Los wagnerianos, contra las Wagner
Los wagnerianos, contra las Wagner
El Mundo, 8-08-2009. Justo Romero
Versiones irreverentes, butacas vacías, esvásticas en el escenario… Todo ha cambiado en el Festspielhaus desde la llegada de Eva y Katharina a la dirección del festival. El público recela. ¿Adiós a la mística?
«Esto ya no es lo que era». Ésta es la frase más recurrente del verano en Bayreuth, el Vaticano del wagnerismo, la localidad de Baviera a la que cada verano peregrinan miles de melómanos de todo el mundo para sentir la experiencia única de escuchar la música de Wagner en el legendario teatro allí edificado por el compositor alemán para albergar exclusivamente sus dramas musicales.
Su festival se encuentra hoy, cuando se cumple su 98ª edición, en una encrucijada que pone en riesgo el futuro de una institución que hasta ahora ha sido considerada modélica tanto por su consolidada gestión, como por la excelsa calidad artística de sus montajes operísticos.
Es cierto: muchas cosas han cambiado en Bayreuth en el año I de las polémicas hermanas Katharina y Eva Wagner, que heredaron salomónicamente el trono de Bayreuth de su nonagenario padre, Wolfgang Wagner (1919), conocido en la Colina Sagrada como el nietísimo, y que durante decenios dirigió con mano de hierro y eficiencia los destinos del festival fundado por su abuelo Richard Wagner en 1876.
Las hermanas Wagner -bisnietas de Richard Wagner y tataranietas de Liszt- no se han andado con chiquitas y han metido mano a casi todo.
Y eso, en sólo 12 meses, el tiempo transcurrido desde que la extraña pareja de hermanas tomara las riendas del festival.
Los cambios no sólo afectan a la programación, en la que ya han anunciado que incorporarán las primeras óperas de Wagner, jamás antes escuchadas en el Festspielhaus por ser consideradas de «interés menor». También afectan a mil y un detalles: desde el uniforme de las azafatas -ahora, más modernillas- hasta las dependencias del Festspielhaus, que se han desencorsetado de su tradicional vetustez.
Hasta no hace mucho, cada vez que un aficionado se sentaba en una silla o tocaba el picaporte de una puerta del Festspielhaus, tenía la sensación de que alguna vez allí mismo se había dejado caer el mismísimo trasero de herr Richard o se había deslizado la sacra mano del compositor. Ahora, todo en Bayreuth ha adquirido tonalidades más luminosas y diseños asépticos que hieren la sensibilidad de los nostálgicos. Y en la Colina Sagrada, los nostálgicos, los amantes de la tradición, son mayoría absoluta.
Y ahí es donde empieza a sonar el inevitable «esto ya no es lo que era» en los pasillos del Festspielhaus.
«No es porque el nivel de los cantantes y directores de orquesta no sea el que siempre ha sido», añaden los parroquianos, «sino porque se está produciendo una popularización del festival que nada tiene que ver con la esencia y la tradición que tan admirablemente se han mantenido en un certamen que siempre se distinguió por respetar sus costumbres y hábitos». Así lo aseguraba el miércoles un melómano enfurruñado de Fráncfort durante el segundo entreacto del atrevido montaje de Parsifal firmado por el noruego Stefan Herheim, que introduce en la escena banderas con la esvástica, soldados nazis que desfilan armados hasta los dientes y otros símbolos e imágenes hasta ahora tabú en Bayreuth.
Y tan tabú. Desde su reapertura en 1951, tras el cierre impuesto a la conclusión de la II Guerra Mundial, Bayreuth ha vivido con el complejo ¿trauma? de su vinculación con el régimen nazi. Todavía se recuerdan las sonadas visitas de Hitler al Festspielhaus y su privilegiada relación con la familia Wagner; sus carantoñas con la nuera del compositor, Winifred; sus comilonas en Wahnfried -el domicilio de los Wagner, hoy convertido en casa museo-, y el peculiar uso que el Führer hizo de la música de Wagner al servicio de su poder.
Quizá por todo ello, esta nueva edición del Festival arroja datos y hechos inquietantes que siembran serias dudas sobre la continuidad de Bayreuth como el certamen musical más prestigiado y anhleado del mundo.
No es ya que, desde el punto de vista artístico, se hayan producido hechos tan inimaginables como esas irrupciones de esvásticas en el escenario o la burlona y criticadísima desmitificación que Katharina Wagner ha vertido de la otrora intocable Los maestros cantores de Nüremberg (y que el público ha abucheado sin piedad). Más bien se trata, precisamente, de la aparición de un público cada vez menos devoto, cada día menos especializado y más estandarizado.
«Cualquier día, veremos aterrizando vuelos chárter en Bayreuth cargados de turistas con una guía de los Highlight de Wagner y una cámara de fotos», decía ayer, horrorizado, un exquisito wagneriano berlinés mientras se ajustaba su pajarita torcida antes de asistir a la representación programada de El oro del Rin.
Desde siempre, una de las claves de la excelencia de Bayreuth era la calidad de su público. Frente a otros festivales de paquete turístico, aquí la parroquia conoce al dedillo y ama la obra de Wagner. Los silencios del Festspielhaus eran únicos: tenían un punto de misticismo, de respeto y veneración hacía la obra, «única y total» de Wagner. A Bayreuth no llegaban los nuevos ricos.
Lejos de Salzburgo, Lucerna o de la bullanguería festivalera de Verona, Bayreuth era otro mundo. Era. Porque esta temporada, el público ha cambiado. Y lo malo no es se aplauda al final del primer acto de Parsifal -la tradición lo prohíbe-, o que un sector significativo del público irrumpa a vitorear a los artistas cuando aún no se ha extinguido el sonido del milagroso final en pianísimo de Tristán e Isolda. Lo terrible es que el público ya tose como en cualquier otro lugar.
Y aún más significativo: comienzan a verse algunas localidades sin ocupar. Lo nunca visto. Lo incomprensible, si se tiene en cuenta que, para conseguir una de las 1.974 localidades del Festspielhaus, hay una lista de espera de 10 años. Las cuatro butacas vacías que el martes pudo ver este cronista muy cerca de su plaza en el Festspielhaus en la representación de Tristán e Isolda constituyen algo inaudito, inimaginable hace un par de años.
Quizá la aventura emprendida por Eva y Katharina Wagner sea la única vía posible para que Bayreuth aborde un futuro que no puede vivir permanentemente amarrado en su esplendoroso pasado. Sin embargo, una de las esencias de Bayreuth, una de las claves que convertían en único este festival, era su rancia (sí, rancia) tradición. ¡Ese ruido del correr de las cortinas al inicio de cada acto! ¡Esas fanfarrias! ¡Esas butacas imposibles y torturadoras! ¡Ese foso invisible! ¡Ese coro prodigioso! O ese toparse allí, por los pasillos, al mismísimo Wolfgang Wagner, con su perfil tan idéntico al de su abuelo Richard para, después, verlo en la escena, anunciando con su insobornable acento bávaro la indisposición de algún cantante…
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Katharina, Eva y sus proyectos
Acaso la mística del Festspielhaus pertenezca a un tiempo ya irrecuperable. O, quizá, el tiempo desautorice la arriesgada revolución que las Wagner han introducido en un festival que siempre se ha distinguido por conservar las mejores tradiciones como la mayor garantía. Por ahora, Bayreuth se anticipa al futuro y ya anuncia sus próximas producciones y directores, de cara a la gran edición de 2013, año en que se conmemora el segundo centenario del nacimiento de Wagner.
En 2010 se estrenará una nueva producción de ‘Lohengrin’, dirigida musicalmente por Andris Nelsons y con escena de Hans Neuenfels; en 2011 llegará ‘Tannhäuser’, con puesta en escena de Sebastian Baumgarten y dirección musical de Thomas Hengelbrock. En 2012 llegará una nueva producción de ‘El holandés errante’, avalada desde el foso por el idolatrado Christian Thielemann, quien en 2015 dirigirá un nuevo montaje de ‘Tristán e Isolda’, con escena de la siempre controvertida y ahora todopoderosa Katharina Wagner.
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