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Por Publicado el: 08/01/2015Categorías: Entrevistas

Roberto Alagna: “El repertorio es de todos”.

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  • Aun puedo crearme ilusiones a futuro
  • La voz del tenor es la voz del pueblo
  • Radamés es Romeo en Egipto
  • En mi vida he sido siempre muy tímido
  • No soy un combatiente ni un guerrero: soy un artista; un cantante.

Apasionado con lo que hace, vehemente en sus juicios evidenciando su sangre siciliana, Roberto Alagna (Clichy-sous-Bois, 1963) demuestra ser incansable en su trabajo. Coincidiendo con la aparición de su nuevo disco en Deutsche Grammophon, Ma vie est un opéra, el tenor franco-italiano despedía 2014 en el Teatro Real de Madrid con Romeo y Julieta, y el próximo día 17 le llega la hora de su début en la ABAO como Werther, uno de los papeles que más gloria le ha dado. De garantizar la solvencia de su trabajo se encargarán otros dos nombres nuevos en la reputada temporada bilbaina Michel Plasson y David Alagna, responsables respectivamente del trabajo en el foso y en la escena.

P. Hace seis años debutó en el Teatro Real con un recital Verdi. Ha vuelto con un Romeo y Julieta concertante. ¿Por qué ese desapego hacia Madrid?

R. Porque siempre surgían problemas. El primero, con La bohème que Lissner había incluído para el año de la reapertura. Aunque estaba previsto que la puesta en escena sería de Del Monaco y la escenografía de mis hermanos, por su cuenta y riesgo cambió la idea y éstos cayeron. Al sentirme en alguna medida traicionado, me dí de baja en el proyecto. La segunda vez fue ese concierto verdiano en el que me encontré un tanto decepcionado por la acogida, y pensé que Madrid no era un lugar para mí. Y es una pena, porque amo a España y me encanta Madrid. Pero ha pasado el tiempo y soy un hombre más sereno, más relajado. Llevo una vida privada que me gusta; tengo una niña de once meses con Aleksandra (Kurzak), que acaba de cantar La fille du régiment en Madrid, y casi relevándola, me animé para Romeo y Julieta. Matabosch, que es un buen amigo, me dijo que era totalmente preciso que se me escuchara en el teatro  para devolver al público de Madrid el gusto por la ópera, estableciendo esa comunión especial entre el cantante y el público. Planteado así, no me quedaba otra que venir…

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P. Visto el éxito esta vez, ¿Estará pronto en el Real con una producción escénica?

R. Tendrían que cambiar mucho las cosas. Un colega me había advertido de que el clima de Madrid es tan seco, que se podría encender una cerilla rascándola en el aire. Estaba en lo cierto. En la primera representación de Romeo y Julieta las cosas funcionaron mejor, porque ese día llovió. Lo malo fue en la segunda: los pocos momentos que pasé fuera de escena me vi obligado a meter virtualmente la cabeza en uno de los dos humidificadores que tenía en el camerino para sentirme seguro en la intervención siguiente. Y eso no me lo puedo permitir. Por mi tranquilidad y por respeto al público madrileño al que adoro.

P. Su nombre se había citado para una Luisa Miller en versión concertante en la próxima temporada.

R. Pero ya no estaré. Nada más terminar la última representación, le dije a Joan Matabosch que, sintiéndolo mucho, nos olvidábamos de la Miller.

P. Con ese Romeo aun caliente, ya está preparando Werther para Bilbao

R. Así es. Ya estoy de nuevo metido en este papel que tanto quiero de esta magnífica ópera. Es una pena que no lo haya cantado más veces en mi carrera.

P. ¿Lo dice por el tiempo que lleva sin interpretarlo?

R. No. Sólo, que lo he cantado de vez en cuando. Pero a fin de cuentas la culpa es mía. Porque aunque se pueda pensar lo contrario, en mi vida he sido siempre muy tímido. Si lo habitual es reunirte con los directores escénicos para decidir qué te gustaría hacer en las distintas temporadas, yo nunca he concertado una cita con ninguno para decirles que me gustaría cantar tal o tal cosa. Ni en el Met ni en Madrid, ni en la Scala ni en París. Todo lo que he cantado es porque me lo han propuesto. He escuchado lo que me ofrecían y me he limitado a decir si o no.

P. Los dos papeles que en poco más de un mes canta en España son muy krausianos. Habida cuenta de la vinculación de este tenor con Madrid y Bilbao ¿es casualidad?

R. Nunca me planteo quien ha cantado las distintas óperas. A fin de cuentas, el repertorio es de todos. No pienso si Kraus cantó Romeo y Werther. Ni cuando hago Ballo in maschera que Pavarotti o Plácido Domingo lo hicieron antes. Ahora que he empezado con Otello, no considero que lo hayan cantado Domingo o Ramón Vinay… Lo que no quita que a veces, cuando interpretas un papel de repente percibas como un fantasma que flota. En el caso de Otello puede ser la sombra de Del Monaco o Domingo; o la de Pavarotti si se trata de Bohème… Lo curioso en el caso de mi Romeo a día de hoy, y eso pone las cosas muy difíciles, es que cuando lo canto, el fantasma que se me aparece soy yo mismo hace veinte años

P. ¿Hace ese tiempo que lo debutó?

R. Más incluso. Creo que son 23. Y ahora me veo muy distinto a aquel Roberto que encajaba perfectamente en todas las características que requiere Romeo, desde el aspecto físico a la voz. Hoy mi Romeo es otro.

P. Siendo un hombre tan de teatro, como avala el Premio Laurence Olivier que le concedieron en Londres ¿Piensa dejar alguno de esos papeles por no resultar verosímil?

R. Por el momento, puedo decir que sigo teniendo suerte. No sé cuanto durará. Por ahora el aspecto físico parece que responde. Siendo consciente de que todo pasa, aun me permito crearme ilusiones a futuro. Porque las cosas no son ahora como en los tiempos de Kraus, cuando se podía, como hizo él, debutar Romeo con cincuenta años, o cantar papeles de adolescente pasados los sesenta poniéndote un bigote o lo que fuera. Hoy todo es más difícil. Y es una pena. Coincidí con Kraus en el Covent Garden. Yo cantaba La bohème y él Elisir d’amore con Sumi Jo. Me encantó, porque era un auténtico fenómeno. Y esas cosas me fascinan. Pero hoy el criterio del público exige también imagen: que lo que le muestran tenga más que ver con la realidad. En caso contrario, no está contento. En ese punto me sigo considerando afortunado. Acabo de cantar Don Carlos en Viena y nadie ha dicho que estoy ya viejo para el papel. .

P. ¿Lo cantaba en francés?.

R. Si, porque me encanta. He cantado esa ópera en italiano y me gusta, pero disfruto más con la edición francesa Entre una y otra, la principal diferencia está en que Verdi compuso Don Carlos sobre un texto francés, con las servidumbres que implica el acento tónico, que le concede mayor fuerza a lo que cantas.

P. Puede optar al Don Carlo que programará la ABAO de aquí a dos temporadas

R. De poderlo encajar en mi agenda, me encantaría. Recibo muchas invitaciones de España: de la ABAO, de Peralada… Me han propuesto cantar Otello y otras cosas, pero el problema es que mi calendario está siempre a rebosar. Tanto, que nunca sé a que decir no para estar con mi familia. Me apetece mucho disfrutar de los míos, pero cuando trato de liberarme de algunos compromisos para estar con ellos, no me resulta fácil.

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P. En Madrid cantó a las órdenes de Plasson, con quien regresa a Bilbao ¿Cuestión de fidelidad?

R. Para mí, pura casualidad, porque no soy yo quien planifica los repartos. Al margen de esto, siempre mantendré mi fidelidad a Plasson, que ha seguido de cerca mi carrera y forma parte de mi familia artística. Me conoce desde que era un crío y ha vivido conmigo momentos muy especiales, como la muerte de mi mujer. Estábamos trabajando juntos y mientras interpretábamos el Requiem de Verdi, llorábamos, porque acababan de comunicármelo. Hay circunstancias como esa que nos unen especialmente. Recuerdo que aquel día me prestó su pajarita, porque yo llevaba frac y me la había olvidado. Juntos hemos hecho cosas muy arriesgadas, como la Turandot de Orange, que no es un título fácil para ese lugar. Más aún, con una micosis de laringe que me impedía incluso hablar.

P. Por seguir con fidelidades, su hermano David firma la producción del Werther de Bilbao

R. Porque es un montaje suyo que viene de Turin; un buen trabajo, que se puede ver en DVD, del que estoy orgulloso. Al mismo tiempo, me alegro de volver a tener cerca a David, porque lleva mucho tiempo haciendo otras cosas al margen del teatro. Y esto supone su vuelta a los escenarios después del Orfeo y Euridice que hicimos juntos hace siete años.

P. Entre las dedicaciones de David está la composición. Cuando usted aceptó cantar su ópera El último día de un condenado, aplicó criterios de calidad o de amor fraternal?

R. La verdad es que la idea de la ópera fue mía. Estaba en Chicago hace muchos años cantando Romeo. De repente, lejos de mi hija, me sentí como un condenado a muerte. Llamé a David y se lo conté. Por respuesta, como una broma, me envió el libro de Victor Hugo. Le volví a llamar diciendo que escribiera una ópera sobre esa obra. Contestó que de acuerdo, si yo me hacía cargo del libreto. Acepté el desafío y después de escribirlo se lo envié a mi otro hermano, Federico, para que redactase el texto teatral definitivo. En ese momento es cuando David comenzó a crear la música

P. ¿Fue una gestación rápida?

R. Desde la idea inicial hasta que se estrenó transcurrieron diez años. No es algo de aquí te pillo y aquí te mato. Fue una tarea muy planificada. Debo decir una cosa, sin pensar en mí, sino en mi hermano: de no haber sido un buen trabajo, yo no lo habría estrenado. Hablamos de la ópera de un chaval. No olvidemos que cuando empezó a escribirla tenía 17 años. Una primera ópera y de una increíble madurez; con una eficacia difícil de conseguir y con una fuerza inmensa, como se puede apreciar en la grabación videográfica que acaba de salir. De todas las ópera contemporáneas que han surgido en los últimos tiempos, diría que esta es la mejor

P. ¿La ha reivindicado reponiéndola en otros lugares?¿ tiene idea de hacerlo?

R. Después de estrenarla en el Teatro de los Champs Elysées, la hicimos en Les Arts de Valencia, de nuevo en París en la Sala Pleyel, y más recientemente en Avignon- allí se grabó el DVD-, y en Hungría, donde consiguió cuatro premios. Y además lo hemos hecho en disco con Plasson.

P. Hablando de discos. Acaba de aparecer su último trabajo en Deutsche Grammophon, que ha titulado Ma vie est un opéra. ¿A eso reduce su vida?

R. Es que en la ópera se concentra todo. Puedes encontrar los momentos dichosos y los de dolor, el drama, la comedia, el teatro… Y también las intrigas, las traiciones, la ambición, la alegría… todo eso está en la ópera, y mi vida es así también.

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P. A partir de ahora ¿va a dejar a un lado su repertorio alternativo para dedicarse a la ópera en serio?

R. Yo todo lo hago en serio. Y por eso puedo decir que, como apasionado que soy de la ópera, conozco todo -y repito: todo- sobre los cantantes del pasado a partir de Manuel García. Y este cantante, el padre de la Malibran, considerado el gran profesor de voces, también hizo lo que se conoce hoy como crossover. Hasta él cantaba canciones que componía, y que ha recuperado Cecilia (Bartoli). A partir de entonces, lo hicieron todos los demás. La razón es sencilla: la del tenor es una voz popular: es la voz del pueblo. Los barítonos, que cantaban con voz afalsetada, eran los tenores de la época. Hasta que de repente aparece Gilbert Duprez, activa lo que en un motor llamaríamos el turbo, y con esas revoluciones se coloca en cabeza de todos los diesel que se le ponen por delante. En su caso, inventó el turbo de los cantantes. Era la revolución masculina: se podía cantar como las mujeres, pero con voz de hombre y con más potencia. Con los cojones (dice Alagna en perfecto castellano). A partir de ahí se convierte en la voz del pueblo. Antes existía la voz sobrenatural de los castrados, a los que ya sabíamos qué les hacían. Al perder su virilidad, se convertían en la feminización del hombre. Gracias a Duprez, el hombre reencontró su virilidad.

P. En el nuevo disco hay piezas que le habría gustado cantar y no lo ha hecho hasta ahora

R. La primera idea fue la de ilustrar mi carrera y mi vida a través de óperas que había hecho. Pero al tiempo quise complacer a mis fans, que me siguen a todas partes y tienen todos mis discos, y decidí no ceñirme a una simple compilación. Así que, después de grabar El condenado con Plasson, al ser una obra tan importante para mí, decidí como novedad grabar el aria de la soprano. O en el caso de Orfeo, como ya lo había hecho en francés, opté por grabar ahora un aria en italiano. De modo que siempre te encuentras con alguna sorpresa.

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P. Desde su espantada de la Scala en la Aida de 2006, no ha vuelto a cantar allí, aunque su nombre se citó para Werther en noviembre. Y tiene programada una Tosca en junio de este año.

R. Estaba previsto que así fuera, pero en junio asistí como espectador a unas representaciones y, al comprobar la tensión que se continúa creando frente a los cantantes, decidí declinar la idea. Con motivo de la visita me organizaron un almuerzo con periodistas. Y lo primero que me espetaron fue: ¡con que vuelves, eh!. Y lo haces imponiendo a Georges Prêtre, a Béatrice Uria-Monzón, a ….. No he impuesto a nadie, dije. Ni siquiera tengo claro que vaya a cantar yo. De esta menera empezó aquel encuentro, en el que de forma muy desagradable se insinuó que si yo cobraba mucho y no sé cuantas otras cosas. Así que decidí no volver, y estoy tranquilo y contento con mi vida. No tengo ni fuerza ni ganas suficientes para librar semejante combate. No soy un combatiente ni un guerrero: soy un artista;  un cantante.

P. ¿Eran los primeros acercamientos desde el teatro milanés después del famoso incidente?

R. No. Lo primero que me ofrecieron fue, antes de morir el pobre Maazel, volver a cantar con él una nueva producción de Aida, y mi reacción inmediata fue reirme ¿Queréis volver a las andadas?, respondí. Diré más: desde que ocurrió aquello, Lissner y su equipo me propusieron cien cosas para volver: un Simon Boccanegra con Plácido, Romeo y Julieta, La bohème, con Ángela (Gheorghiu). Me han ofrecido todo desde la Scala. Soy yo quien ha dicho que no.

P. Allí le acusaron de cantar un Radamés excesivamente lírico. ¿Ha variado el tiro a la vista de aquellos comentarios?

R. Yo canto siempre todo a mi manera. Como lo entiendo. Incluso Otello lo he cantado de un modo lírico y no ha faltado nada. Es más, he vuelto a escuchar el Radamés que hice en la Scala y me parece muy pesante. Hoy lo canto más lírico aun. Porque veo en Radamés otro Romeo. No es un guerrero. Su única ambición es alcanzar un puesto desde el que decir al rey que quiere casarse con Aida. Si está allí es porque Amneris, enamorada de él desde la infancia, necesita que se convierta en alguien poderosos para decir a su padre que se quiere casar con Radamés. Pero él no tiene esa ambición: es un poeta. Es Romeo en Egipto.

P. Mientras tanto, usted sigue incorporando personajes, Como el Roi Arthus que debuta en París esta primavera

R. Un personaje, por cierto, bastante difícil. Tiene algo que ver con Wagner. Se dice que Chausson se inspiró para los papeles del tenor y de la mezzosoprano en los de Tristan e Isolda. Hasta tal punto que el dúo final del Tristán es muy similar a los dos del Roi Arthus. Con la diferencia de que es un intervalo de tercera más alto que en el caso de Wagner. Esto es lo que convierte la ópera en más difícil. Pero se trata de una de esas músicas interesantes que me gusta defender de compositores a los que apenas se ha prestado atención, hasta relegarlos al olvido. En este caso, el pobra Chausson ni siquiera llegó a escuchar su ópera. Murió antes del estreno, cuando sólo tenía 44 años. Se estrenó primero en Bélgica, y en París no se había hecho más que el último acto, luego esta va a ser la primera vez que se ofrezca en su totalidad. Por eso, cuando me propusieron cantarla, pensé que era una buena ocasión de darla a conocer al público parisiense. Dije que sí, al contar además con un buen reparto. La mayor dificultad es que, justo antes, canto El Cid. Si Roi Arthus ya es difícil en sí, al sumarle la obra de Massenet, es demasiado. Pero en todo caso lo voy a hacer

P. Y ya puestos, puede ir pensando en cantar Wagner

R. No voy a tardar. Ya lo tengo comprometido. Si todo va bien y Dios lo quiere cantaré Lohengrin en Bayreuth. Me lo han propuesto para 2018, con Thielemann dirigiendo. Veremos como sale todo.

P. Atención con la pronunciación estando él en el foso

R. Eso pasa en todas partes. Cuando los alemanes cantan en francés ocurre algo parecido.

P. Pero Thielemann tiene fama de maniático en ese punto

R. Y tiene razón. En Francia lo somos aun más con los extranjeros en lo que respecta a nuestro idioma. Pero a fin de cuentas son ellos los que me lo han propuesto: no lo he pedido yo.

Juan Antonio Llorente

Un comentario

  1. Rosa Gimenez 22/01/2015 a las 03:08 - Responder

    Una gran entrevista y Roberto como siempre tan sereno y sabiendo lo que quiere , es todo un artista y muy inteligente , como persona para mi es unica y como cantante MARAVILLOSO , LO ADORO , es lo que se merece, gracias

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