Teresa Berganza: “me puedo suicidar tranquilamente”
Teresa Berganza: “Cuando amas mucho, no te importa no ser correspondida”
Coincidiendo con su 80.º cumpleaños, París le ha rendido un caluroso homenaje en reconocimiento a su larga carrera operística, el Teatro Real lo hará también el próximo 21 de junio y la editorial Buchet/Chastel publica estos días su primera biografía, Un monde habité par le chant. Entre los últimos galardones que ha recibido, la Gran Cruz del Mérito Civil Alfonso X el Sabio, concedida por el Consejo de Ministros este mes de mayo.La Berganza se retiró del canto hace cinco años en Santander. Desde entonces vive apartada de los escenarios en un enorme piso herreriano alquilado a Patrimonio Nacional, en las que fueran las dependencias de la reina del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en el madrileño pueblo de la Cuenca del Guadarrama donde también tienen casas sus tres hijos. En este histórico enclave, Teresa Berganza nos recibe para concedernos la que, sin duda, es la entrevista más personal e íntima de cuantas ha realizado. Y es que en el transcurso de la misma hemos reído y llorado con ella.
XLSemanal. Cuenta que su madre era muy religiosa y muy monárquica y que su padre era «rojo como las amapolas», ateo y republicano, pero que se llevaban estupendamente.
Teresa Berganza. Eran la pareja más maravillosa que yo he conocido nunca. Se amaban profundamente. Nunca los oí discutir. Eran un matrimonio hasta la muerte.
XL. Una vez entró en el cuarto de sus padres sin llamar, cuando ellos tenían 80 años, y los vio haciendo el amor.
T.B. Sí, fue maravilloso; salí llorando de emoción porque vi que no vivían como hermanos y que mi padre seguía enamoradísimo de mi madre. Lo recuerdo acariciándole los brazos y diciéndonos: «¿Veis que brazos más bonitos?». Y mamá, más contenida, le pedía que no hablara así delante de los niños, que a lo mejor teníamos ya 50 años [se ríe].
XL. A los 15 años le dio un ataque místico, se escapó de casa y se metió en un convento en Alcalá de Henares.
T.B. [Ríe]. Siempre he sido muy mística. Me fui al convento para quedarme porque quería ser monja. Lo único que no me gustaba era levantarme a maitines, eso era horroroso. Al cabo de un tiempo, me mandaron un telegrama en el que me decían que, del disgusto, papá no podía respirar. Como yo a mi padre lo adoraba, fui a verlo y, a los pocos minutos de llegar a casa, se le pasó el asma. ¡Puro teatro! Pero comprendí que no podía darle un disgusto así y dejé el convento.
XL. ¡Clausura! Parece una mujer de extremos: o todo o nada.
T.B. Sí, cuando me meto en algo, me entrego. Además, yo me veía guapísima con el hábito. Se notaba ya la sangre del teatro que corría por mis venas [se ríe]. Mi padre me dijo que, cuando cumpliera 21 años, podía irme al convento si quería y que mamá y él se irían a vivir a una casita al lado para poder estar cerca. ¡Fíjate qué padre tenía yo!
XL. Él era contable…
T.B. Se ganaba la vida como contable, pero era músico. Era un hombre extraordinario. No sé si ha habido otro como él, yo creo que no. Papá había perdido a su padre muy joven y lo metieron interno en un colegio donde adquirió una cultura muy amplia y aprendió a tocar el piano. Luego, en el servicio militar, aprendió a tocar la trompa; después, el clarinete…
XL. También estuvo en la cárcel.
T.B. Sí, por ideología, nada más terminar la guerra; estuvo solo tres meses porque no tenían nada contra él.
XL. Usted tenía entonces seis años.
T.B. Pero recuerdo perfectamente que fuimos mi padre, mi madre y yo a una comisaría. Yo no sabía lo que pasaba pero vi que mi madre se abrazó a papá y que luego papá desapareció. Se lo llevaron directo a la cárcel.
XL. ¿Iban a verlo?
T.B. Sí, sí, pero la única que podía entrar dentro era yo porque, como era la pequeña, mi madre me metía en un torno que había, lo hacían girar y me colaban dentro como si fuera un paquete. Papá me abrazaba, me besaba y lloraba sin que yo entendiera por qué. Luego, me devolvía por el torno y yo les contaba a mamá y a mis hermanos que papá lloraba.
XL. Estudió música en el conservatorio de Madrid y, antes de entrar en Juventudes Musicales, trabajó en el cine.
T.B. [Se ríe]. Yo tenía que ganarme la vida como fuera. Me había metido en un coro y me debieron de ver mona y que cantaba bien porque me ofrecieron hacer una segunda voz con Juanito Valderrama. Luego trabajé con Carmen Sevilla, con Juanita Reina… La verdad es que me podía haber quedado en el cine o en el flamenco, porque me di cuenta entonces de que yo era una artista.
XL. Cuando empezó a cantar ópera, decidió irse de España «porque aquí no podía triunfar y quería regresar con gloria».
T.B. No sé si influyó que mi padre fuera de izquierdas, pero el hecho es que a mí no me invitaban a cantar aquí.
XL. Y se fue a París.
T.B. Fui solo para hacer una audición… y no volví hasta los 25 años. El público siempre me ha querido mucho en España, pero a los organizadores o no les gustaba o no me querían. Luego, con los años, la que no quería venir era yo.
XL. ¿Usted se sentía ideológicamente de izquierdas?
T.B. Sí, me sentía de izquierdas como mi padre, pero te voy a decir una cosa: casi todos los premios y las medallas que me han dado aquí me los han dado los de derechas. Yo no he ido a la Moncloa invitada a comer por ningún socialista, a mí me invitó Aznar; y la Medalla de las Artes me la dio Esperanza Aguirre, y hace un par de semanas Rajoy me ha dado la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.
XL. Gerard Mortier está preparándole un homenaje en el Teatro Real. Un teatro en el que, por cierto, usted nunca ha cantado una ópera.
T.B. Cuando se reabrió, yo ya estaba retirada de la ópera; troppo tardi [sonríe]; pero sí di un recital con orquesta con el que acabé muy a disgusto porque no hubo ensayos. Siempre digo: ¿por qué habré cantado en el Real?
XL. Una curiosidad… Se han publicado cientos de entrevistas suyas y en ninguna habla de Montserrat Caballé.
T.B. Es que nunca me preguntan por ella. Deben de pensar que tenemos algún problema… y no es así. Para mí, Montserrat ha tenido la voz más importante de los últimos cien años.
XL. ¿Pero se hablan?
T.B. Sí. De hecho, una vez vino a verme a un recital en Nueva York. Nos hablamos y nos reímos. Lo que pasa es que no hemos tenido un contacto, quizá porque yo no estaba aquí.
XL. Con Maria Callas sí tuvo una estrecha relación.
T.B. Sííí [sonríe]. Me quería mucho y me llevaba con ella a todas partes: a fiestas y a cenas que organizaban en su honor. Me tenía como si fuera su hermana pequeña.
XL. ¿Cómo era?
T.B. Maria era una mujer extraordinaria, pero le hicieron mucho daño, padeció muchas envidias; la prensa la atacó muchísimo… Una vez, en una fiesta en Nueva York le preguntaron por la Tebaldi [la solían comparar con Renata Tebaldi] y ella contestó delante de mí: «Esto no hay que discutirlo ni hablarlo. Es como hablar de la Coca-Cola y del champán: yo soy el champán y la señora Tebaldi, la Coca-Cola». Entonces pensé: «Yo quiero ser como ella».
XL. Se casó con su pianista y el matrimonio duró 20 años. Pero cuenta que los últimos diez los pasó dudando sobre si se separaba o no. Hasta que interpretando la Carmen, de Bizet, a base de cantar «Liberté, liberté», tomó la decisión.
T.B. Carmen me ayudó mucho, sí. Yo, desde joven, me sentía una mujer libre, pero me casé con un hombre que era vasco y muy religioso, y casi no podía respirar. La religión me ataba y me reprimía muchísimo. Luego, él se volvió a casar (le gustaban mucho las mujeres), pero a mí me respetó.
XL. Era una mujer muy atractiva… ¿que no estaba hecha para el matrimonio?
T.B. Mira, yo no me he creído nunca ni muy guapa ni con buen tipo, pero Balenciaga siempre hablaba de mi mirada. Decía que tenía la sonrisa en los ojos y que con estos ojos no hacía falta que me pusiera joyas. Cuando era joven y estaba en una reunión con chicos, miraba a uno que me gustaba y ya era mío [sonríe].
XL. Se casó a los 23 años y fue madre de tres hijos…
T.B. ¡Eran otros tiempos! Antes eras muy niña con 23 años.
XL. Durante un tiempo hablaba con un amigo sacerdote que vivía en Alemania sobre la posibilidad de divorciarse… ¡y acabó casándose con él!
T.B. Era un amigo al que yo consultaba muchas cosas; venía a mis conciertos. La verdad es que no sé si me agarré a un clavo ardiendo o me enamoré. ¡Ha pasado tanto tiempo! El caso es que nunca dejó los hábitos y yo, sin saberlo, estuve casada con un hombre que seguía siendo cura.
XL. Y que, cuando se separaron, volvió a ejercer el sacerdocio.
T.B. De esto prefiero no hablar. Ya es troppo tardi [sonríe].
XL. Dejémoslo. Pero, dígame, ¿es difícil vivir con una diva?
T.B. ¡Mucho! Y lo he visto con muchas otras artistas. Tienen que ser hombres muy especiales que, además, quieran con locura a su mujer. Cuando es a ti a quien te buscan, te piden autógrafos… Entonces empiezan los problemas de celos.
XL. ¿Celos artísticos o de los otros?
T.B. Artísticos. ¡Ya me hubiera gustado que tuvieran celos de mí como mujer, por haberme ido con otro! [Se ríe].
XL. ¿Lo hizo?
T.B. Mmmm… [sonríe]. Bueno… Lo que siento es no haberme ido más, porque he tenido ocasiones de estar con personajes interesantísimos. ¡Qué tonta fui! Que si el respeto a mi marido, que si estoy casada… ¡Qué tonta! También, troppo tardi.
XL. ¿Por qué no se ve mal que el hombre mantenga a la mujer, pero sí al revés?
T.B. Se ve fatal y ellos lo llevan mal. Bueno, el caso es que, cuando se ven mantenidos, tienen de todo: viajan en primera y viven en hoteles de cinco estrellas, y están muy contentos, pero luego les pueden los celos.
XL. Usted ha dicho que sus dos maridos «se marcharon muy contentos… y forrados».
T.B. Sí, sí, forrados los dos. Como yo me tenía que ocupar de mis hijos y de mi voz, di mi firma tranquilamente.
XL. ¿Le hicieron tropelías con el poder que les dio?
T.B. No. Bueno… Mmmmm… Pues sí, la verdad es que sí. A alguno le fue muy bien. Dejémoslo ahí.
XL. ¿Viven su exmaridos?
T.B. Mi primer marido murió hace poco y yo he estado a su lado. Mis hijas son una maravilla y se ocuparon de su padre hasta el final. Yo pensé entonces que tenía que olvidar todo lo que había sufrido y que tenía que estar con él, por mis hijos. Iba a verlo, le cogía la mano y él me miraba de una forma… [la voz le tiembla]. Cuando murió, yo llegué a los cinco minutos. Al entrar, lo acaricié; su cuerpo estaba todavía caliente, le cogí la mano y lo besé. Y como dicen que lo último que se pierde es el oído, le estuve hablando un largo rato. Le dije: «Vete tranquilo que yo no te guardo ningún rencor. Yo te he querido y te seguimos queriendo todos. A lo mejor, algún día nos encontramos». El rencor solo nos hace daño a nosotros. Me dio tres hijos maravillosos. Yo he amado mucho y, cuando amas, no te importa no ser correspondida.
XL. Tiene fama de haber suspendido la función con cierta frecuencia.
T.B. Es que, si mi voz no estaba bien, iba al médico y le decía que no me diera cortisona, que yo cantaba solo si estaba perfecta. La gente se enfadaba y me escribía unas cartas tremendas, pero son gajes del oficio.
XL. Hace cinco años, dando un recital en Santander, se quedó sin voz en el escenario.
T.B. Justo antes de salir, operaban a mi nieta de apendicitis y mi hija me había dicho que la operación se estaba alargando un poco, pero que no preocupara porque todo iba bien. Entonces yo empecé a fantasear, a pensar que algo malo pasaba y, cuando estaba cantando, me quedé sin voz. La preocupación que sentí me cerró la garganta. Entonces pensé que era una señal para retirarme.
XL. ¿Ha ganado lo suficiente para vivir el resto de su vida?
T.B. Yo, sí. Mis hijos, no. Porque, aunque los he ayudado, me he separado dos veces y he sido yo quien ha pagado los divorcios. Estoy muy orgullosa de ellos porque han vivido muy bien, con bastante lujo, y cuando les ha tocado vivir con estrecheces lo han hecho los tres como fieras. Ellos viven de sus sueldos.
XL. ¿Por qué se ha venido a El Escorial?
T.B. Porque no quería más vida mundana. Recluida en esta enorme casa tengo la impresión de vivir en un convento del siglo XV. La alquilé hace 16 años y renuevo el contrato cada dos. No creo que ya me echen de aquí. Además, tengo bien pensada y organizada mi muerte.
XL. ¿Ha decidido cómo se va a morir?
T.B. Puedo decidirlo, sí; me puedo suicidar tranquilamente.
XL. ¡Hombre, no!
T.B. Si te quitas la vida bien, si no te apetece seguir… Siempre he sentido muy cerca la muerte y nunca le he tenido miedo. Dios es Padre Todopoderoso y lo comprende todo.
XL. Pero ¿por qué va a querer quitarse la vida… bien?
T.B. Porque a lo mejor no me interesa seguir viviendo en este mundo de ahora. Hay cosas que me rodean que no me gustan y me da mucha pena la juventud.
XL. ¿Está deprimida?
T.B. ¿Deprimida? No, no, para nada. He pensado esto hace mucho, no ahora. Cuando era joven, no sabía cómo podía hacerlo; ahora sé cómo me puedo suicidar.
XL. ¿Cómo?
T.B. Eso no lo puedo contar. Pero tengo un problema enorme, porque no quiero que me metan en una caja: quiero que me envuelvan desnuda en un sudario, en una sábana y que me lleven en una camilla o en un carro a incinerarme. No quiero cajas ni que me exhiban ni que me lleven a ningún sitio. Luego, mis cenizas las esparcirán en dos árboles que hay en el jardín de los frailes, que es un sitio muy bonito donde hay dalias y un ciprés maravilloso. ¡Y se ha acabado! Esto ya lo saben mis hijos. Los frailes ya me han dado permiso.
XL. Pues se lo van a quitar si les cuenta lo del suicidio.
T.B. Claro. Tengo que hacer o lo uno o lo otro [sonríe].
XL. Y ya que lo ha pensado todo, ¿cuál sería un buen epitafio?
T.B. ¡Amó!
Una diva, en privado
«No soporto el hilo musical. Es un horror. Siempre pido que lo quiten cuando lo oigo en un restaurante o en una sala de espera».
«Me encanta tomarme una copa de champán francés en el avión. Como en Iberia me ponían cava, me llevaba mi botellita en el bolso».
«Las sábanas que no son de hilo o de algodón son insoportables. Pican».
«No aguanto ni un rayo de luz mientras duermo. Cuando viajaba, siempre iba con tres trapos negros muy grandes que me había comprado mi madre y que clavaba con chinchetas para tapar las ventanas».
«Soy una mujer bastante humilde, pero me encanta jugar a ser diva. Por ejemplo, que en el aeropuerto de Nueva York me recoja un chófer negro con un Rolls Royce y me pongan una alfombra roja».
«Soy como Cenicienta. Cuando sales de la nada y te encuentras con todo esto… Pero me lo tomo de forma divertida».
Últimos comentarios