Crítica: L’Uommo femmina en el Teatro Real, divertimento con mensaje
Divertimento con mensaje
L’Uommo femmina, de Baldassare Galuppi (en versión de concierto). Eva Zaïcik, Lucie Richardot, Victoire Brunel, Anas Séguin, Victor Sicard y Paco García. Le Poème Harmonique. Dirección musical: Vincent Dumestre. 3 de abril

Vincent Dumestre
Si bien los estereotipos han sido (y siguen siendo) un código social doloroso para quienes no los cumplen, el hecho de reírse de ellos llevándolos al extremo contrario siempre fue efectivo. El arquetipo se ridiculiza cuando se ve bajo la nueva luz del otro lado. Es algo así como perpetuar la maravillosa escena que Edmond Rostand le regaló a Cyrano cuando se burlaban de su nariz y el poeta doblaba la apuesta: «Sólo un animal, / al que Aristóteles llama hipocampelefantocamelos, / tuvo debajo de la frente / tanta carne y tanto hueso».
La ópera bufa L’Uommo femmina de Baldassare Galuppi sabe hacer crítica a base de girar los roles de género y, aunque puede parecer sorprendente, no lo es más que, por ejemplo, La Calisto de Cavalli y su escena de sexo entre dos mujeres o cualquier otra ópera inscrita en el abierto mundo del carnaval veneciano.
La música de Galuppi a nivel instrumental es magnífica, hija de otra buena serie de convenciones pero tan delectadas que a nivel sonoro la brillantez se muestra igual en la ópera seria que en el dramma giocoso. Algunos de sus aportes más importantes a la historia operística se ven en L’Uommo femmina, como los finales de conjunto con intervención de todos los personajes —que luego llevarían a su máximo esplendor Mozart y Rossini—, los tempi contrastantes y la alternancia rítmica en función del tipo de métrica. La caracterización de los personajes juega con el nutrido instrumentario, que cuenta con lo habitual más las trompas naturales, los oboes y una mandolina para un par de arias de especial encanto onírico.
Las exigencias vocales no son extremas y el espectáculo se compensa gracias a un libreto escrito por Pietro Chari que coloca a la vieja masculinidad entre vestidos, maquillajes y actitudes afectadas. Como ocurre con los textos de su rival Goldoni, no es un verso que cambie el mundo pero el juego entretiene. Le Poème Harmonique y Vicent Dumestre defendieron la partitura con empuje y convicción, aprovechando los e¡devaneos tímbricos y subrayando los aspectos ridículos cuando aparecían. Sin ser la crítica elaborada al mundo de la ópera seria que hace Mozart con su música, la ironía que asomaba por las arias se tradujo en una lectura cuidada.
En lo vocal el asunto estaba en los con trastes de color en las voces de las mujeres —usando saltos interválicos grandes— y el sentimentalismo de las arias del protagonista masculino, Roberto. Sin grandes exhibiciones, fue la Cassandra de Victoire Brunel la más convincente en su papel agerrido, con buena colocación, emisión limpia y gran presencia escénica. El tenor Victor Sicard cumplió sin brillos aunque se benefició de las mejor música de la partitura. Lucile Richardot hizo una apuesta arriesgada saliéndose en ocasiones del registro lírico para representar con mayor rotundidad a su personaje con buen resultado. En definitiva, una noche amable con música de calidad y un divertimento textual con mensaje para el que quiera escucharlo.
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