Benedicto XVI, el Papa anti-rock
La NUeva España, 28 abril 2005
Durante los días previos al Cónclave se señaló en varias ocasiones el vínculo, más o menos estrecho, de sus eminencias con la música, sobre todo práctica, destacando aquellos cardenales que practicaban la música. Se destacó el ejemplo del hondureño Maradiaga, capaz de tocar varios instrumentos. Sin embargo, apenas se señaló la estrecha relación de Joseph Ratzinger con el mundo de los sonidos, lo que no deja de ser una contradicción si tenemos en cuenta que ha sido una de las personalidades que ha dedicado mayores esfuerzos a esclarecer su papel, sobre todo en relación con la religión y la liturgia. Su conocimiento de este arte viene desde su infancia. En su libro de conversaciones con Peter Seewald, afirmaba el importante lugar que había tenido en sus primeros años, destacando especialmente su sensibilidad hacia Mozart, y señalaba su capacidad, como arte, para «juntar a las personas».
En el concierto homenaje a Juan Pablo II, con motivo del 25.º aniversario de la llegada de Éste al trono de San Pedro, el prefecto Ratzinger realizó un poético y hermoso discurso centrado sobre las figuras de Haendel, Bach y Beethoven. De este último exaltó los valores que trascienden tanto en su «Missa Solemnis» como en la «Novena Sinfonía», una obra que refleja la lucha interior de éste, «en medio de las dificultades de la vida», su travesía en medio de tantas noches oscuras en las que «ninguna de las estrellas prometidas parecen brillar en el cielo». También se expresaba sobre las cuestiones musicales en el libro en colaboración con Vittorio Messori donde afirmaba que «la Iglesia tiene el deber de ser incluso ciudad de la gloria» por lo que deben llevar a la oreja de Dios «las voces más profundas de la humanidad».
Sin embargo, sus más importantes, y polémicas, reflexiones se produjeron en un documento amplísimo, presentado en el VIII Congreso Internacional de Música Sacra, donde el actual Benedicto XVI señalaba sus consideraciones sobre la música y su papel en la liturgia a partir de una lectura evolucionada del platonismo. Ante la decadencia vivida en los últimos cuarenta años, fruto de la apertura que a otros géneros tuvo el Vaticano II, el cardenal Ratzinger se expresaba con indudable autoridad y conocimiento con frases muy duras que, ahora recordadas al tratarse de un nuevo pontífice, sin duda recrearán la polémica que ya en su día le acompañó en una ponencia titulada «Liturgia y música sacra», que establecía un vínculo muy estrecho entre algunas piezas musicales con las nuevas manifestaciones surgidas en algunos países iberoamericanos -simplificadas en el concepto de Teología de la Liberación- donde comentaba que «la fuerza de choque de los cánticos revolucionarios comunica un entusiasmo y una convicción que no pueden derivar de una liturgia simplemente recitada», lo que necesariamente genera determinados peligros en su utilización para otros fines.
También el Concilio Vaticano II permitió la introducción de algunos recursos musicales más que próximos a las músicas populares urbanas dentro de la liturgia. Éstos han tenido resultados controvertidos y han sido señalados, por muchos sectores de la Iglesia, como empobrecedores. El cardenal Ratzinger se expresaba en la ponencia citada radicalmente en contra, en uno de los textos más duros que se han escrito en los últimos años. Allí ataca los festivales dedicados al rock afirmando que en ellos se potencia el deseo de abolir «las barreras de lo cotidiano», en una ilusión «de liberación del yo en el éxtasis furioso del ruido y de la masa». El nuevo Papa señalaba que en este tipo de manifestaciones se aplican prácticas similares a las que fomenta la droga, «fundamentalmente opuestas a la concepción de redención de la fe cristiana». Resalta el hecho de que se extienden cada vez más, en este ámbito, «los cultos y las músicas satánicas de peligroso poder, en cuanto que tienden a la destrucción y al debilitamiento de la persona», prácticas que, subraya, «no se han tomado en serio de modo suficiente».
En sus reflexiones, el cardenal Ratzinger señalaba que «la disputa que Platón ha tenido sobre música dionisiaca y apolínea no es la nuestra porque Apolo no es Cristo», aunque esta cuestión la valora como «muy cercana». Afirma que, de alguna manera, «la música se ha convertido hoy en el vehículo determinante de una contrarreligión y, por tanto, en el escenario de la división de los espíritus». Esta religión, que Ratzinger considera «peligrosa», encuentra su salvación en la liberación absoluta «de la personalidad y de su responsabilidad». En ella la música rock -potenciada por la idea de libertad anárquica que, según su opinión, «domina en Occidente más que en Oriente»- se opone radicalmente «a la concepción cristiana de la redención y de la libertad». Y dictamina que «no por motivos estéticos, ni por obstinación restauradora, ni por inmovilismo histórico», sino por motivos antropológicos de fondo, este tipo de música «debe ser excluida de la Iglesia».
En sus consideraciones, fruto de una reflexión más espiritual que científica, compartimenta varios tipos de música: «La de agitación que anima al hombre con fines colectivos». Se refiere también a lo que califica como música «sensual, que introduce al hombre en la esfera erótica que lo empuja esencialmente a sensaciones de placeres sensibles». Desprecia lo que él valora como música ligera «que no quiere decir nada, sino que sólo aspira a romper el peso del silencio». En relación con las tendencias de muchos creadores contemporáneos, habla de una «música racionalista en la que los sonidos sirven solamente para la construcción racional, que no permite una penetración real del espíritu o de los sentidos».
Considera que la fe, convertida en música, «forma parte del proceso de encarnación de la Palabra», si bien destacaba la importancia de la música en el Hombre, a partir de unas reflexiones de Mahatma Gandhi. Éste evidenciaba tres espacios de vida del cosmos y mostraba que cada uno de estos tres espacios vitales ofrecía un modo especial de ser. Señalaba que en el mar viven los peces que callan; sobre la tierra, los animales gritan, pero son los pájaros, cuyo espacio natural es el cielo, «los que cantan». Así Benedicto XVI señalaba que «del mar es propio callar, de la tierra gritar y del cielo cantar. El hombre participa de todos los tres ámbitos, lleva en sí mismo la profundidad del mar, el peso de la tierra y la altura del cielo» y, por ello, son también propiamente suyas las tres propiedades: callar, gritar y cantar. Establece una estrecha relación con el hecho de que, en su opinión, hoy al hombre, privado de la trascendencia, sólo le queda «gritar porque quiere ser, sobre todo, tierra y busca convertir su tierra en cielo y mar». A su juicio, la verdadera liturgia, la liturgia de la comunión de los santos, es la que restituye la «auténtica totalidad» de los tres ámbitos, enseñándole de nuevo a callar y cantar, «recuperando la profundidad del mar y enseñándole a volar, el espacio de los ángeles, elevando a su corazón para hacer resonar de nuevo el canto que en él había desaparecido». Y afirma que la verdadera liturgia «se reconoce en el hecho de que es cósmica, no a la medida de un grupo. Y por ello canta con los ángeles, y calla con la profundidad del universo en estado de espera para así redimir a la tierra».
Luis G. Iberni
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