Crítica: Ravel a lomos de Fújur. ‘El niño y los sortilegios’ de Ravel en el Real Teatro de Retiro
Ravel a lomos de Fújur
El niño y los sortilegios, de Maurice Ravel. Aida Turganbayeva, Andrea Rey, Ivana Ledesma, Dragana Paunovic, Estíbaliz Martyn, Gonzalo Ruiz, Enrique Torres, Pablo Puértolas. Piano: Samuel Martín y Sergio Berlinches. Dirección musical y piano: Miguel Huertas. Dirección de escena: Alfonso Romero. 24 de noviembre
Para todos aquellos que se criaron con aquel libro maravilloso impreso a dos colores —rojo y verde— llamado La historia interminable existe una enfermedad incurable que es la imaginación. Las aventuras de Atreyu y el dragón Fújur nunca caducaron, como los dibujos de Maurice Sendak, las locuras del pequeño Nicolás de Sempé & Gosciny o la madriguera infinita de Alicia. El caso es que, como si fuera un familiar al que esquivamos, visitamos poco ese país casi infinito de la infancia.
Maurice Ravel fue un deambulador recurrente de esa inocencia, un buscador profesional de complicidades con la niñez a base de componer músicas que jugaban con la paleta orquestal, las recurrencias rítmicas y las melodías vocales sinuosas. No solo lo comentamos por las obras obviamente infantiles como Ma mère l’Oye o la que nos ocupa, El niño y los sortilegios, sino también por una forma de ver la realidad como si fuera la primera vez, un extrañamiento de la mirada muy difícil de mantener.
El Real Junior se ha sumado a la celebración del 150 aniversario de su nacimiento (en marzo del año que viene) con una producción de El niño y los sortilegios que juega la baza de la fascinación, creando un mundo animado alrededor de ese niño que hemos sido todos en algún momento, rebelándonos ante las tareas y la insistencia de la madre por hacerlas. El encargado de dar forma a este hogar repleto de invitados inesperados es Alfonso Romero, que ofrece un catálogo inagotable de presencias con sentido del humor, sensibilidad y mirada cómplice. Las sucesivas apariciones entran en el escenario desarticuladas hasta que encuentran su espacio juntas y conforman cada personaje, desde una taza china hasta una ardilla.
Hay un interés muy evidente en captar ambas atenciones: la del niño que necesita reconocer el personaje al que mira y la del adulto, que pretende una segunda lectura o, al menos, un nuevo viaje a lomos de Fújur. Todos los elementos de la escena, desde la iluminación hasta el vestuario, destilan cariño y respeto hacia el oyente, y, casi más importante, hacia la composición.
Musicalmente hablando, el brillo de la partitura orquestal queda lejos en esta versión a piano a cuatro manos, pero la continua búsqueda de colores, preparaciones y lirismo planteadas por los pianistas funcionó como un reloj. En el reparto todo el conjunto mereció los aplausos, aunque destacó el papel de Niño de Aida Turganbayeva, omnipresente en el escenario y versátil en sus prestaciones vocales. La exigencia, hasta cierto punto pirotécnica, la aportó Estíbaliz Martyn ejerciendo como Princesa, Ruiseñor y Fuego, y sabiendo diferenciar la personalidad de cada uno de ellos. También con importante presencia escénica y voz densa el barítono Enrique Torres, particularmente divertido en el Gato.
En resumen, una de esas funciones en las que cualquiera sale con ganas de regresar a casa y volver a abrir ciertos libros. Pero esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión…
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