Las críticas a “La conquista de México” en el Teatro Real
Aquí tienen la opinión de nuestros críticos en diarios nacionales. A todos les gusta más o menos el espectáculo, pero…
EL PAÍS, 10/10/2013
Neutro, masculino, femenino
LA CONQUISTA DE MÉXICO
De Wolfgang Rihm. Director musical: Alejo Pérez. Director de escena Pierre Audi. Con Nadja Michael, Gearg Nidl, Ryoko Aoki, Carole Stein y Katarina Bradic. Sinfónica de Madrid, Coro Intermezzo. Teatro Real, 9 de octubre
Hace solamente tres años, el compositor alemán Wolfgang Rihm se erigió en el gran triunfador del Festival de Salzburgo gracias al estreno mundial de su ópera Dionysos, una recreación sobre el dios del vino tal y como lo veía Nietsche en los últimos años de su vida. Rihm se resistía a llamar la ópera y se refería a ella como “fantasía operística”. Como en él es habitual no existía un desarrollo dramático a la antigua usanza, ni siquiera un naturalismo narrativo. El pensamiento estaba por encima de la psicología y además era determinante el protagonismo plástico, con un trabajo escenográfico del artista multimedia nacido en Japón y asentado en Berlín Jonathan Messe. Las coincidencias de planteamiento con las representaciones de La conquista de México son evidentes. De entrada el director escénico es el mismo, el libanés Pierre Audi, muy asentado en el repertorio contemporáneo entre otras razones por la magnífica dirección de un festival en varias naves a las afueras de Amsterdam, y particularmente identificado con Rihm, de quien ya dirigió la ópera de cámara que le lanzó a la fama en la década de los setenta del pasado siglo, nada menos que Jacob Lenz, a partir de un texto de Buchner.
El artista plástico en La conquista de México es el niño mimado esta temporada del Real desde el diseño, el joven pintor alemán Alexander Polzín, responsable de la imagen de la programación del teatro y anunciado escenógrafo para Lohengrin en abril. Se podía hablar con la lectura visual de Audi-Polzin de “teatro pictórico” dada la enorme importancia que sume cada composición escénica. Los textos de Antonin Artaud, Octavio Paz y los cantares mexicanos que la música ilustra, se prestan como anillo al dedo a este tipo de enfoque.
No es La conquista de México una ópera reconocible, a primera vista, según los modelos tradicionales, pero la música sirve en bandeja este tipo de narración. El tratamiento espacial de los instrumentistas en diferentes posiciones de la sala y las grabaciones corales dan un aire de “estereofonía” a la representación, que se está contando o, si se prefiere evocando. A Rihm le apasiona reunir equipos de trabajo muy integrados y esta vez no ha sido una excepción. Alejo Pérez domina a las mil maravillas todos los recovecos musicales. Nadja Michael, Georg Nigl y el resto de los cantantes están imponentes. Y la bailarina japonesa de teatro Nó Ryoko Auki aporta un elemento permanente de seducción en consonancia con la música. Si uno va, pues, con la mente abierta y sin prejuicios, puede disfrutar de un buen espectáculo a pesar de la complejidad. Si va con ideas preconcebidas, lo tiene crudo.
Supone además esta ópera estrenada en 1992, que se ve en España ahora por primera vez, una respuesta al compromiso que adquirió Gerard Mortíer al hacerse cargo de la dirección artística del Real, prometiendo prestar atención al mundo hispanoamericano. Lo hace desde una mirada europea, pero lo hace. El público, con un gran número de espectadores procedentes del mundo del arte, siguió con concentración el espectáculo y aplaudió al final. Esta vez no ha habido división de opiniones, al menos en voz alta. J. Á. VELA DEL CAMPO
EL MUNDO, 10/10/2013
Ni héroes ni humillados
La alegórica puesta en escena de `La conquista de México’, del alemán Wolfgang Rihm, en el Teatro Real deja poco lugar para los juicios de valor
El hecho de que el propio Mortier reapareciese en Madrid, en pleno tratamiento contra el cáncer de páncreas que padece, para bendecir La conquista de México dice mucho de la importancia que el ex director artístico del Real concede a esta ópera, la primera de las dos piezas que el coliseo dedica al encuentro entre Europa y América: le seguirá, en noviembre, The Indian Queen, de Henry Purcell, con dirección escénica de Peter Sellars.
Avisaba Mortier entonces de que la ópera de Wolfgang Rihm no era naturalista, y que lo que se iba a mostrar (y cantar) en escena no correspondía necesariamente a la sucesión de los hechos que tuvieron lugar en el periplo de Hernán Cortés y sus hombres. Se trata, más bien de una alegoría sobre la guerra y el encuentro entre culturas que el director libanés Pierre Audi ha querido subrayar a partir del propio libreto de Rihm, que en vez de crónicas de la conquista prefirió nutrirse de textos de Octavio Paz y Artaud. Y es precisamente éste último y su «teatro de la crueldad» el que marca el pulso dramático de la obra.
El tema de la conquista de América resulta complejo en España. Mientras que en el resto del mundo se suele mostrar como uno de los genocidios más sangrientos de la Historia, aquí se trata de héroes a quienes encabezaron aquel proceso, mientras que sus hazañas han terminado adquiriendo la dimensión de gestas. Por eso, había interés por ver cuán humillante o elogioso resultaba el trato dado a Cortés y sus hombres en la producción del Real. Sin embargo, la dimensión poética del libreto de Rihm, la presentación formal por parte de Audi y la propia escenografía de Alexander Polzin dejaban pocas referencias para realizar juicios de valor. Y aquellas más claras resultaron desconcertantes. El caso más claro es el de la Malinche, la traductora-amante de Cortés, símbolo para los mexicanos del primer proceso de unión entre europeos y mesoamericanos, fue sobre el escenario del Real una geisha japonesa que permaneció en silencio, moviéndose sinuosamente entre la pareja de cantantes y los bailarines. Hubo referencias más explícitas, como el sable-cruz que enarbola Cortés a su llegada a territorio azteca, o el oro que, ansiosos como <<cerdos>> y <<monos>>, según palabras de Moctezuma, reclaman los españoles.
Todo ello, en un montaje alegórica que gira en torno a los géneros (masculino, femenino y neutro, como se repite a lo largo del montaje) y que sitúa a los conquistadores en el plano de la masculinidad, a los conquistados en el de la femineidad y la dialéctica en entre ambas fuerzas, en el de la (deseable) neutralidad. El moderado aplauso recibido confirma que, a pesar de la dificultad de una pieza así, el trabajo educativo de Mortier parece haber dado frutos en el público más tradicional del Real. DARIO PRIETO
Una inmersión en la modernidad
‘LA CONQUISTA DE MÉXICO’
Autor: Wolfgang Rihm sobre Artaud. / In¬térpretes: Nadja Michael, Georg Nigl, Coro y Orquestas Titulares del Real. / Di-rector musical: Alejo Pérez. / Director de escena: Pierre Audi. / Lugar: Teatro Real. /Fecha: 9 de octubre de 2013.
Calificación: ***
Hace algo más de 20 años, con poco más de 40 de edad, Wolfgang Rihm estrenaba La conquista de México, que ahora llega al Real. Rihm, el más importante compositor alemán (con Lachenmann) de la era post-Stockhausen, tenía ya experiencia teatral con aciertos como Jakob Lenz o Hamletmaterial. Otras vendrían después, ésta sigue siendo la más notable.
Rihm se basó en un texto del teatro de la crueldad de Antonin Artaud con un libreto no lineal, ritual y onírico, expositor de ideas sobre un choque de culturas que él va plasmando musical y literariamente apoyándose además en un bello poema de Octavio Paz. No es ópera convencional pero sí una ópera y apreciable. Opera que apuesta por la modernidad profunda y meditada. Usa estructuralmente la especialización con una orquesta repartida por la sala. Incluso el coro está pregrabado para potenciarlo más. El sonido circunda, a veces avasalla, y siempre conduce a la compresión dramática del enorme enfrentamiento Cortés-Montezuma. El lenguaje sonoro es actual pero muy directo con ese toque ecléctico de técnica impecable que es marca del compositor.
Encontramos un espectáculo complejo pero que puede ser arrollador o demoledor según se entre en él. Cuando tantas veces se nos ha dado la modernidad falsificada -también en el Real con sus postmoderneces de vale todo- se agradece una obra con una modernidad verdadera en la que, además, se puede entrar muy bien si uno tiene ganas de ello y aparca prejuicios. Hace falta una interpretación de altura y aquí la hay. Tanto Nadja Michael, asombrosa y maravillosamente apoyada por Caroline Stein y Katarina Bradic, como Geórg Nigl están soberbios vocal y dramáticamente y la compleja concertación está llevada con conocimiento y sin dejarse desbordar, por el director musical, Alejo Pérez, con una Orquesta Sinfónica de Madrid magistral.
No hay trama lineal sino cuatro escenas que resumen más el concepto que la acción y ello está muy bien llevado por un Pierre Audi quien, desde sus antiguos tiempos del Almeida Theater de Londres, ha demostrado no sólo saber cómo es la modernidad profunda sino que sus montajes lo plasman muy bien. Bella puesta en escena que sirve para explicar subrayar la música. La escenografía de Alexandre Polzin ayuda y también la luz de Urs Schönebaum tan matizada. A una parte del público le gustó el espectáculo, a otra bastante menos e incluso nada. Le falta aún mucho por recorrer al Real y a su público. Pero creo que el espectáculo merece la pena. TOMÁS MARCO
ABC, 10/10/2013
Sugestiones de ida y vuelta
LA CONQUISTA DE MÉXICO ****
Música: Wolfgang Rihm. Int: N. Michael, C. Stein, K. Bradic (Montezuma), G. Nigl (Cortés), R. Aoki (Malinche). G.Valentíne (Hombre que grita). Coro y orq. Titulares del Teatro Real. Esc.: A. Polzin. Dir. escena: P. Audi. Dir. musical: A. Pérez. Lugar: Teatro Real. Fecha: 9-X.
La música de Wolfgang Rihm ha tenido en Madrid actuaciones memorables en cercanía a su inquietante colección de cuartetos o a la meticulosa obra para piano. No es exagerado decir que es un viejo conocido, aunque lo sea de forma inevitablemente parcial dada la capacidad creadora de un autor de obra tan prolija y diversificada. Entre todos los géneros, la música escénica es la menos transitada, de ahí lo relevante de la puesta en escena de «La conquista de México» en la actual temporada del Teatro Real, en una nueva producción que sirve como estreno español de la obra. Anoche se ofreció la primera de las ocho representaciones previstas.
Pero saldar el descubierto con Rihm no es la única razón que convierte esta propuesta en algo importante. El impulso creativo del compositor se ha desarrollado siempre en cercanía al teatro. Obtuvo el reconocimiento internacional en 1978 con «Jacob Lenz» y cierra el círculo, por ahora, con «Dionysos», estrenada con notable éxito en el Festival de Salzburgo de 2010. Entre medias queda «La conquista de México» que antecede a esta última «fantasía operística» en ocho años si bien comparte con ella algunos rasgos interesantes. Ambas parten de una narratividad apoyada en las ideas y no en los hechos, y las dos hacen valer una capacidad para la recreación verdaderamente intensa. En cercanía al teatro es donde Ríhm desarrolla esa «emoción llena de complejidad» con la que se puede dar satisfacción y mucha al espectador curioso.
Pero hay más similitudes. Por ejemplo la presencia del director teatral Fierre Audi, viejo colaborador del músico, quien propone una soberbia realización apoyada en la escenografía de Alexander Polzin. Trabajo de síntesis, teatro de concentración, puerta hacia lo oculto de una mitología quintaesenciada, insondable y atávica. La visualidad que ambos construyen da una dimensión trascendente a la obra incentivando la propia singularidad estética de Rihm, y su afán por escribir música de ancha expresividad e intensa sustancia. Luego sucede que esta es algo comedida pues depende en su conclusión de la versión musical que propone el maestro Alejo Pérez, quien desarrolla un trabajo de concertación extraordinario dada la complejidad técnica de la obra, pero quien no acaba de poseer el arrojo de la partitura en toda su dimensión.
Cuenta con la calidad de sus colaboradores pues tanto Georg Nigl como Nadja Michael, Hernán Cortés y Montezuma, dan muy bien la talla por presencia y vocalidad, al igual que las álter egos Caroline Stein y Katarina Bradíc situadas en los palcos laterales. Con ellas, con la grabación hecha por el coro titular y otros músicos de la orquesta del Teatro Real colocados en diversos lugares del teatro se desarrolla la especialidad sonora, que es un aspecto esencial de la obra. Se puede degustar en el presagio inicial a cargo de la percusión mientras se observa un elocuente telón de Polzin y por el patio de butacas entran Cortés y los suyos, o durante la masacre de españoles y aztecas, tan bien descrita teatralmente por Audi. Para entonces, todavía queda el dúo final, el punto culminante de una obra que, paradójicamente, haciendo música de lo lancinante acaba por volatilizarse en el silencio. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
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