Viena: Triunfo de Nina Stemme
LA FANCIULLA DEL WEST (G. PUCCINI)
Staatsoper de Viena. 11 Septiembre 2014.
Se ha convertido ya en una especie de tradición hacer un viaje a Viena en Septiembre para poder disfrutar de la oferta operística de la capital austriaca en unas fechas en las que todavía los grandes teatros no han iniciado su actividad. Tengo que confesar que de repente me he encontrado con un crudo otoño adelantado, con una temperatura de 12 grados al salir del teatro y una lluvia pertinaz, que no ha dejado de caer durante todo el día y amenaza con seguir. Un salto de 20 grados en un par de horas no es recomendable.
Mi viaje se inicia en la Staatsoper con la reposición de La Fanciulla del West, que ya tuve oportunidad de ver hace ahora casi un año. Entonces a los nombres de los divos como Nina Stemme y Jonas Kaufmann se unía la presencia en el foso de Franz Welser- Möst. De los tres, únicamente la soprano sueca repite actuación.
La producción escénica ofrecida es la de Marco Arturo Marelli, que se estrenó el año pasado. Marelli intenta salir del ambiente del Far West, que tan presente está en la obra de David Belasco y en el libreto de la ópera. Por mucho que se quiera salir del ambiente un tanto kitsch del Lejano Oeste, los intentos no suelen llegar a buen puerto, ya que el libreto está plagado de referencias al mismo. Marco Arturo Marelli mueve la acción a tiempos más modernos, alrededor de mediados del siglo pasado, situándola en un poblado minero, en el que los obreros acuden en el primer acto al bar, que no es exactamente La Polka del libreto, sino una especie de remolque de los que abundan en tantos lugares para la venta de salchichas, aunque aquí la oferta es más variada. La cabaña de Minnie viene a ser una vivienda-remolque, en la que únicamente las estufas eléctricas denuncian que no estamos en el Far West. Finalmente, el último acto se desarrolla en el aparcadero del ferrocarril del poblado, rodeado de contenedores metálicos. La cosa funciona razonablemente bien y no chirría sino levemente. Esta adecuada escenografía es obra de Marco Arturo Marelli, como lo es también la labor de iluminación. El vestuario de Dagmar Niefind resulta adecuado, aunque no sale muy bien parada Minnie con las ideas del figurinista. La escena final con Minnie y Dick Johnson abandonando el poblado en la barquilla de un globo con los colores del arco iris, no puede ser más infantil y hortera.
La ausencia de Franz Welser-Möst en el foso no ha tenido nada que ver con su reciente dimisión como director musical de la Staatsoper de Viena, ya que nunca estuvo anunciado en estas representaciones, sino Paolo Carignani, quien canceló por motivos desconocidos para mí, siendo sustituido por el británico Graeme Jenkins, lo que no puede ser más natural, teniendo en cuenta su presencia en Viena, al tener que dirigir las últimas funciones del Holandés wagneriano. La dirección de Graeme Jenkins me ha resultado buena, pero por debajo de la que nos ofreció hace un año el director dimisionario. Digamos que fue una dirección menos sinfonista que la de Welser-Möst y más controlada en cuando al volumen orquestal, lo que habrán agradecido los solistas. La lectura de Jenkins mejoró en los dos últimos actos, mientras que en el primero – para mí el más difícil de dirigir – resultó poco convincente. La Orquesta de la Wiener Staatsoper estuvo a su nivel habitual, es decir magnífica, aunque disfruté más con su sonido hace un año. Buena también la actuación del Coro de la Wiener Staatsoper.
Repetía como Minnie la soprano sueca Nina Stemme, que está en una forma vocal insultante. Ella ha vuelto a ser la gran triunfadora de estas representaciones, por encima de todos los demás. Muchas veces se ha hablado de la necesidad de dos – y hasta de tres- sopranos para cantar Violeta. Algo parecido ocurre con Minnie, que es un personaje muy lírico en buena parte del primer acto para evolucionar en los dos actos siguientes a una auténtica soprano dramática. Nina Stemme está en su elemento en esa segunda parte de la ópera, pero es capaz de aligerar su emisión para adecuarse a las mayores exigencias líticas de su personaje en el primer acto. Hoy Nina Stemme no tiene rival en su repertorio, es una gran artista y va de triunfo en triunfo.
El argentino José Cura tomó el relevo de Jonas Kaufmann y las cosas funcionaron razonablemente bien. El personaje de Dick Johnson es enormemente exigente en el centro de la tesitura, lo que le pasó en cierto modo factura el año pasado al gran divo alemán y José Cura tampoco está sobrado de centro, resultando poco audible en ocasiones. Aunque a su tercio agudo le falta la brillantez de antaño, es lo que mejor funciona. En conjunto, su actuación puede considerarse como buena en las circunstancias. La verdad es que todavía no he escuchado un Dick Johnson plenamente convincente desde que Plácido Domingo abandonó el personaje.
El barítono polaco Tomasz Konieczny repetía como el sheriff Jack Rance y volvió a ser convincente en escena y no tanto vocalmente. El centro está engolado y mal emitido, llegando con dificultad a la sala, mejorando en la parte de arriba de la tesitura. Hace falta una voz más oscura para el personaje.
Los numerosos personajes secundarios estuvieron bien cubiertos. Bien de nuevo Boaz Daniel en la parte de Sonora. Carlos Osuna fue un adecuado Nick. Alexandru Moisiuc no pasó de lo correcto como Ashby, el agente de la Wells-Fargo. Voz un tanto reducida la de Ilseyar Khayrullova como Wowkle. Gabriel Bermúdez dobló con eficacia en los personajes de Jake Wallace y José Castro.
El teatro estaba casi lleno, pero no totalmente. Indudablemente, la ausencia de Jonas Kaufmann marca la diferencia. El público dedicó las mayores ovaciones a Nina Stemme, aunque hubo también bravos para José Cura y Tomasz Konieczny.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 34 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 4 minutos, tres minutos menos que con Welser-Möst. Algo más de 7 minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 221 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 81 y 146 euros. La entrada más barata costaba 37 euros, mientras que las tradicionales localidades de pie valían 14 euros. José M. Irurzun
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