Versalles recupera el esplendor de la Opera Royal
Versalles recupera el esplendor de la Opera Royal
El mítico ‘templo’ que abrió Luis XV rinde culto a Molière y Lully
RUBÉN AMÓN / París. EL MUNDO
Corresponsal
La ópera ya alojaba en su estado embrionario la aspiración del espectáculo total. Sirva como ejemplo el caso de la comedia de El burgués gentilhombre (1670), escrita a iniciativa de Molière «para divertimento de Luis XIV» y convertida por la música de Lully en punto de encuentro de la danza y la lírica francesas.
Se estrenó en Chambord delante de su majestad y ha regresado ahora al templo versallesco de la Opera Royal, que fue la más importante de Europa hasta la apertura del Palais Garnier (1875) y que ha recuperado su aspecto original como en un viaje en el tiempo. Incluida la maquinaria de madera, el color azulado de los terciopelos y el oropel de los palcos.
Se han necesitado tres años de trabajo y han hecho falta 13 millones de euros. No sólo para adecentar aquella bombonera que Luis XV inauguró en 1770 para celebrar el matrimonio del futuro Luis XVI. También para despojarla de las injerencias arquitectónicas.
Las hubo traumáticas a finales del siglo XIX y las hubo lamentables en 1957, cuando el ministro Malraux quiso «modernizar el teatro». La exhaustiva restauración acometida en tiempos del monarca Sarkozy le ha devuelto los méritos concebidos por el arquitecto Ange-Jacques Gabriel entre el difunto barroco y el naciente clasicismo.
Fue inaugurada la Opera Royal exactamente un siglo después de estrenarse El burgués gentilhombre, aunque el espectáculo de Molière y Lully parece concebido para el teatro que soñó Luis XIV y que sólo sus herederos pudieron disfrutar.
Llama la atención la vigencia de la obra, como sorprende la admirable recreación de Benjamin Lazar (dirección escénica), Vicent Dumestre (batuta) y Cécile Roussat (coreografía). Todos ellos son los artífices de un espectáculo intenso, audaz, trepidante, que compagina admirablemente el esmero filológico con la trastienda de la dramaturgia contemporánea.
Se trataba de reconstruir El burgués gentilhombre. Interpretarlo con el francés que se hablaba en tiempos de Molière. Ejecutar la música con los instrumentos originales. Hipotizar una coreografía que podría danzar el Rey Sol delante de los súbditos. El escrúpulo explica incluso que los actores, los cantantes y los bailarines nunca pierdan de vista la relación frontal con la platea. Ocurría así en la moda de 1670. Y sucede así en marzo de 2010, aunque la conciencia patrimonial y la lealtad al espíritu de la época no contradicen la implicación de los espectadores.
Unos y otros parecen conscientes de encontrarse en una suerte de ceremonia de iniciación. Tanto por el espacio sugestivo de la Opera Royal como por que el templo se yergue en Versalles y se accede a él atravesando la suntuosa residencia regia.
Dentro aguarda un escenario en penumbra. Benjamin Lazar se resiste a emplear cualquier recurso eléctrico, así que la lumbre de las velas redunda en el misterio teatral de Molière. Se consumen a medida que avanza el espectáculo, aunque el mérito de la dramaturgia y de la interpretación musical consiste en olvidarse de los relojes.
Está previsto que El burgués gentilhombre de Lazar, Dumestre y Roussat se estrene en los madrileños Teatros del Canal el año que viene. Pero no será lo mismo.
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