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Por Publicado el: 07/11/2013Categorías: Crítica

Kissin y Brendel frente a frente

Grandes pianistas en el Auditorio Nacional

Kissin y Brendel frente a frente

Obras de Schubert y Scriabin. Evgeny Kissin, piano.

Conferencia de Alfred Brendel. Auditorio Nacional. Madrid, 4 y 6 de noviembre.

Evgeny Kissin (Moscú, 1971) y Alfred Brendel (Wiesenberg, 1931) se han dado cita en el Auditorio Nacional madrileño para poner frente a frente el presente y el pasado del piano. El buen presente y quizá el mejor pasado.

El ruso impartió una soberana lección con la “Sonata n.2 en sol sostenido menor, Op.19” y los “Estudios para piano, Op.8” de Scriabin. Se siente el prefecto entendimiento que siempre ha tenido Kissin del compositor paisano. Han pasado los años y quien empezara a deslumbrar en su país a los diez años e internacionalmente a los dieciséis es hoy un pianista serio que ha superado el síndrome del niño prodigio. Sin embargo, todo hay que decirlo, aún le falta madurez para enfrentarse a la “Sonata para piano n.17 en re mayor, D.850” de Schubert y ello a pesar de ser curiosamente una partitura muy querida por los pianistas rusos. Su carácter aparentemente optimista engaña. Tan sólo dos días después Alfred Brendel podría haberle explicado algunas cosas que hubieran dotado de mayor profundidad a una lectura muy bien tocada desde el punto de vista instrumental pero ciertamente corta de aliento expresivo.

Alfred Brendel vino a la sala de cámara para encontrarse con un público devoto, de todas las edades, ansioso por escuchar lo que tenía que decir sobre el humor en la música. Impartió su clase con ironía más propia de un inglés –idioma en el que habló- que de un austríaco y brindó muchas claves al auditorio acompañadas de música enlatada y de sus propios ejemplos al piano. Brendel ya no lleva los dedos embutidos en esparadrapo. Ha pasado para él la etapa del suplicio interpretativo en la decadencia y ha elegido un camino del que muchos otros artistas de todo tipo deberían tomar nota antes de continuar arrastrándose por los escenarios deformando sus nombres. Seguro que si ya no puede tocar Schubert como antes, aún puede transmitir su ciencia para que sonatas como la D.850, la D.960 o cualquiera de las otras dos póstumas sigan sonando como Schubert deseó. Gonzalo Alonso

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