Las críticas a “Macbeth” en el Teatro Real
He aquí las críticas que se van publicando en la prensa nacional. A El País le conmueve, lo que no sucede con los demás, escuetísima la de El Mundo, más argumentada la de ABC y clarificadora al máximo la de La Razón. Todas, menos la voz de su amo, tienen un fondo común: la puesta en escena trasmite frialdad y monotonía.
El País
Verdi siempre conmueve
De Giuseppe Verdi. Con Dimitris Tiliakos, Violeta Urmana y Dmitry Ulyanov, entre otros. Director musical: Teodor Currentzis. Director escénico: Dmitri Tcherniakov. Sinfónica de Madrid, Coro Intermezzo. Teatro Real, 2 de diciembre
De una u otra forma, los teatros de ópera se han puesto las pilas para recibir el año Verdi. El compositor italiano es el corazón histórico del melodrama lírico-romántico como en otro sentido Wagner lo es del drama musical. Teatros de fuste como la Bayerische Staatsoper en Múnich han programado hasta nueve títulos de Verdi de aquí a finales de julio, y festivales emblemáticos como el de Salzburgo han incorporado hasta cuatro óperas, en versión escenificada o de concierto, para su próxima edición veraniega. En Italia la Ópera de Roma ha sido la más madrugadora con una fabulosa versión de Simon Boccanegra, dirigida por Riccardo Muti, el gran verdiano de nuestro tiempo. En nuestro país, Bilbao es la que tiene los deberes más avanzados, gracias a los 18 títulos ya representados del proyecto Tutto Verdi de la ABAO. El Real, adelantándose también al bicentenario del nacimiento, ha recurrido al montaje de Tcherniakov para Macbeth, visto en París en abril de 2009 y antes, en 2008, en Novosibirsk. Currentzis ha vuelto a tomar la batuta. El director artístico del coliseo madrileño es, evidentemente, hombre de fidelidades. Lleno hasta la bandera en la première y reacción previsible, con aclamaciones al equipo musical y abucheos generalizados, aunque no demasiado agresivos, al director de escena.
El griego Teodor Currentzis se ha consolidado como un director carismático en Madrid. Es brillante y tiene oficio. Tanto en el programa Chaikovski-Stravinski de la pasada temporada, como en el reciente concierto lírico monográfico dedicado a Mahler, había convencido a los más escépticos por su capacidad de comunicación con la Sinfónica de Madrid, de la que obtiene unos niveles de calidad que hace poco no se podían soñar, y especialmente por la creación de climas de tensión dramática que no decaen un solo instante.Macbeth
En Macbeth ha revalidado las mejores impresiones, aunque se eche de menos en el sonido cierto estilo verdiano en el sentido más poético. La energía la distribuye a raudales y el sentido lírico-melodramático es impecable, como también lo es su idoneidad en la fusión foso-escena. Por todo ello se convirtió en el gran triunfador de la noche. El elenco vocal respondió a un nivel notable aunque no extraordinario, con algunas dificultades en los papeles protagonistas que tanto Urmana como Tiliakos sortearon con pundonor. El magnífico, y por otra parte sobrevalorado, coro Intermezzo se mostró, como es habitual en él, más cautivador en los pasajes expresivos que en los más delicados desde el punto de vista de la sutileza.
Escénicamente, la propuesta de Tcherniakov es imaginativa y asume riesgos, lo que es de agradecer. Tiene una belleza plástica de cierta ambigüedad conceptual, que la hace atractiva. Hay, sin embargo, cierta sensación de distanciamiento por momentos, como en la muerte del rey Duncan, muy banalizado como personaje, y en la de Macbeth, de una resolución demasiado simplona. La identificación de las brujas con el pueblo es discutible pero respetable. No resulta especialmente conseguida, a efectos visuales, la concentración-limitación del espacio de la habitación detrás de la ventana-pantalla. La estética de interiores está en la sugerente línea habitual del director ruso, al igual que el movimiento coral y la dirección de actores. No es una puesta en escena tan redonda como la de Eugenio Oneguin pero tiene interés, aunque su diseño teórico-intelectual esté por encima de la pasión melodramática. Verdi, en cualquier caso, conmueve. Juan Angel Vela del Campo
El Mundo
Patria oprimida
MACBETH
Int: Dimitris Tiliakos (Macbeth), Dmitry Ulyanov (Banco), Violeta Urmana (Lady Macbeth). Stefano Secco (Macduff), Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dir.
escena: Dmitri Tcherniakov. Dir. musical: Teodor Currentzis. Lugar: Teatro Real. Fecha: 2-XII
El anuncio de la puesta en escena de «Macbeth» en el Teatro Real ha dado ánimo a la afición madrileña, sin duda ilusionada ante la experiencia de compartir las arrebatadas pasiones que Shakespeare y después Verdi dibujaron con genial elocuencia. «Macbeth» es eso y mucho más, pues no ha de olvidarse la novedosa calidad del lenguaje que manejó el maestro de La Roncole, y la presión a la que sometió a su libretistas Piave y Maffei, empeñado en vincular coherentemente palabra y música en una «obra de arte total». El detalle es relevante pues a partir de él cabe valorar algunas singularidades de la propuesta que estos días presenta el Real y que ayer se estrenó con disparidad de opiniones fundadas en el trabajo del director teatral Dmitri Tcherniakov.
Pero antes de llegar a él conviene detenerse en el aspecto interpretativo, en varias consideraciones tampoco demasiado alejado del planteamiento escénico. En el punto conceptualmente más distante está la dirección musical del griego Teodor Currentzis, cuya estancia en Rusia no le ha hecho perder un ápice de entrega y generosidad musical en la consecución de una sustanciosa realización orquestal, con pálpito interno y mejor sonoridad. La orquesta titular firma una colaboración muy bien acabada, estupenda, que en esta ocasión el coro no acaba de rematar, particularmente en el desajustado «incantesimo» con el que comienza el tercer acto. El color instrumental tiene parangón en la voz de Dmitry Ulyanov, cuyo Banco destaca sobre el resto. El tenor Stefano Secco pone heroísmo a Macduff y es suficiente pues en él es relevante la manera decidida con la que canta «La paterna mano» y no tanto el medio, de timbre poco agraciado.
Más clarificador a la hora de entender el carácter de esta propuesta es el caso del protagonista, Dimitris Tiliakos, pues su Macbeth se pliega a la música antes que a las inflexiones del texto además de dicho en un italiano poco refinado: mejor cantado que expresado, mejor delineado musicalmente que intencionado en la vocalidad su interpretación escasea del punto final de grandeza, con independencia de que manifieste una clara tendencia a desafinar. También Violeta Urmana peca de este defecto, en su caso más obvio en muchos agudos destemplados y en un desarrollo dramatúrgico poco afortunado que concluye en una escena del «Sonnambulismo» de medido recorrido. Lo relevante es que en uno y en otro pesa la verdadera traducción del espíritu de fondo, lo que concluye en un versión de escasa sangre, de poca latinidad, de la misma fría claridad que transmite la propuesta de Tcherniakov.
Posiblemente en este aspecto quepa ver la mayor de las discrepancias con su trabajo. Algo tenía que tener un director inconformista, que le gusta ver más allá de lo obvio, que se maneja con herramientas de enorme calidad y arriesga. En este «Macbeth» lo deja claro al convertir en intrigas caseras aquellas grandes pasiones que cualquiera anhelaría en buena lid: desde la gélida plaza pública, iluminada por una farola y comprimida por un nuboso ciclorama, al interior de una alcoba sin especiales adornos, pequeña y enmarcada, una ventana para el espectador a la que se accede después de viajar desde la inmensa proyección de un mapa Google que sirve de vehículo de conexión entre las distintas escenas.
Para que así, Tcherniakov busca soluciones originales, como es bajar el coro al foso, permitir que algún figurante llore, ría, o grite, mientras que las brujas pasan a ser muchedumbre. Con ello se trastoca el elemento fantástico de la obra, el menos creíble, pero también el más romántico, lo que convierte el total en un retrato de aparente realismo con detalle revolucionario incluido cuando, puño en alto, llega el momento de aliarse con Macduff en contra del rey Macbeth. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
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