Yulianna Avdeeva enuncia y “canta” un Chopin de referencia

RECITAL CHOPIN. Yulianna Avdeeva, piano. Tercera sonata, Barcarola, Polonesa-Fantasía, Nocturnos opus 62, Mazurcas opus 59. 

Yulianna Avdeeva

Chopiniana de universal reconocimiento desde que en 2010 ganara el Concurso Chopin de Varsovia, Yulianna Avdeeva, es consecuente con sus palabras. “La música de Chopin es tan rica en tesoros, que cada vez que abro la partitura descubro detalles nuevos que tal vez no entendía, o a los que no presté atención antes. Es un viaje muy emocionante y sin fin”.

Así  refiere ella misma al autor de estas líneas. Su Chopin, las obras que integran este disco titulado significativamente “Chopin Voyage”, llega henchido de excelencia, sensibilidad y estilo. Nuevo y único. Con sello propio. Un Chopin que es devoto y se regodea en las maneras de la admirada ·”Edad del Oro”, pero al mismo tiempo insuflado de un sentido expresivo alejado de cualquier exceso romántico, pero que en absoluto desaprovecha los infinitos registros y recursos que brinda el moderno piano.

Avdeeva, quien confiesa en el cuadernillo que firma en el cedé que la música de Chopin “ocupa un lugar único en mi alma”, enmarca este equilibrio entre tradición y modernidad con un criterio estético cuya objetividad no resta -sino todo lo contrario- lirismo y efusión lírica a esta recalada en su viaje sin fin a la entraña del compositor polaco. El contraste entre fantasía y rigor, aliento romántico y perfecto virtuosismo son claves de estas versiones que destilan música a borbotones y sentimientos a raudales. Sería ramplón entrar en detalles y lugares comunes para describir relecturas que destilan fervor y van más allá de la solfa y de la letra. El estilizado Chopin de Avdeeva nace de la sabiduría de un pianismo formidable, que bebe de la fascinación por el pasado, de un entendimiento cincelado desde una cultura chopiniana, pianística y cultural que asoma en cada nota y frase. 

Un Chopin objetivo y  desadjetivado, puro como la escritura original, abrazado desde la raíz. Rotundamente inmenso en su momento histórico y estético. No importa que las amplias dinámicas que brinda el nuevo piano, y que Avdeeva exprime con determinación,  chirríen frente a la contención que imponían los viejos Pleyel de la época de Chopin; o que el propio compositor fuera enemigo de grandes sonoridades. Eran otros tiempos, acústicas, oídos, salas y entornos acústicos. Chopin se quedaría fascinado con el nervio, arrojo y sutiles gradaciones dinámicas con los que la pianista moscovita afronta los compases iniciales de la Tercera sonata, o con la serena expresión con la que tan perfectamente enuncia y “canta” los compases iniciales de la Polonesa-fantasía o de la Barcarola.

Chopin en plenitud, empeñado en encontrarse a sí mismo de la mano de si fiel servidora, y, al mismo tiempo, en comunicarse con el escuchante sensible y más exquisito. El sentido justo del rubato, libre y preciso; el fraseo apoyado en una técnica pianística superlativa y en una sensibilidad genuina y ajena a pamplinas o demagogias; el sentido de la arquitectura, y la desnuda claridad con la que se escuchan las recónditas pero capitales armonías agazapadas en el pentagrama –Nocturnos opus 62, Mazurcas opus 59-, asoman sin exhibición ni falsas originalidades… Señas de identidad de una visión y de un disco fascinante que hay que ubicar entre las cimas de la discografía chopiniana. De ayer y de hoy. Seguro que también del mañana. Justo Romero