navarra de Albéniz. Grandes aplausos y vítores a un concierto de altura y demostrativo de las virtudes y algunos defectos de un pianista que aún ha de dar mucho que hablar.
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