Crítica: This is America! La Orquestra de València y Wayne Marshall
This is America!
TEMPORADA 2024-2025 del Palau de la Música. Programa: Obras de Gershwin (Segunda rapsodia para piano y orquesta. Un americano en París. Rapsodia en Blue) y Bernstein (Divertimento para orquesta. Orquesta de Valencia. Solista: Wayne Marshall (piano). Director: Wayne Marshall. Lugar: Palau de la Música. Entrada: 1.781 espectadores (lleno). Fecha: sábado, 8 enero 2025.

Wayne Marshall al frente de la Orquestra de València
¡Señores, pasen, This is America! Fue un concierto de éxito. La Sala Iturbi del Palau de la Música se abarrotó (“sold out”, que dicen los catetos) el sábado de variopinto público para disfrutar de un programa “American flavor” en el que la versátil Orquestra de València se adentró en obras de dos iconos tan representativos de la música estadounidense como George Gershwin y Leonard Bernstein.
Paradójicamente, ambos judíos, paradójicamente, ambos de origen ucraniano. Como director y solista de piano, el británico Wayne Marshall (1961), músico cargado de swing y de todo lo que hay que tener para cargar de sabor y carácter unos pentagramas destinados más a erizar la piel y agradar al oído que a llegar al fondo del alma melómana.
Wayne Marshall no es realmente un director de orquesta. Tampoco un pianista relevante, al menos desde la perspectiva de la música clásica. Pero sí un músico de pies a cabeza. Cargado de talento y empatía. Bajo su gobierno, muchos fueron los desajustes y despistes que se sucedieron en los atriles de una orquesta como la Municipal, siempre necesitada de manos maestras para dar lo mejor de sí.
Encima, las obras de carácter exclusivamente sinfónico del programa (el lúdico Divertimento para orquesta de Bernstein; Un americano en París de Gershwin y el tedioso “Cuadro sinfónico” que Robert Russell preparó en 1943 de fragmentos de la ópera Porgy and Bess por encargo de Fritz Reiner), pese a sus aires aparentemente sencillos y desalambicados, no son precisamente huesos fáciles de roer, y exigen calidad, trabajo y ensayos a cualquier orquesta. En las intervenciones solistas, hay que destacar las protagonizadas por el tubista David Llácer, quien con su sonido afinado, bien sonoro y hasta cantable se lució todo el concierto.
Por fortuna, Marshall, músico contagioso que sabe trasmitir entusiasmo y las “cosas buenas” (Bernstein) que tienen estos pentagramas, contó con el apoyo silencioso pero efectivo y activo del concertino Enrique Palomares, que el viernes ejerció casi de “co-director”. Además, tocó -como siempre- estupendamente como cabeza de fila y en los diversos solos que comprendía el programa.
El fresco y colorido poema sinfónico que en realidad es Un americano en París se escuchó en una versión tan imperfecta como inspirada de sentido musical. Con las virtudes, defectos y peligros que entraña “esta pequeña maravilla: una obra de espíritu netamente americano pero en un lenguaje bajo el cual estaba ya asimilado todo el clasicismo europeo”, como escribe con su acostumbra sapiencia Pedro González Mira en las notas al programa.
Como solista, Marshall tocó y dirigió desde el piano la Rapsodia en Blue y la insustancial, deslavazada y aburrida Segunda rapsodia para piano y orquesta, compuesta por Gershwin cinco años después. El pianista y director británico suplió su pianismo monocorde, corto de colores y registros, con sentido del ritmo y cercanía natural al lenguaje característico de estas páginas, siempre tan en el fiel entre el jazz, el blues, la música afroamericana y, también, desde luego, la música “clásica”.
La sonoridad de su pianismo vivo y empático se vio mermada por haberse retirado la tapa del piano, con lo que el sonido del teclado salió de la caja de resonancia seco, incisivo y exento de proyección. Pelillos a la mar en un concierto disfrutón en el que casi todos se lo pasaron pipa. Acabaremos todos hablando en inglés, como los ex-ucranianos Jacob Gershovitz y Louis Bernstein, oriundo del óblast de Rivne. Justo Romero
Publicado en Diario de Levante el 10/02/2025
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