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Por Publicado el: 25/11/2012Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Teatros y prensa

Teatros y prensa

Los departamentos de prensa de las instituciones, que en muchos casos han pasado a denominarse de “comunicación”, se han convertido en algo fundamental en las instituciones culturales.  Casi todo lo que a ustedes les llega proviene de ellos directa o indirectamente. No existe una capacitación específica para incorporarse a ellos y, en el fondo, el oficio se puede aprender en poco tiempo. Basta tener sensibilidad, ganas de trabajar, de aguantar a los periodistas, de sobrellevar a los directores artísticos o musicales y de aprenderse cuatro reglas. Los hay que funcionan espléndidamente y los hay que dan pena.

Entre los primeros está el del Teatro Real. Juan Marchán, Inés Tostón, Grasa Ramos y el resto del personal han realizado una labor espléndida durante años, estando al frente del departamento hasta hace muy poco Marisa Vazquez-Shelly, también infatigable en su responsabilidad sobre patrocinios. Han sabido lograr una relación con los medios de comunicación que se traduce en una presencia continua de sus espectáculos en la prensa escrita, muy superior a la que consigue cualquier otra institución, lo que se traduce también en la taquilla. Cuando se funciona de esta forma es posible “bombardear” al público de forma que hasta parezca tonto el que no compre una entrada y así se han reducido a última hora muchos de los huecos -¿seguro que el responsable de ellos es el iva?- que últimamente se ven en las localidades bajas. Grandes profesionales y magníficos resultados.


Patio butacas del Teatro Real en “Sor Angélica”
Cada día se profesionaliza más la profesión y empieza a ser habitual que el medio del crítico que acude a un espectáculo reciba un email al acabar éste con fotos del mismo aunque sea sábado o domingo. Esto era impensable hace pocos años. Esto sucede en la ópera de Munich o en el Festival de Perelada.

Sin embargo hay lugares de prestigio en los que sorprende su penoso funcionamiento funcionamiento. Emails, cartas y faxes se acumulan sin contestar con la excusa del “enorme trabajo” que sobrellevan o con el argumento de que antes hay que dedicarse en exclusiva a una muestra anterior y, en un festival de renombre internacional, hasta existe un responsable que utiliza el puesto para vender favores a cambio de regalos, para premiar a los periodistas dóciles o para castigar a los incómodos negándoles las consabidas entradas. Y, lo peor, es que su jefe lo permite, por ignorancia irresponsable o soberbia. Por cierto, ¡cuánta de ésta hay en los teatros!

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