Vísperas Sicilianas: escuchar más que suficiente
James Conlon
CON ESCUCHAR, MÁS QUE SUFICIENTE
¿Ópera en concierto? Si, gracias.
Recuerdo un desayuno de trabajo al que asistí en el Real hace unos años; una de esas reuniones en las que se les pregunta a unos cuantos cómo creen que van las cosas. En el turno de observaciones finales se me ocurrió plantear por qué no se programaba ópera en concierto (en aquel momento –no digo cuál, para que nadie se sienta concernido- no se daba ni una) y casi me cuelgan; todos, los que allí estaban para escuchar o para hablar o para ambas cosas . Lo más suave que se me dijo fue que qué retraso, que la ópera no era tal sin la escena. Mi intento de explicar al personal un par de cosas o tres fue del todo infructuoso, y el Teatro tuvo que esperar algunos años más para poder tener la oportunidad de dar óperas en versión de concierto. ¿Qué cosas?
Pues, una, que la mayor parte de los estábamos allí, incluidos los jefes, habíamos aprendido a escuchar ópera sin ver óperas, o muy pocas óperas; a través del disco. Dos: que hay óperas (¿las más?) inmontables, cuando no manifiestamente impresentables escénicamente, a pesar de contar con una excelente (incluso en ocasiones, genial) música. Y tres: la ópera en concierto abarata costes y aficiona a la gente desde la base, es decir, desde la propia música, y no desde –por desgracia cada vez más a menudo presente en los escenarios – la tontería escénica. Parece que son buenas razones para, al menos, plantearse seriamente el asunto. Cuestión de pedagogía.
Años más tarde, en un momento determinado se invirtió la “táctica”, y gracias a ello hemos podido escuchar estupendos títulos sin sufrir al director de escena de turno, y a un precio más que razonable. Ejemplos: ¿podría este teatro asumir el montaje de una ópera como Rienzi, de Wagner? No, evidentemente, pero ¿quiere ello decir que lo mejor es condenarla al olvido? ¿Tendría alguna utilidad artística hacer subir a escena Los Hugonotes, de Meyerbeer? ¿ o Guillermo Tell, de Rossini? Doy pues la bienvenida a este Verdi, solo para escuchar, olvidándose de su absurdo y problemático teórico movimiento escénico. La obra, ningún prodigio de redondez, por supuesto, para más de un especialista musicalmente contiene del mejor Verdi. Es una página llena de debilidades teatrales, incomprensibles en un compositor que prácticamente acababa de salir de Rigoletto, Il trovatore y La traviata, pero debilidades que fueron el resultado de las muchas dudas que asaltaron a su autor antes de escribirla, y que tuvieron que ver la calidad del encargo, muy precario e influido en exceso por las ganas que el libretista, Eugéne Scribe, tenía para trabajar con Verdi. Este escribió la música, casi por pura educación. Y seguramente no hizo bien, porque los males de la obra provienen casi en exclusiva del imposible libreto, que, claro está, prescribía un ballet, pues el encargo era para París, que al final se convirtió en un penosamente largo ballet. Obra larga, a veces tediosa (los insulsos coros parecen no acabar nunca), pero con la firma de Verdi, lo que significa música para ópera de verdad, aun a trozos. Sustancia verdiana: el honor, la patria, los conflictos paterno-filiales, la traición, la venganza, el amor, la muerte… Cuando Verdi se queda solo y nos habla de estas cosas, nuestro corazón se abre de par en par. En esta ópera todas esas cosas suceden bastantes veces, en arias, dúos y conjuntos de los personajes principales. Con escucharlos, más que suficiente para disfrutar de lo lindo. PGM
VERDI: Las vísperas sicilanas. Vasallo, Tojar, Cansino, Di Paola, Pretti, Furlanetto, Di Giacomo, Lozano, González, Radó, Santamaría. Coro y Orquesta del Teatro Real. Dir.: James Conlon. Miércoles 11, sábado 14 y martes 17 de junio. 19.00. Entre 10 y 140 €.
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