Critica: Teodor Currentzis y MusicAeterna, músicas que no amansan fieras
Músicas que no amansan fieras
PALAU DE LA MÚSICA. TEMPORADA DE OTOÑO. Obras de Verdi, Chaikovski y Shostakóvich. Orquesta MusicAeterna. Director: Teodor Currentzis. Solista: Miriam Prandi (violonchelo). Lugar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: 1.800 personas (lleno). Fecha: Jueves, 10 octubre 2024.
Quién aún piense que “la música amansa las fieras”, o repita ese lugar común de que “la música clásica me relaja”, que se olvide. Al menos después de escuchar el concierto ofrecido el jueves en el Palau de la Música por Teodor Currentizis (Atenas, 1972) al frente de su inseparable MusicAeterna, orquesta joven, sin fisuras, de extremas y extremadas calidades. El director griego, figura polémica pero indiscutible de la música actual, tensa y extrema dinámicas y tempi, pronuncia hasta el alarde la sonoridad suntuosa de su orquesta, y exagera hasta casi el silencio total los pianísimos. Una asombrosa gana dinámica que alumbra y deslumbra, incluso cautiva en sus límites entre la nada y el todo. Se podrá disentir de sus visiones implacables e incandescentes, pero no puede dejar de aplaudirse y admirarse su personalidad, claridad de ideas y efectividad ante una orquesta sobresaliente que es espejo de su enorme talento y competencia. En el podio y fuera de él.
El carisma inmenso y presencia mediática de Currentzis se puso ya de relieve en el llenazo que ha motivado su presencia en la Sala Iturbi, cuyo escenario también se abarrotó con la nutridísima plantilla de MusicAeterna y su descomunal sección de cuerdas. Los imperativos compases de la obertura de La forza del destino (ópera estrenada en San Petersburgo) ya dejaron bien sentado lo que iba a ser una tarde de enormes dinámicas, silencios prolongados con verdadero sentido dramático y el disfrute de la calidad instrumental de una orquesta entregada al maestro y a su dictado. Todas sus secciones brillaron con luz propia dentro de un conjunto amalgamado con precisión y al detalle, desde las arpas a los solos del clarinete. Fue una versión vibrante y de gran nervio, que hubiera irritado a un verdiano como Riccardo Muti, pero que convence y persuade. No solo por su criterio y calidad, también por la claridad de ideas y su rotundo sentir dramático.
Si la obertura de La forza del destino que abrió el programa calentó el fervor del público, la vehemente traducción de la Quinta sinfonía de Shostakóvich escuchada en la segunda parte del programa supuso el punto culminante del mismo. La formación rusa -la fundó Currentzis en 2004, en la remota Novosibirsk, en plena Siberia-, se encuentra como pez en el agua en un repertorio tan consustancial. En los primeros sobrecogedores compases del “Moderato” inicial, Currentzis subrayó el enérgico ritmo punteado de la cuerda grave que Kabalevski calificó “sencillo, claro y a la vez original”. Fue el preludio de una versión paródica (primer movimiento), burlesca (Allegretto), nostálgica (mate y oscuro tercer movimiento) y rotundamente abrasadora, como enfatizó sin reservas en el potente “Allegro non troppo” que corona la sinfonía y cerró el programa. La explosión del público fue tan sonora y encendida como la subyugante y apabullante versión que acaba de escuchar. Currentzis y sus músicos en pie respondieron a tanto éxito con dos propinas de alta tensión que añadieron aún más leña al fuego: “Montescos y Capuletos” y la “Muerte de Tibaldo”, del Romeo y Julieta de Prokófiev. ¡La apoteosis!
Entre Verdi y Shostakóvich, Currentzis y sus instrumentistas se adentraron en las Variaciones sobre un tema rococó de Chaikovski, pieza para violonchelo y orquesta que supuso el momento de menor calado de la triunfal noche. No tanto por el acompañamiento endulzado y manierista de Currentzis como por la discreta participación solista de la violonchelista italiana Miriam Prandi. La corrección y buenas intenciones y maneras no bastan para alternar con el intenso sentido expresivo y la calidad sobresaliente de sus ilustres acompañantes de viaje. A pesar de todo, el público la aplaudió con ganas. Y ella respondió con el exceso del que precisamente había adolecido su visión de la obra maestra de Chaikovski: dos largas propinas para violonchelo solo cuya extensión desentonaba con el tiempo propio de un concierto con orquesta. Pero fue aquí, en estos dos excesivos regalos, cuando afloró lo mejor de su arte mesurado: en Alone, de su paisano y colega Giovanni Sollima (1962), y, sobre todo, en Dolcissimo II, del letón Pëteris Vasks, donde incluso – como marca la partitura- canturreó la melodía. Al final, las “fieras” nos marchamos contentas y felices. También agitadas y, desde luego, más excitadas que relajadas. ¡Música! Justo Romero.
Publicado en el diario Levante el 11 de octubre de 2024.
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