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Por Publicado el: 14/05/2011Categorías: En la prensa

Terry Gilliam se pasa a la ópera

El Mundo, 14/05/2011
Terry Gilliam se pasa a la ópera
El ex miembro de Monty Python debuta como director de escena con ‘La condenación de Fausto’, que recrea en la English National Opera de Londres con parafernalia naziEs imposible restringir el genio de Terry Gilliam a una sola disciplina artística. Animador, cómico, dibujante y cineasta, Gilliam se ha reencarnado esta vez en director de ópera de la mano de La condenación de Fausto, de Berlioz. El montaje se acaba de estrenar en el Coliseum de Londres y transforma la fábula del pacto con el diablo en un retrato delirante del ascenso del nazismo.
No es la primera vez que la English National Opera echa mano de un novato para dirigir una de sus obras: Abbas Kiarostami concibió una insípida Così fan tutte y el cineasta Mike Figgis naufragó este año con Lucrezia Borgia. Dos precedentes que hacían temer por la calidad del Fausto de Gilliam, que no suele ir a la ópera y antes del encargo ni siquiera conocía la obra de Berlioz.
Y sin embargo el montaje es un triunfo inapelable. En parte porque Gilliam sí ha comprendido los códigos del género y en parte porque su imaginación se adapta como un guante al tono onírico de la historia. Berlioz no imaginó su Fausto como una ópera sino como una colección de arias interpretadas en una sala de conciertos. Un detalle que aligera la trama argumental y permite al talento de Gilliam intervenir sin ataduras en su concepción. Así es como la partitura se convierte en la banda sonora de la deriva totalitaria de Alemania, que socava la personalidad del protagonista y lo despoja de su amante Margarita, que muere en un campo de exterminio.
La obra se abre con un telón que tiene impreso el hombre de Leonardo y se cierra con la crucifixión de Fausto en una esvástica. Una señal del instinto moralizante de la obra, que retrata la transformación del ideal romántico alemán en el origen del totalitarismo nazi.
Gilliam presenta a Mefistófeles como un gángster sibarita y a Fausto como un rehén de sus excentricidades cuyos hilos mueven los demonios como los de una figura de guiñol. La degradación moral tiene su correlato en el escenario, que arranca como uno de los paisajes idílicos de Friedrich y desplaza luego la acción a los barrios más repugnantes de Berlín.
Siempre se ha dicho que la obra de Berlioz pierde ritmo escénico los interludios orquestales. Pero eso no es un obstáculo para Gilliam, que los aprovecha en su propio beneficio. El mejor ejemplo es la Marcha húngara, que se ilustra con una bronca entre los soberanos europeos y un suculento pastel con el mapa de Europa en los prolegómenos de la Gran Guerra.
El montaje incluye imágenes de El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl y se recrea en la estética del nacional-socialismo. Hay esvásticas gigantes, nadadores arios y camisas pardas. Dobles de Göring y Goebbels, una melé de putas y matones y una recreación de la Noche de los Cristales Rotos
Se podría decir que el montaje desdibuja la historia de amor entre Fausto y Margarita. Pero eso permite explorar otros elementos como la conexión entre el idealismo alemán y el totalitarismo de Hitler, al que Gilliam retrata como la persona que aparece de espaldas en los lienzos bucólicos de Friedrich.
El final envía a Fausto al infierno y a Margarita a la cámara de gas. Pero antes hay un guiño inesperado a Don Quijote. Gilliam monta a Fausto y Mefistófeles en un sidecar y los embarca en un viaje en el que Dulcinea lleva una estrella de David y los aviones de la Luftwaffe son molinos de viento. Gilliam se saca la espina de su filme inacabado sobre el libro de Cervantes y Fausto se convierte en el caballero de la triste figura.EDUARDO SUÁREZ

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