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San Petersburgo, la vuelta de un mito
Por Publicado el: 28/01/2005Categorías: Noticias y maldades

Querida Victoria:

Querida Victoria
Lamentablemente has pasado muchos días desde que nos abandonaste, pero desde esta web no podía dejar de despedirte. No voy a contar quién eras y serás siempre. Ya se ha contado, aunque no con la extensión que merecías. Los periódicos suelen ser rácanos con los clásico. Menos mal que Anson tuvo la feliz ocurrencia de ofrecerte una emotiva Canela. Y yo ya lo he hecho y habrás podido leerlo aquí líneas más abajo. Por eso simplemente quiero comentarte mis impresiones sobre lo que ha ocurrido tras tu partida.
Desde donde estés y una vez ya superada la depresión que te embargó en los últimos años, no se que habrás pensado de cuanto ha sucedido aquí. No se si te habrás indignado o te habrá salido tu eterno hoyuelo en las mejillas al sonreír. Eso sin duda habrá sucedido cuando hayas visto los telediarios. Fijate ¡se han ocupado de ti! Claro que, como siempre, un poco tarde. Sólo al ver que los periódicos te llevaban a sus portadas. No has sido demasiadas páginas, ¿verdad? ¡Con todo lo que nos regalaste a todos, con lo que difundiste nuestra música! Siempre seremos unos desagradecidos y siempre, más aún, unos soberanos incultos, incapaces de valorar debidamente. Porque, ¿qué me cuentas de las voces que se han alzado para hablar de ti? ¡Qué contrasentido! Porque a alguna de ellas no debió abrir la boca, como tu y yo bien sabemos, porque no te apreciaron especialmente en vida y, desde luego, no te hicieron ningún caso cuando lo necesitabas. Pero así funcionan las cosas por aquí abajo. Se quieren grandes nombres para dar opiniones vacías. Siempre ese estrellato tan lejano a ti. ¿Dónde quedaron los recuerdos de quienes, como Ausensi, Frühbeck, Zanetti, Alonso, etc,, habían trabajado contigo y te conocía bien? Hay quien ha opinado sin otra base que haberte escuchado en disco. Y, tu lo sabes, hay quien no ha podido opinar porque las lágrimas no se lo permitían. ¡Pobre Alicia! Si apenas pudo verte en los últimos tiempos. Ni por teléfono ni cuando, desesperada, se acercó hasta tu casa varias veces. Sólo la última de ellas pudo cruzar el umbral. Mándale ánimos, porque los necesita. No puede ni hablar y ya se ve siguiéndote pronto para hacer música juntas en las alturas.
Y, lejos ya de sufrimientos, suelta una carcajada tan limpia como tu voz cristalina para los responsables de esos telediarios y algunos periódicos que han dicho de ti: “Su voz no tenía límites, por lo que pudo cantar todo el repertorio”. Ya ves qué barbaridades. Escribir sin saber ni quien eras ni cómo cantabas. Quizá también lo sea lo que quiero pedirte: que vayas preparando con Gerald Moore una reunión musical para cuando lleguemos Elisabeth Scharzkopf, Dietrich Fischer-Dieskau y tantos otros amigos menos famosos que has dejado aquí. ¡Ah, seguro que Alicia y Miguel Lerín también se apuntan!
Gonzalo ALONSO.

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