Haitink, cuando la veteranía es un grado
Ciclo Ibermúsica
Haitink, cuando la veteranía es un grado
Obras de Bruckner, Debussy, Schubert y Brahms. Orquesta Sinfónica de Londres. Bernard Haitink, director. Auditorio Nacional. Madrid, 3 y 4 de noviembre.
Bernard Haitink (Amsterdam, 1929) es uno de los pocos maestros veteranos que nos quedan. No sólo son admirables sus bien llevados 85 años, aunque ya no se fie de la memoria y dirija todo con partitura, sino que es maestro admirado y querido, tal y como pudo comprobarse por las enormes ovaciones con las que fue recibido en las dos jornadas con la London Symphony, una de las mejores orquestas europeas y con la que ha visitado España con bastante frecuencia. Más o menos de su generación eran o son Maazel, Abbado, Rozhdestvensky o Harnoncourt. Todos deberíamos ser conscientes del hito que supone escuchar en cualquier ciudad del mundo a Haitink con London Symphony.
El primer programa fue, como podía preverse, el de mejores logros. El director siempre ha sido un gran traductor de Bruckner y en concreto de esa “Octava” a la que tantas grandes batutas adoran, especialmente por su muy intenso “adagio”. Llevó éste con un tempo bastante ligero, incluso más de lo que solía Karajan y desde luego que Knappertsbusch o Celibidache, por citar tres figuras con versiones de referencia y así sucedió en general con los cuatro movimientos, si bien curiosamente se tomó proporcionalmente con mayor tranquilidad el inicial. Admirable el sentido arquitectónico y la forma de llegar a los climax, muy concretamente a su gigantesco final. La música de Bruckner invita al pensamiento, a los recuerdos y uno no podía evadirse del concierto del centenario del Concertgebouw con el mismo Haitink dirigiendo otra “Octava”, la de Mahler. Una celebración como jamás ha contemplado quien firma, con caviar a cucharadas en los foyer.
Menor nivel tuvo el segundo concierto, con una “Quinta” de Schubert algo falta de la mucha gracia mozartiana que encierra y un “Preludio a la siesta de una fauno” que no llegó a pincelar con toda la poesía con la que lo ha pintado en otras ocasiones, pues es obra muy querida para él. Quizá desconcentró el sonido, no ya del timbre de un móvil, sino de su contestador. Cerró la sesión una “Cuarta” de Brahms de dubitativos inicios, pero muy logrado tercer movimiento. Las calurosísimas ovaciones no lograron arrancar propina alguna. Gonzalo Alonso
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