Volando muy alto con Pires en Madrid
VOLANDO MUY ALTO
Obras de Schubert, Beethoven y Ravel. Maria Joao Pires y Julien Beer, piano. 20º Ciclo de Grandes intérpretes de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional, Madrid. 5-2-2015.
Una de las cosas resaltables de este concierto de maestra y discípulo fue la ósmosis singular, la manera de plegarse en un solo teclado al compañero y conseguir una fluidez, una conjunción y una firmeza fraseológica y rítmica impecables. Se pudo apreciar ya en el “Allegro en la menor, Lebensstürme, D 947”, de Schubert, en donde a la contundencia de los acordes iniciales se supo responder con el canto lírico del segundo motivo, expuesto a media voz. Elasticidad en los “cantabile” y estupenda coloración. Lo que se llevó a sus últimas consecuencias en obra vecina del mismo compositor, la famosa “Fantasía en fa menor, D 940”, tocada con la máxima delicadeza que impone el soñador comienzo y con el arrebato que piden tantos de sus juegos modulatorios y temáticos.
Libeer, a solo, interpretó con dedos ágiles y ligeros “Le tombeau de Couperin” de Ravel, que mantuvo ese raro equilibrio entre la precisión y el encanto. Los efectos tímbricos y el aire danzable de la “Forlane” nos hizo recordar el espectro sonoro dieciochesco de la versión orquestal del propio Ravel. Pero lo mejor de la noche, fue la versión de la “Sonata nº 32 en do menor, op. 111”, de Beethoven. Las pequeñas manos de Pires, sus brazos finos, pudieron extraer toda la fuerza invencible de ese demoledor Allegro inicial, tocado con brio y apasionadamente, como se pide. Ligeros roces no pudieron empañar el avasallador dramatismo y la vertiginosidad de las figuraciones.
La cima llegaría con la “Arietta”, expuesta con toda la delicadeza exigida, atendiendo a la doble solicitud: “semplice e cantabile”. La manera en la que la pianista desarrolló las variaciones fue ejemplar por el cuidado en la regulación dinámica, por el atemperado y matizado fraseo, por la ligazón y por la acentuación rítmica, siempre latente en el fondo y resaltada de forma especial en la cuarta variación, donde se mantuvo el implacable juego sincopado de curioso aire jazzístico. Los silencios, los trinos sabiamente regulados, la concentración suprema nos trasladaron a otras esferas. Arturo Reverter
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