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Por Publicado el: 08/07/2005Categorías: Crítica

Falstaff va al Matadero

Veranos de la Villa
Falstaff en el Matadero
“Falstaff” de Verdi. M.Davydov, I. Taeasov, N. Dorozhkin, M.Seryshev, A.Palamarchuk, N.Galin, M.Karpenchenko, E.Oblezova, T.Kuindzhi, L.Kostiuk. D.Bertman, dirección escénica. T.Kurentzis, dirección musical. Coro y Orquesta de la Helicón Ópera Teatro de Moscú.
Los Veranos de la Villa inauguraron para la ópera un nuevo espacio escénico de amplísima capacidad en el antiguo Matadero de Madrid. El complejo es inmenso y llevará muchos años rehabilitarlo y dar a cada edificio su identidad cultural pero, una vez terminado y si las cosas se hacen bien, puede convertirse en un lugar de referencia, si bien no en lo operístico para el público habitual de la lírica. Esto es lo primero que la Concejalia de Cultura ha de pensar. Los habituales no acuden a escuchar ópera amplificada y menos si no existen las comodidades de un aparcamiento, por poner un ejemplo. Un espectáculo no es solo el acto en sí, sino el antes y el después y eso falla, hoy por hoy, en el Matadero. No debería pensarse en el público de siempre a la hora de promocionar estas citas, sino en otro bien distinto y de ahí que los vehículos de comercialización hayan de ser diferentes.
“Falstaff” tampoco es la obra más idónea para un espacio abierto a base de gradas metálicas y electrónica. Las sutilidades, las transparencias del tejido orquestal y los refinamientos se llevan mal con la tecnología acústica. De ahí que resulte muy difícil juzgar unas voces cuyo volumen real es desconocido. Algo destacó sobre el resto: el fiato de Nanetta en sus filados.
El Helikon ha reinventado lo que podríamos llamar “la ópera de los cuatro cuartos”, aunque escena, orquesta y solistas nunca puedan salir baratos. Plantean un concepto inteligente, con medios bastante limitados, que funciona muy bien –y que nadie se ofenda- en los festivales de medio pelo. De ahí que en Madrid haya de dirigirse a una audiencia más amateur. La escena resultó un tanto confusa e imposible de digerir para quien no conociese bien la obra. El gordo y caduco Falstaff que trata en vano de seducir a Alice y Meg era un joven alto, cachas, de melena rubia estilo juez Pedraz que la mayoría de las mujeres y –ahora que es moda- algunos hombres desearían en sus camas. Quería figurarse que así es como él se veía o deseaba ser, pero el libreto no encaja con tal enfoque. ¿Cómo se justifica entonces su amargo monólogo “va, viejo John? Por las mismas Quicky resulta que es la más atractiva de las mujeres. ¿Cómo entonces Falstaff no le tira los tejos más claramente?
El espacio alcanzó solamente la media entrada y al tercer acto bajó notoriamente. Mientras el complejo no adquiera mayor entidad, mejor resulta el Conde Duque para estas experiencias. Gonzalo ALONSO

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