CRÍTICA: “Das Rheingold”
DAS RHEINGOLD (R. WAGNER)
Teatro Campoamor de Oviedo. 15 Septiembre 2013.
Oviedo inaugura la nueva temporada de ópera con la representación por primera vez de Das Rheingold, que parece será seguida en los años próximos por los otros tres títulos que componen, junto con este prólogo, el Anillo del Nibelungo. Un proyecto ambicioso y muy exigente, que no está al alcance de ser abordado con éxito por muchos teatros en el mundo. Mis mejores deseos para la continuación de este gran proyecto wagneriano, pero en mi opinión los deseos y el entusiasmo no son suficientes para abordar tan magna obra y el inicio de la Tetralogía en Oviedo ha dejado que desear, más allá de la buena acogida del espectáculo por parte del público.
Al hacer una crítica de una opera como la que nos ocupa, uno siempre tiene la duda de dónde ha de colocar el listón de la exigencia. Más de una vez me he referido a ello y siempre he defendido que es el propio teatro el que establece dicho nivel de exigencia, en función del precio de las localidades, es decir del mayor o menor sacrificio que impone a los aficionados para asistir a una representación de ópera. Ocurre habitualmente que el crítico prescinde de ello, ya que el sacrificio económico no existe en su caso. Los precios de Oviedo no son baratos, aunque sean inferiores a los de Madrid, Barcelona o Bilbao, pero son superiores a los de otros teatros españoles importantes, como Sevilla y Valencia, y curiosamente, muy parecidos a los de Munich. Así que partiré de un nivel de exigencia más bien alto.
Todos os aficionados a la ópera coincidirán conmigo en que el gran protagonismo en las óperas de Wagner está en el foso. El maestro y la orquesta no acompañan a los cantantes, como si del belcanto se tratara, sino que son el auténtico puntal de la representación. Si no dan la talla, la ópera hace agua. En mi opinión es precisamente esto lo que ha ocurrido con esta representación de Das Rheingold. Ni Guillermo García Calvo ni mucho menos la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias son suficientes para hacer justicia a esta música. En Enero de 2011 el maestro y la orquesta nos ofrecieron una versión bastante camerística de Tristán e Isolda, cuyo resultado global fue bastante bueno. Dos años más tarde ya no existe el factor sorpresa de entonces y el resultado es más pobre. Sea por la visión personal de García Calvo o por las necesidades del foso, esta versión del Oro del Rin parecía más propia de una orquesta de cámara. A la dirección de García Calvo le faltó fuerza, energía, pasión y solemnidad, quedando bastante descafeinada, sobrando rutina y hasta precipitación en más de un momento. El partido que sacó de la orquesta fue insuficiente. En mi opinión y, reconociendo todo el esfuerzo de los organizadores, hoy no se puede ofrecer la Tetralogía, si no se cuenta con una orquesta adecuada. Mucho tendrán que mejorar para estar simplemente a la altura de lo exigible en las entregas que vendrán a continuación.
Vocalmente, tampoco las cosas rodaron con mucha brillantez, habiendo fallos de consideración.
Empezaré refiriéndome a los 4 personajes fundamentales del Oro del Rin: Wotan, Alberich, Loge y Fricka.
Wotan era el barítono islandés Tomas Tomasson, que resultó un adecuado intérprete del dios, con una voz a la que le falta mayor proyección, quedando corto de intención en su canto.
El barítono alemán Thomas Gazheli fue un Alberich más bien discreto, poco ayudado por la producción. En el centro su voz resulta correcta, pero por arriba esta bastante apretado.
Lo mejor de todo el reparto fue la actuación de Elena Zhidkova en el personaje de Fricka. Esta atractiva mezzo soprano tiene un bello timbre oscuro en su voz, muy típica de los cantantes rusos, y demostró que puede cantar con éxito en cualquier teatro de importancia en el mundo.
Loge es un personaje fundamental, clave en cualquier representación del Oro del Rin. El tenor colombiano César Gutiérrez fue una sombra de lo que necesita este personaje, tanto vocal como escénicamente. La voz no tiene calidad, con un tercio agudo reducido y apretado, y escénicamente, su actuación fue más propia de un concierto, en lo que alguna responsabilidad tendrá también el director de escena.
En el resto de personajes me resultaron poco convincentes los dos Gigantes. Felipe Bou (Fasolt) quedó corto de amplitud y autoridad, mientras que Kurt Rydl (Fafner) es más adecuado vocalmente, pero su excesivo vibrato resulta molesto. Birgit Remmert cantó la parte de Erda en interno y tuvo poco interés. Maite Alberola cumplió en la parte de Freia, algo destemplada por arriba. Daniel Norman fue un discreto Mime. David Menéndez estuvo francamente bien en la parte de Donner, mostrando una voz mayor que la de Wotan. Muy justito el Froh de Jorge Rodríguez-Norton. En cuanto a las Hijas del Rin, cumplieron bien Sandra Ferrández (Wellgunde) y Pilar Vázquez (Flosshilde), mientras que Eugenia Boix (Woglinde) ofrecía las notas altas destempladas y con afinación más que dudosa.
Para una ocasión tan especial como es el inicio de la tetralogía wagneriana, Oviedo nos ofrecía una nueva producción con dirección escénica del polaco Michal Znaniecki, que parece que se encargará de las otras tres óperas pendientes. Su trabajo me ha resultado decepcionante, muy escaso de ideas y con una dirección de escena totalmente insuficiente.
Tanto la escenografía como el vestuario llevan la firma del mismo Znaniecki. En el primer aspecto tenemos un escenario único, con una pared al fondo, en que se están continuamente proyectando imágenes y textos. El bombardeo de videos llega a distraer excesivamente y acaba por cansar. Aparte de las proyecciones, no hay más elementos escénicos que unos cubos, que pueden resultar más o menos aceptables en la escena del Rin, pero que resultan reiterativos y sin interés en el caso de los demás personajes, desde los dioses a los gigantes. Aquéllos van todos de blanco, mientras que gigantes y nibelungos son unos muñecos cabezudos, estos últimos con aletas en los pies, más aceptable para el Rin que para el Nibelheim. Por qué los dos gigantes van siempre arrastrando un cubo es algo que se me escapa, pero tampoco me interesa demasiado. El único aspecto positivo de los cubos es el de facilitar las transformaciones de Alberich. El viaje de ida y vuelta de Wotan y Loge al Nibelheim resulta bastante soporífero, los dos en el frente del escenario agarrados a la lanza del dios. La entrada en el Walhalla se hace bajando los dioses del escenario y recorriendo los laterales del patio de butacas.
Los aspectos escénicos pueden resultar atractivos para algunos, aunque no lo sean para quien esto escribe, pero el mayor problema de la producción escénica es – aparte del excesivo bombardeo de proyecciones – la falta de dirección escénica. No he visto nunca un Loge más estático ni unos gigantes tan poco creíbles – por cierto, también cabezudos – . En resumidas cuentas, no ha sido un Wagner bien servido por Znaniecki, a quien le he visto cosas mucho más interesantes. Esperemos que profundice en su escasez de ideas y las cosas mejoren en entregas posteriores.
El Teatro Campoamor ofrecía una entrada entre el 90 y el 95 % de su aforo. El público ofreció una cálida acogida a los artistas, siendo las mayores ovaciones para Guillermo García Calvo. Birgit Remmert en los saludos finales parecía venir de excursión al Naranco.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 24 minutos, entre 8 y 10 minutos más rápida que las últimas que he visto. Los aplausos finales se prolongaron durante 6 minutos.
El precio de la localidad más cara era de 162 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban ente 117 y 61 euros. La entrada más barata costaba 44 euros. José M. Irurzun.
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