El Teatro Real, teatro alternativo
El Teatro Real, teatro alternativo
LUIS MARÍA ANSON, EL MUNDO 20/03/12
El Teatro Real, teatro alternativo
¡QUÉ GOZADA! El Teatro Real, convertido por una vez en teatro alternativo. No esperaba yo
menos de la sagacidad de Gregorio Marañón, de la firme flexibilidad de Miguel Muñiz, de la
soberbia inteligencia artística de Gerard Mortier. Con la altiva música por la liberación de Wagner
y de Verdi, Mortier ha puesto en pie, sobre las tablas del Teatro Real, C(h)oeurs, el proyecto de
Alain Platel, una obra de teatro alternativo que se había podido representar, en otra dimensión,
claro, en La Cuarta Pared, Triángulo o el desaparecido El Canto de la Cabra.
El divorcio de un sector sustancial de las nuevas generaciones con el orden social reinante
impuesto por los aliados en 1945 se incendió en el manifiesto Indignaos, escrito por un anciano
de 90 años, Stéphane Hessel. En España, otro joven anciano, José Luis Sampedro, amparó con
su sabiduría y su prestigio la indignación de los jóvenes puteados por la desdeñosa sociedad de
consumo que nos atenaza.
Me parece lógico que una parte de los espectadores de C(h)oeurs se hayan irritado con la obra.
A otros nos ha entusiasmado porque el teatro auténtico, tal y como yo lo entiendo, tal y como lo
estudió Ortega y Gasset, consiste en poner un espejo delante de la sociedad y reflejarla como
es. Parece claro que una parte de la nueva generación se ha encrespado ante el inmovilismo de
lo políticamente correcto que nos conduce a la parálisis social. Es el rastro de los andrajos, la
huella de los albañales, la hiel abastecida de la desmemoria, la lluvia del sudor y los cuchillos. El
Teatro Real no está en acuerdo o en desacuerdo con las nuevas corrientes contagiosas. Se
limita a reflejarlas que es lo que debe hacer. Negar la existencia del Ocupa Wall Street, del cerco
londinenses en torno a la catedral de San Pablo, de la ocupación activa durante muchas
semanas de la Puerta del Sol madrileña por el movimiento indignado, sería negarse a aceptar la
realidad, caminar por el estercolero sin olfatear la podredumbre.
El gran desafío del siglo XXI es la justa distribución de la riqueza mundial. El bosque de manos
ensangrentadas que el coro y los bailarines de C(h)oeurs levantaron sobre el escenario del
Teatro Real denuncia la nueva esclavitud del dinero, que convierte, como escribió Wagner en La
revolución, «a muchos en esclavos de unos pocos y a estos pocos en esclavos de su propio
poder, de su propia riqueza». En Nabuco, Verdi enciende también el coro de los esclavos que
lloran su patria perdida, como hoy los inmigrantes en la altiva Europa de la prosperidad y el
desamor. Mortier ha planteado desde el Teatro Real la tremenda meditación galopante de lo que
significa el movimiento de los indignados y lo ha hecho, con Alain Platel, transformando el coliseo
tradicional en una sala alternativa en la que se llega a afirmar que el simplismo de la alta
burguesía es fascista. La obra enjuga las lágrimas furtivas de la civilización decadente y
miserable de esta Europa nuestra cada año más emputecida.
A Angélica Liddell no le hubiera gustado la concesión al convencionalismo del desnudo integral
de las bailarinas y los bailarines de espaldas al patio de butacas. En su ensayo El sobrino de
Rameau, la erizante dramaturga proclama la obligación de destruir todo convencionalismo y
provocar a los obispos, príncipes, aristócratas, banqueros, burgueses, académicos, dirigentes
sindicales, líderes políticos y «demás necios». Es lo que decía Antonin Artaud en el Manifiesto
del teatro de la crueldad, gestado entre los indios tarahumaras del México feroz y su mujer
Génica, «quemadura ácida del cuerpo y del alma», soledad del manicomio del que le sacó Pablo
Picasso. En esa misma línea, las enseñanzas de Bukowski o de Stanislavski en El arte escénico
están plenamente vigentes. «Hay que fustigar el cortejo triunfal de los cabrones biempensantes,
de los honorables hideputas, del teatro hipócrita que enmascara la putrefacción, de las políticas
culturales, encargadas de excluir todo aquello que no está de acuerdo con sus criterios de
corral». Lo mejor que ha hecho Mortier al frente del Teatro Real es el desafío de C(h)oeurs, que
ha encendido la polémica.
Asistimos, en fin, a la agonía del régimen triunfante impuesto tras la II Guerra Mundial. Las
nuevas generaciones luchan por otra democracia. Aspiran a la libertad real. Si Mariano Rajoy
quiere entender la nueva sociedad que llama a la puerta, debería decirle a Soraya que le
acompañe a una representación de C(h)oeurs, en lugar de perder su tiempo en besuquear a
bebés indefensos o en abrazarse a señoras polvorientas en los mítines del PP. Los latidos del
corazón del mundo se aceleran ya en escenarios como en el del Teatro Real, donde se escucha
la música callada, la soledad sonora de las generaciones que vienen.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
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