“¡SÁLVATE, TRISTÁN!”
“¡SÁLVATE, TRISTÁN!”
Esta es la única frase que pronuncia Kurwenal, el criado del protagonista, en todo el segundo acto de Tristán e Isolda. El caballero y su –por inducción- amada Isolda permanecen todavía absortos, después de haberse tomado su tiempo para decirse cuánto se quieren y cuán peligroso es quererse tanto. El rey Marke se aproxima, obviamente nada feliz, y el criado alerta al amo de la que le puede esperar. Al amo tal circunstancia le importa un bledo. Su mundo es otro, él está en otra parte…
Todo esto quiere decir que si se quiere interpretar un segundo acto de esta ópera en solitario, se necesita contratar a un cantante que se pase todo el tiempo sentado en una silla y, ya casi al final, diga su frase. No sé si esto ha ocurrido alguna vez en un concierto, pero esta semana va a suceder dos veces: en Lucerna y Salzburgo, los días 17 y 21, aunque solo en la programación oficial de uno de esos conciertos, el de Salzburgo, aparece el nombre mágico. ¿Cuál es?
Pasaba por allí, aunque no por casualidad, pues ya había tenido unas palabras con Verdi en un Trovatore con la Netrebko, y no pudo resistir la tentación: ¿Por qué no añadir a su currículo otro barítono, aunque de forma testimonial? Sí, será el mismísimo Plácido Domingo quien las pronuncie en la versión de concierto del segundo acto de Tristán e Isolda, que su amigo Daniel Barenboim dará en Salzburgo el jueves 21 de agosto. Será con los chicos (con perdón; alguno ya va pintando alguna que otra canilla) de la West-Eastern Divan Orchestra, y un distinguido plantel de cantantes: Waltraud Meier (Isolda), Peter Seiffert (Tristán), Ekaterina Gubanova (Brangania), Renè Pape (Marke) y Stephan Rügamer (Melot), además del tenor-barítono español. ¿Tiene el asunto tanto interés como para traerlo a nuestra página?
Pongamos las cosas en su sitio (mi sitio, si quieren): la Meier es la Isolda de nuestro tiempo, y sigue siéndolo a pesar del declive vocal: su forma de “decir” el texto es única; Pape es el Marke de nuestro tiempo (con permiso de Salminen) ; y Barenboim es el director que, musicalmente, mejor ha hecho esta ópera desde… Ni se sabe. Seiffert no lo ha hecho nada mal, y la Gubanova es una de las mejores Branganias del momento. O sea, que sí.
Está claro que aburre ya que Barenboim lo haga casi todo bien, que esté metido en todos los fregados del mundo mundial, y que cada vez se reinvente en su divina omnipresencia. Pero es lo que hay: a punto de cumplir 72 años, es la más grande, mejor y más versátil batuta del circuito. Sin embargo, y como afirmaciones de este tipo siempre conllevan insanos peligros, es posible comprender que haya gente a la que no le guste el personaje (ni el músico, por supuesto). Pero nadie, incluso sus más destructores enemigos musicales (y de lo otro) se atreve a no reconocer la dimensión de sus Tristanes. De su Tristán en estudio (1994), del de Ponnelle (Bayreuth, 1983), del de Müller (Bayreuth, 1995), del de Chéreau (La Scala, 2007), o del que hizo con Kupfer, que vimos en el Teatro Real en 2000. Siempre es sencillamente acongojante, y siempre distinto (alguna vez alguien debería de explicar las diferencias…). Así que, cada vez, vuelve a ser la misma fiesta, aunque como, en este caso, sea parcial.
Cuatro días antes, el domigo 17 de agosto, este concierto se podrá escuchar en Lucerna. Y con premio, pues antes de que Isolda empiece a hablar desde sus aposentos del castillo de Marke (“¿Los oyes todavía? Me parece que el sonido ya está lejos”), Barenboim regalará dos estrenos europeos, dos obras de Ayal Adler (1968) y Kareem Roustom (1971). ¿Les dice algo estos nombres? ¿Por qué Barenboim los junta con el de Wagner en un mismo concierto? ¿Y en un concierto con la Divan? Un par de datos: Ayal Adler es judío; ejerce en Jerusalén. Kareem Rouston es sirio y la obra que presenta es un encargo de la Orquesta, a la que, como es sabido, le sucede como a su director, que tiene vocación judía y árabe-palestina. Es el guiño de turno, pero en un momento en el que en Oriente Próximo vuelve a tocar matarse. Barenboim es un luchador por la paz repartida entre unos y otros; cada vez que habla, recuerda lo que todo el mundo sabe pero no dice: que, como sucede en su orquesta, hasta que unos y otros no se decidan a vivir juntos en el mismo escenario, en ese trocito de árida y muy tórrida tierra, la muerte y la desolación seguirá campando a sus anchas. Pedro González Mira
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