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¿Estuvieron Vela del campo y Alonso en el mismo concierto?
Por Publicado el: 14/06/2012Categorías: Diálogos de besugos

Monteverdi en el Real provoca unanimidad crítica: puro sopor

LA RAZÓN, 14 de junio
Monteverdi: quién te ha visto…
José Luis Pérez de Arteaga
La excesiva duración de «Poppea e Nerone» provoca nuevos abandonos en el patio de butacas del Teatro Real
«Poppea e Nerone»
De Monteverdi/Boesmans. Voces: Nadja Michael, Charles Castronovo, Maria Riccarda Wesseling, Willard White, William Towers, Ekaterina Siurina. Klagforum, Viena. Dir. musical.: Sylvain Cambreling. Dir. escena: K. Warlikowski. Teatro Real, Madrid. 12-VI-2012.
Pudo haber sido peor. Las opiniones variaban: desde espectadores indignados por lo que consideraban un arreglo musical «digno de Waldo de los Ríos» –a lo mejor no es un insulto, el argentino fue un excelente músico y hábil orquestador, y habría que reivindicarlo– hasta la reacción de parte del público que escapó espantado al concluir la primera parte. Lo peor no fue que el respetable se indignara por la obsesión de Krysztof Varlikowski con el travestismo o la ropa interior, ni que la obra monteverdiana fuera precedida por una clase magistral en inglés de media hora impartida por Séneca «en una gran universidad inglesa o americana», según el resumen argumental de Christian Lonchamp. No, lo peor fue el tedio dimanante del foso orquestal, donde el álter ego del Sr. Mortier, Sylvain Cambreling, volvió a dormir a las ovejas con una traducción musical huera, tediosa, plúmbea e inacabable (4h 20’, descanso incluido).

Dirección soporífera
Cambreling desprecia a la Sinfónica de Madrid, la orquesta titular del teatro –nunca lo ha ocultado, aunque no ha tenido arrestos para decirlo a voces– y se hace traer a la Orquesta de la SWR de Baden-Baden para el «San Francisco» de Messiaen (y nos hace añorar a Ken Nagano en Madrid en 1985), tolera a la Sinfónica en «Pelleas» (y nos hace llorar recordando a Armin Jordan en 1992) y ahora hace venir, se supone que a precio de amigo, al Klangforum de Viena para esta producción (y nos hace bramar de rabia recordando a William Christie en la versión del original montada por Pier Lugi Pizzi, ¡hace sólo dos años, en 2010!) : si esta «refacción» era necesaria, imprescindible, se pudo haber hecho perfectamente con la orquesta del Real, y hasta con un director no soporífero.

 Warlikowski entusiasmó en Madrid en 2008 con «El caso Makropulos», defraudó plenamente en 2011 con «Rey Roger» y ahora ha hecho tablas. El aula universitaria donde se desarrolla toda la adaptación de «L’Incoronazacione di Poppea» funciona escénicamente, su visión triste y oscura del binomio amor-poder es comprensible (el epílogo en rótulos de pantalla que, sobre el famoso dúo amatorio final, detalla el devenir siniestro de los protagonistas) y su dirección de actores es, como otras veces, tan viva como absurda. Los cantantes se pliegan a sus caprichos con estoicismo –Nadja Michael, encima griposa, practicando gimnasia amatoria con desnudos y vestidos sin biombo, Miguel Ángel Zapata en no menos ridículo «strip-tease» al derecho y al revés, Nerone ataviado de «starlette» en sus nupcias– y con excelente actuación vocal en muchos casos (los citados, más Jadwiga Rappé como convincente nodriza, Hanna Minutillo como travieso paje, Wesseling como desencantada «Ottavia» y, sobre todo, el inmenso Willard White, pilar de la producción, como maduro, sabio y autoritario Séneca).

¿Y la orquestación de Philippe Boesmanns? El belga empezó pisando fuerte en la ópera con una gran obra, «La pasión de Gilles», de 1983. Luego no siempre ha respondido a las expectativas despertadas, pero es un «peso pesado» de la creación actual: su instrumentación, a ratos historicista, en otros rompedora, combina la brillantez con la discreción. No perturba para nada el devenir musical y subraya estrictamente lo necesario. Con un buen director, hablaríamos de un resultado musical óptimo. Pero el exceso horario agobia como una losa. El espectáculo termina resultando inacabable, algo que jamás se podrá predicar de una buena interpretación de la «Poppea» de Monteverdi.

Un goteo de bajas
Después del primer acto de esta «Poppea», el público, que se movía un tanto impaciente en la butaca, optó en más de un tercio por abandonar la sala, hecho que se incrementó  tras el segundo acto. Quizá hubo menos deserciones entonces, pero el goteo de abandonos fue constante. Y eso que el martes no jugaba España…

ABC, 14 junio

ABC 14 de junio de 2012

LECCIONES DE MORAL

POPPEA E NERONE * * *
Música: Monteverdi/Boesmans. N. Michael (Poppea), Ch. Castronovo (Nerone), M. Riccarda Wesseling (Ottavia), W. Towers (Ottone), W. White (Seneca), E. Siurina (Drusilla), Klangforum Wien. Dir. de escena: K. Warlikowski. Dramaturgo: Ch. Longchamp. Dir. musical: S. Cambreling. Teatro Real. 12-VI-2012

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

¿Qué sería de Claudio Monteverdi si viviera tal día como hoy? El compositor belga Philippe Boesmans y el director teatral Krzysztof Warlikowski tienen una posible respuesta. Es la ópera «Poppea e Nerone», reformulación de la original e incompleta «L’incoronazione di Poppea». Se acaba de estrenaren el Teatro Real y allí puede verse hasta el 30 de junio. La producción es un estreno mundial, encargo del propio Real en colaboración con Montpellier.
En el comienzo del espectáculo se proyecta una célebre frase de Einstein explicando que el pasado, el presente y el futuro se superponen pues sólo son una ilusión persistente. La idea es bonita Boesmans reorquesta «L’incorona_zione», respeta la línea de canto y la naturaleza armónica del bajo, y coquetea con nuevos timbres y colores, creando asociaciones con los personajes y su carácter, haciendo un trabajo diáfano, bello, transparente. , melifluo… cansino (con independencia de la comedida alegría vital que el director Sylvain Cambreling añade a la calidad del Klangfomm Wien). Al menos en el Real, y tras cuatro horas de espectáculo.
Parece obvio que cada obra exige un espacio de resonancia determinado y que semejante alarde de sutil sonoridad construida sobre una música que en origen ya es pura fragilidad debería recrearse un auditorio más pequeño. Más monteverdiano podría decirse. Esto se sabe: en temporadas anteriores, el de Cremona tuvo plaza en el propio Real. Fue un error por esta misma razón. Como lo es cada vez que se excede la dimensión natural de cualquier obra
También el gran director teatral Krysztof Warlikowski se afirma en lo grande a través de una escenografía monumental, desangelada. Es un primer sentimiento que tendrá todo aquel que entre al Real y descubra ese aula calculadamente geométrica, ordenada, que infunde respeto y algo de prevención. Un lugar conocido? ¿De hoy en día? Yo, de años vividos. Una proyección también posiciona el objeto: Hitler y sus huestes están presentes. Luego, dalo mismo que todo se convierta en sea una recreación estrictamente nazista o más intemporal. La cuestión es que el dramaturgo Christian Longchamp y Warlikowski recurren a lo fácil sin tener porqué hacerlo.
Parten de un libreto formidable, crudo, cargado de terribles referencias. En su tiempo, el sabio Monteverdi lo usó como metáfora para criticar al poder. Y hoy, que tan fácil es huir de los eufemismos, que la realidad circundante es descarnada, arrogante e inmisericorde, todo queda en pasearse por las ramas y, a veces, por la pasarela Será porque a Warlikowski también el espacio le desasosiega, que al final se resuelve casi todo en el proscenio rellenando el resto con figurantes a veces muy marciales y en otros casos más atléticos: demostran_do, sin decirlo, una vez más la naturaleza inmediata de la obra
Es difícil imaginar si con otra savia musical el trabajo escénico pudiera pare_cer distinto. Desde luego hay muchos detalles de ciencia teatral que acaban subsumidos en un letargo formidable. Convencidos pero convincentes, Boesmans y Warlikowski someten su trabajo a un reparto con muchas carencias. Enfermedades al margen, pues sintiéndose mal, Nadja Michael posee sobrada autoridad. O William White, con una voz considerable. Incluso Charles Castronovo de saludable vibrato. Pero no. William Towers, por ejemplo. Es peligroso que así sea porque la desnudez de fondo que propone Poppea e Nerone delega sobre las voces una gran responsabilidad que, en general, no se acredita ni se singulariza en un estilo refinado y concreto. ¿Del pasado, del presente? No cabe distinguir. «Poppea e Nerone» atisba el ayer intentando encontrarse con aquel Monteverdi que inventó el mañana.

EL PAÍS, 14 de junio
El coraje de ir más allá
Juan Angel Vela del Campo
El espectáculo que ahora se presenta con la denominación Poppea e Nerone contempla una nueva orquestación a cargo del compositor Philippe

Hace solamente dos años se representó en el Teatro Real L’incoronazione di Poppea. Se cerraba entonces un ciclo dedicado a la trilogía operística de Claudio Monteverdi, en un planteamiento de los considerados historicistas, con William Christie al frente de Les Arts Florissants. El espectáculo que ahora se presenta con la denominación Poppea e Nerone contempla una nueva orquestación a cargo del compositor Philippe Boesmans, que ya había realizado un primer trabajo de este tipo sobre la misma ópera para La Monnaie de Bruselas en 1989. Los dos enfoques están casi en las antípodas. Christie buscaba una recreación de los sonidos originales, Boesmans pone en bandeja a Sylvain Cambreling una sonoridad contemporánea reforzada además por la colaboración de uno de los grupos de referencia de la música de nuestro tiempo, el mítico Klangforum de Viena. Es, pues, oportuno diferenciar los títulos para que nadie se lleve a engaño. Tampoco está de más recordar que de esta obra maestra de Monteverdi se conservan únicamente la línea melódica y el bajo continuo, con lo que cada grupo que la interpreta escoge una versión a su medida, bien dando prioridad al manuscrito de Venecia o al de Nápoles, los dos supervivientes de esta aventura estética.

Boesmans no es ningún novato en materia operística. Títulos como Reigen, Wintermärchen, Julia o Yvonne, princesse de Bourgogne avalan una trayectoria ejemplar. Y dan una pista de la importancia que otorga a la componente teatral. Tomar como punto de partida obras de Schnitzler, Shakespeare, Strindberg o Gombrowicz, respectivamente, es ya una declaración de principios. Sumergirse en una ópera de Monteverdi es otra historia, por supuesto, sobre todo si se quiere mantener una fidelidad al espíritu original del compositor con una sonoridad del siglo XXI. La integración de instrumentos de varios periodos históricos en la partitura definitiva es una labor de síntesis musical llena de riesgo y de… atractivo. El compositor belga consiguió lo que buscaba y así la ópera suena a Boesmans sin dejar de sonar a Monteverdi. La propuesta musical es extraordinaria. Cambreling la defiende con absoluta convicción, claridad y expresividad, y el Klangforum de Viena, como era de esperar, se muestra impecable en la realización, con lo que el principio de relatividad de Albert Einstein que se proyecta casi al comienzo de la representación adquiere un sentido especial: “La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es solo una ilusión persistente. El tiempo no es lo que parece, no fluye en una única dirección, y el futuro existe de forma simultanea con el pasado”.

EL MUNDO, 13 de junio
Monteverdi en camiseta y calzoncillos
‘POPPEA E NERONE’
Autor. Claudio Monteverdi. / Orquestación: Philippe Boesmans./ Libreto: Giovanni Francesco Busenello. / Dirección Musical: Sylvain Cambreling. / Dirección de escena: Krzysztof WarlikowskL / Intérpretes Naba Michael, Charles Castronovo, Maria Riccarda Wesseling, William Towers. William White.
Calificación. **
ALVARO DEL AMO / Madrid
El compositor Boesmans, ha realizado una orquestación exquisita, donde el rigor y el respeto al autor original se combinan con la audacia y el acierto en la utilización de una sonoridad actual gracias a la percusión, el clarinete e incluso el sintetizador. La obra se inventa y resucita cada vez, y en esta ocasión se presenta musicalmente como una muy lograda versión moderna. El director de orquesta Cambrelíng dirige el depurado conjunto Klangforum Wien con convicción, seguridad y gusto por el detalle. Serio y competente profesional, le falta un toque de invención, unos gramos de fantasía, la urgencia valiente de quien busca y arriesga. Del foso brota una sonoridad limpia, cuya pretendida tersura avanza amenazada por la turbiedad de una indeseada somnolencia. Como una interminable nana bellísima conducida hacia un sopor, apoyado por el peligro de la monotonía; una lentitud que aproxima el drama frenético al quejido de una melopea.
El director de escena Warlikowski sucumbe a un planteamiento teórico ambicioso, que no se corresponde con una narrativa teatral sugerente. La sutileza de la partitura y la cuidadosa lectura orquestal exigían una plasmación escénica hipnótica, que prendiera la atención del espectador, provocando, un ánimo propicio a zambullirse en un universo, rico en significados y arduo por lo prolijo de su desarrollo. Tras un innecesario preludio, tópico y pretencioso, el público se enfrenta a una clase colegial con algo de oficina siniestra donde se oficia el rito de una promiscuidad por capítulos. La insistencia en la imaginería sexual, desde caricias lésbicas a violaciones en masa dentro del dormitorio masculino, sin olvidar el esbozo masturbatorio y el jolgorio del travestí, resulta gélida e inexpresiva. Hay imágenes acertadas, como la muerte de Séneca alejándose al fondo del escenario y proyectado en la pantalla, pero el conjunto se ahoga en el pantano de la pedantería y el capricho.
El reparto, poco ayudado por el montaje, consigue que esta plúmbea producción no naufrague. El esfuerzo, si ello es posible, de abstraerse de lo que se ve para entregarse a lo que se oye, compensa las cuatro horas largas y la falta de imaginación de la batuta. Desde la arrebatada Poppea de Nadja Michael hasta la contundencia del bajo barítono William White como Séneca, pasando por la insidia del Nerone interpretado por el tenor Charles Castronovo, hasta el inquietante Ottone del contratenor Willíam Towers o la sentida-Ottavia de Maria Riccarda Wesseling, todos transmiten la excelsitud de una música fresca y estimulante en su siempre joven longevidad.
Un espectáculo trabajado, que plantea, una vez más la dificultad operística de sintetizar en una común armonía los diversos componentes en juego.

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