Strauss en vena
Strauss en vena
Vamos a suponer que uno quiere asistir al Concierto de Año Nuevo vienés, en cualquiera de sus modalidades. Sin problemas (salvo los que puedan atañer al bolsillo de uno): todo está en Internet. Pero supongamos que uno no es una persona muy informada (o simplemente cotilla) y quiere saber qué cosas se van a escuchar y quién va a ser el señor (¿alguna vez llegará a ser señóra?) de la varita. Pues eso es ya otra cosa; hay que trastear algo más por Internet. ¿Cuál es la cuestión?
Pues son varias. Primera, que la marca es ´los Strauss´ y, como mucho, la Orquesta. Lo que todo el mundo no necesita preguntar es qué orquesta tocará, y nada acerca de la procedencia de las obras, escritas, por supuesto, por miembros de la saga Strauss (aunque e veces haya sorpresas, e incluso no agradables). Lo demás da igual. Da lo mismo que dirija tal o cual, o que el repertorio sea (como sucede a menudo) un rollo o una maravilla (cosa que sucedía años atrás, cuando estaban ahí los auténticamente grandes del género o los finos estilistas). Todo el concierto en sí ha caído en un estado de devaluación directamente proporcional a su democratización, o sea, y en palabras más suaves, a la inmensa universalización que ha alcanzado. Y ya se sabe que democracia y matiz son dos conceptos de complicada convivencia.
Por todo ello (y por otras cosas) de aquí y de allá han surgido a través de los tiempos multitud de imitaciones del evento, con los nombres más variopintos y las intenciones más inconfesables ( a veces se han inventado conciertos de año nuevo para reivindicar géneros nacionales que nada tienen que ver con el mundo del vals y la polca). Y en fin, no serán con la divina OFV, pero seguirán apareciendo las rosas del sur, los azulados tonos acuáticos o las voces surgidas del corazón más primaveral quienes definan la pauta. O sea, la música.
Nuestro país no iba a ser menos, y en los últimos años han surgido hasta de debajo de las piedras diversos conciertos de año nuevo, muchas veces sin esperar a la fecha conmemorativa. Como sucede en Viena con el suyo (el de verdad, el auténtico, como certificaría el seguidor incorrupto), aquí se adelantan al año nuevo y, días o semanas, antes o después, se celebra el asunto como si se tratara de unas uvas adelantadas. ¿Son conciertos recomendables? Pues eso es como preguntarle a un señor que come todo el día beluga qué va a cenar en Nochevieja; tiene ya el gusto agotado y la ilusión maltrecha. O lo que es lo mismo: después de haber escuchado a Kleiber, Karajan, Maazel o Boskovsky con una orquesta lo más parecido a un milagro, ¿le puede a uno apetecer ir a una sala de conciertos a contemplar una orquesta local con otro maestro esta música? Pues como lo del caviar: depende.
No hay que ser tiquismiquis. Las emociones que la música puede llegar a producir pueden provenir, sin duda, de la calidad de una orquesta y del maestro que la dirija. Pero por encima de todo ese boato intelectual o cotilla (o las dos cosas juntas), está la música, está el compositor. Y miren, les diría a los lectores de esta página (se supone q ue aficionados ilustrados), las personas que llenan las salas de concierto suelen ser más ajenas a esos boatos de lo que muchos expertos puedan pensar. Tengo yo unas vecinas que se juntan dos o tres veces al mes a tomar algo tras asistir al concierto del ciclo al que están abonadas que nunca me preguntan qué director toca cada semana; siempre me preguntan: ¿son obras bonitas las de esta semana?
Conclusión: Sí. Les recomiendo estos conciertos. Porque la música no solo es muy bonita. Son las obras maestras de un género explosivo y absolutamente revitalizante, cuya belleza es tan grande que aun sonadas en lecturas solo correctas llagan al corazón como una inyección directa a la vena . Pedro González Mira
Strauss Festival Orchestra. Valses y Polcas de los Strauss. Domingo 20, 19.30. Entre 35 y 50 €.
Orquesta Filarmonía. Dir.: Pascual Osa. Valses y polcas de los Strauss. Martes 22, 19.30. Entre 25 y 38 €.
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