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Por Publicado el: 18/02/2014Categorías: Crítica

Ciclo Ibermúsica: El gran despertar de Maazel

Ciclo Ibermúsica

El gran despertar de Maazel

Obras de Brahms y Sibelius. Lorez Nasturica y Daniel Müller-Schott. Orquesta Filarmónica de Munich. Lorin Maazel, director. Auditorio Nacional. Madrid, 17 de febrero.

Menuda semana musical en un Madrid convertido en capital musical del mundo. En siete días la Orquesta del Capitol de Tolouse con Sokhiev, la del Mariinsky con Gergiev, la ONE con López Cobos, la RTVE con Frühbeck, la premier de “Curro Vargas”, Les Musiciens du Louvre con Minkowsky, la Filarmónica de Munich con Maazel… Curiosamente con un Teatro Real ausente de la lista. Nada igual en ninguna otra capital del mundo y a pesar de la crisis y del iva cultural.

Calificaba Pedro González Mira este viernes en Beckmessser.com a Maazel como una “especie en extinción” y su arte de “precioso, fantástico y único”. Estoy de acuerdo a medias. Es así cuando Maazel quiere que sea así y lo dejó muy claro en su primer concierto madrileño, incrustado en una amplia gira por Europa. Llegaron el mismo día del concierto, posiblemente cansados y Maazel pareció dormitar durante los Brahms, mientras que la Filarmónica de Munich no parecía la habitual. Hubo ciertamente detalles de genialidad, como alguna frase de los chelos en las “Variaciones sobre un tema de Haydn”, tocadas con aliento imperial. El “Doble concierto” brahmsiano estuvo descompensado, con un chelo al que apenas se oía frente al violín y una orquesta demasiado fuerte en los tuttis. Los solistas ofrecieron incomprensiblemente una propina, bellamente tocada pero que sobraba dada la calidad no excepcional de los solistas y la larga duración de un concierto que superó las dos horas y media.

Pero llegó el descanso, que Maazel debió aprovechar para retomar fuerzas, y todo cambió fulminantemente. Pocas veces, si alguna, hemos podido escuchar en vivo –en cd existe una maravillosa versión de Bernstein- una lectura de tal calidad. Munich volvía a ser el mejor Munich. Al terminar la última nota hubo en la sala auténtico clamor y el público no se iba a pesar de la hora tardía. Lógico tras una coda increíble que nos dejó sin aliento. Todos los movimientos brillaron a la misma altura, con una dirección “a la antigua” en la que la agrupación cantaba en los tuttis en fraseo admirable, en la que Maazel supo mantener pulso y tensión en aquellos compases del último tiempo que a otros se les caen y construir un final de arquitectura perfecta musicalmente y emocionante. Conciertos como los de esta semana resultarán inolvidables. Gonzalo Alonso

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