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Por Publicado el: 04/12/2012Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas a “Macbeth” en el Teatro Real

He aquí las críticas que se van publicando en la prensa nacional. A El País le conmueve, lo que no sucede con los demás, escuetísima la de El Mundo, más argumentada la de ABC y clarificadora al máximo la de La Razón. Todas, menos la voz de su amo, tienen un fondo común: la puesta en escena trasmite frialdad y monotonía.

El País

Verdi siempre conmueve

De Giuseppe Verdi. Con Dimitris Tiliakos, Violeta Urmana y Dmitry Ulyanov, entre otros. Director musical: Teodor Currentzis. Director escénico: Dmitri Tcherniakov. Sinfónica de Madrid, Coro Intermezzo. Teatro Real, 2 de diciembre

De una u otra forma, los teatros de ópera se han puesto las pilas para recibir el año Verdi. El compositor italiano es el corazón histórico del melodrama lírico-romántico como en otro sentido Wagner lo es del drama musical. Teatros de fuste como la Bayerische Staatsoper en Múnich han programado hasta nueve títulos de Verdi de aquí a finales de julio, y festivales emblemáticos como el de Salzburgo han incorporado hasta cuatro óperas, en versión escenificada o de concierto, para su próxima edición veraniega. En Italia la Ópera de Roma ha sido la más madrugadora con una fabulosa versión de Simon Boccanegra, dirigida por Riccardo Muti, el gran verdiano de nuestro tiempo. En nuestro país, Bilbao es la que tiene los deberes más avanzados, gracias a los 18 títulos ya representados del proyecto Tutto Verdi de la ABAO. El Real, adelantándose también al bicentenario del nacimiento, ha recurrido al montaje de Tcherniakov para Macbeth, visto en París en abril de 2009 y antes, en 2008, en Novosibirsk. Currentzis ha vuelto a tomar la batuta. El director artístico del coliseo madrileño es, evidentemente, hombre de fidelidades. Lleno hasta la bandera en la première y reacción previsible, con aclamaciones al equipo musical y abucheos generalizados, aunque no demasiado agresivos, al director de escena.

El griego Teodor Currentzis se ha consolidado como un director carismático en Madrid. Es brillante y tiene oficio. Tanto en el programa Chaikovski-Stravinski de la pasada temporada, como en el reciente concierto lírico monográfico dedicado a Mahler, había convencido a los más escépticos por su capacidad de comunicación con la Sinfónica de Madrid, de la que obtiene unos niveles de calidad que hace poco no se podían soñar, y especialmente por la creación de climas de tensión dramática que no decaen un solo instante.Macbeth

En Macbeth ha revalidado las mejores impresiones, aunque se eche de menos en el sonido cierto estilo verdiano en el sentido más poético. La energía la distribuye a raudales y el sentido lírico-melodramático es impecable, como también lo es su idoneidad en la fusión foso-escena. Por todo ello se convirtió en el gran triunfador de la noche. El elenco vocal respondió a un nivel notable aunque no extraordinario, con algunas dificultades en los papeles protagonistas que tanto Urmana como Tiliakos sortearon con pundonor. El magnífico, y por otra parte sobrevalorado, coro Intermezzo se mostró, como es habitual en él, más cautivador en los pasajes expresivos que en los más delicados desde el punto de vista de la sutileza.

Escénicamente, la propuesta de Tcherniakov es imaginativa y asume riesgos, lo que es de agradecer. Tiene una belleza plástica de cierta ambigüedad conceptual, que la hace atractiva. Hay, sin embargo, cierta sensación de distanciamiento por momentos, como en la muerte del rey Duncan, muy banalizado como personaje, y en la de Macbeth, de una resolución demasiado simplona. La identificación de las brujas con el pueblo es discutible pero respetable. No resulta especialmente conseguida, a efectos visuales, la concentración-limitación del espacio de la habitación detrás de la ventana-pantalla. La estética de interiores está en la sugerente línea habitual del director ruso, al igual que el movimiento coral y la dirección de actores. No es una puesta en escena tan redonda como la de Eugenio Oneguin pero tiene interés, aunque su diseño teórico-intelectual esté por encima de la pasión melodramática. Verdi, en cualquier caso, conmueve. Juan Angel Vela del Campo

 

El Mundo

‘MACBETH’

Obra: Macbeth. / Autor: Verdi. / Director musical: Teodor Currentzis. / Director de escena, escenógrafo y figurinista: Dmitri Tcherniakov. / Reparto: Dimitris Tiliakos, Violeta Urmana. Escenario: Teatro Real. Fecha: 2 de diciembre.

La idea de catapultar la Escocia del Siglo XI a un lugar indeterminado que bien podía ser un suburbio de Kiev durante la Guerra Fría, es una ocurrencia poco afortunada que entorpece las calidades de una interpretación coral, vocal y musical relevante, obligada a nadar en aguas pantanosas. El público sabe delimitar responsabilidades, y premió a la batuta, al coro y a los solistas, reservando para el responsable del montaje un sonoro abucheo.

El director de escena Tcherniakov prescinde de nobles y reyes, que transmuta en simples burgueses. Se niega a distinguir entre los diferentes grupos, todos mezclados en un coro único, agitado a veces por risitas, como si el propio narrador de la historia de ruido y de furia se pitorreara de lo que está contando. Como resultado, el conocido forcejeo entre la obra y la forma que se le impone, donde acaba venciendo la obra, gracias a la pericia de sus artífices. Para la protagonista, Verdi no quería que fuera atractiva ni siquiera le interesaba que cantara bien pues la concebía como una mujer fea y malvada. Violeta Urmana es una actriz de grata presencia y una estupenda cantante, que logra comunicar el desgarro y la inquina de su personaje a pesar de verse obligada a reducirlo a una ama de casa vulgar a la que sólo le faltan los rulos. También Dimitris Tiliakos logra hacer creíble su Macbeth, que se desfonda al final, tal vez por verse obligado a morir en calzoncillos. La música cuenta la historia tenebrosa a través de una riqueza melódica desbordante y exquisita, que logra el prodigio de expresar la negrura con el máximo esplendor. La orquesta dirigida por Teodor Currentzis suena limpia e incisiva, con algún desmayo, como el lamento sobre la patria oprimida, obligando al coro, excelente en general, a languidecer en un inoportuno sentimentalismo. Álvaro del Amo

 

La Razón

Temporada del Teatro Real

“Macbeth”, de cómo retorcer un libreto

“Macbeth” de Verdi. D.Tiliakos, V.Urmana, D.Ulyanov, M.Nogales, S.Secco, A.Nigro. Orquesta y Coros titulares del Teatro Real. D.Tcherniakov, dirección escénica. T.Currentis, dirección musical. Teatro Real. Madrid, 2 de diciembre

Los aficionados a la música en vivo sabemos que los espectáculos no se agotan en su propia duración, sino que hay un antes y un después en los que disfrutar de intercambio de opiniones, un gin-tonic o una cena. Una crítica tampoco se agota con el análisis de obra o interpretación. El “Macbeth”  supone uno de esos casos en que este plus es conveniente.

Basta entrar en la página del teatro dedicada la compra de entradas para comprobar el ansia que hay en el público por Verdi y el gran repertorio. Excepto la primera función, con sus muy caras entradas, prácticamente las otras siete representaciones están vendidas. Esto no ha sucedido con otros títulos que no han superado un 65% de ocupación. Es cuestión a tener en cuenta en época en la que, con menos subvenciones oficiales, la taquilla es más importante que antes. El Real estrenó una producción propia en 2004 que encargó a Gerardo Vera, no muy lograda por cierto, y guardaba en sus almacenes y ahora alquila o compra una proveniente de los teatros de París y Novosibirsk (2008).

Mortier afirma que este Macbeth es “para  personas  inteligentes” y nos somete una vez más a uno de sus análisis superficiales. El director artístico que amplía sus funciones al supuesto ensayo ha de saber y admitir que ensayistas, musicólogos o críticos podamos y debamos decir algo al respecto. Tscherniakov, uno de sus registas favoritos, es profesional con ideas, incluso quizá demasiadas ideas, muy atento al detalle, quizá más al árbol que al bosque, con un afán persistente en reinventar libretos. A veces acierta, pero siempre es a base de forzar los conceptos originales. Lo hace en este Verdi, en el que no hay brujas, al igual que en el pasado “Eugenio Oneguin” no había duelos. Las brujas somos el pueblo, Macbeth es un ser quizá inicialmente bueno que ha sido corrompido por la sociedad. Su lady es una infeliz locamente enamorada… ¿Fueron así los Ceausesco?  En realidad sólo le falta tal alusión. La provocación es también evidente, por ejemplo en Macbeth cantando en calzoncillos y corbata su gran aria. El recurso al Google Earth para acercar, alejar, centrar la acción o representar la distancia entre el poder y el pueblo ya ha sido utilizado otras veces, por ejemplo por la Fura hace años. Es cierto que hay ideas y que muchas pueden ser interesantes, -elegantísima la resolución de la muerte de Banquo- pero muchos nos preguntamos por qué estos profesionales tan imaginativamente al borde de la masturbación mental –en ocasiones sus lecturas necesitan una conferencia previa para volver a entender a Verdi o Puccini- no dedican sus esfuerzos a escribir nuevos libretos en vez de retorcer los existentes.

Mortier es muy amigo de sus amigos – loable en lo personal, no tanto en lo público-  y nos los sirve hasta en la sopa. En el fondo su mundo es tan pequeño como la casa de muñecas en la que Tcherniakov sitúa el palacio y supondría una alegría que reflexionara y un buen día derribase parte de sus planteamientos como hace Tcherniakov con dicha casita tras la muerte de Macbeth. Por cierto con un ruido que perjudica la música y con un coste que no debe ser despreciable.

Teodor Currentzis dirige con la fogosidad de la juventud pretendiendo, inútilmente a veces, que el coro mantenga sus tempos con los consiguientes desajustes. La orquesta mantiene su buen nivel. La ocultación del coro, junto al marco de la escena, potencia la impresión de estar ante un monótono film con sonido sorround. El barítono Dimitris Tiliakos tiene muy preparado el papel y por ello sortea las aristas con soltura y medias voces. Como diría Piero Cappuccilli, da el pego. Violeta Urmana, siempre vocalmente poderosa, posee incluso un timbre más agradable del que Verdi dibujó para la protagonista a pesar de las evidentes limitaciones por arriba. El tenor Stefano Secco arranca los mayores aplausos en una entregada “Ah la paterna mano”, cantada desde dentro del corralito de sus hijos y el bajo Ulyanov, abonado al Real, cumple.

“La vida es una historia contada por un idiota, llena de ruido y furia, que no significa nada” escribió Shakespeare al final de este drama. La frase sería trasportable a la producción a juicio de la parte del público que protestó su ejecución. Perdón señor Mortier, siento no ser inteligente. Gonzalo Alonso

ABC

Patria oprimida

MACBETH

Int: Dimitris Tiliakos (Macbeth), Dmitry Ulyanov (Banco), Violeta Urmana (Lady Macbeth). Stefano Secco (Macduff), Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dir.

escena: Dmitri Tcherniakov. Dir. musical: Teodor Currentzis. Lugar: Teatro Real. Fecha: 2-XII

El anuncio de la puesta en escena de «Macbeth» en el Teatro Real ha dado ánimo a la afición madrileña, sin duda ilusionada ante la experiencia de com­partir las arrebatadas pasiones que Shakespeare y después Verdi dibujaron con genial elocuencia. «Macbeth» es eso y mucho más, pues no ha de ol­vidarse la novedosa calidad del lenguaje que manejó el maestro de La Roncole, y la presión a la que sometió a su libretistas Piave y Maffei, empeñado en vincular coherentemente palabra y música en una «obra de arte total». El detalle es relevante pues a partir de él cabe valorar algunas sin­gularidades de la propuesta que estos días presenta el Real y que ayer se es­trenó con disparidad de opiniones fun­dadas en el trabajo del director teatral Dmitri Tcherniakov.

Pero antes de llegar a él conviene detenerse en el aspecto interpretati­vo, en varias consideraciones tampo­co demasiado alejado del planteamien­to escénico. En el punto conceptualmente más distante está la dirección musical del griego Teodor Currentzis, cuya estancia en Rusia no le ha hecho perder un ápice de entrega y genero­sidad musical en la consecución de una sustanciosa realización orques­tal, con pálpito interno y mejor sonoridad. La orquesta titular firma una colaboración muy bien acabada, estu­penda, que en esta ocasión el coro no acaba de rematar, particularmente en el desajustado «incantesimo» con el que comienza el tercer acto. El color instrumental tiene parangón en la voz de Dmitry Ulyanov, cuyo Banco destaca sobre el resto. El tenor Stefano Secco pone heroísmo a Macduff y es suficiente pues en él es relevante la manera decidida con la que canta «La paterna mano» y no tanto el medio, de timbre poco agraciado.

Más clarificador a la hora de enten­der el carácter de esta propuesta es el caso del protagonista, Dimitris Tilia­kos, pues su Macbeth se pliega a la mú­sica antes que a las inflexiones del tex­to además de dicho en un italiano poco refinado: mejor cantado que expresado, mejor delineado musicalmente que intencionado en la vocalidad su inter­pretación escasea del punto final de grandeza, con independencia de que manifieste una clara tendencia a de­safinar. También Violeta Urmana peca de este defecto, en su caso más obvio en muchos agudos destemplados y en un desarrollo dramatúrgico poco afor­tunado que concluye en una escena del «Sonnambulismo» de medido recorrido. Lo relevante es que en uno y en otro pesa la verdadera traducción del espíritu de fondo, lo que concluye en un versión de escasa sangre, de poca latinidad, de la misma fría claridad que transmite la propuesta de Tcher­niakov.

Posiblemente en este aspecto quepa ver la mayor de las discrepancias con su trabajo. Algo tenía que tener un director inconformista, que le gusta ver más allá de lo obvio, que se maneja con herramientas de enorme cali­dad y arriesga. En este «Macbeth» lo deja claro al convertir en intrigas ca­seras aquellas grandes pasiones que cualquiera anhelaría en buena lid: desde la gélida plaza pública, iluminada por una farola y comprimida por un nuboso ciclorama, al interior de una alcoba sin especiales adornos, pequeña y enmarcada, una ventana para el espectador a la que se accede después de viajar desde la inmensa proyección de un mapa Google que sirve de vehí­culo de conexión entre las distintas escenas.

Para que así, Tcherniakov busca so­luciones originales, como es bajar el coro al foso, permitir que algún figu­rante llore, ría, o grite, mientras que las brujas pasan a ser muchedumbre. Con ello se trastoca el elemento fan­tástico de la obra, el menos creíble, pero también el más romántico, lo que convierte el total en un retrato de apa­rente realismo con detalle revolucio­nario incluido cuando, puño en alto, llega el momento de aliarse con Macduff en contra del rey Macbeth. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

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