Gergiev, temperatura de fusión
Temperatura de Fusión
Obras de Debussy, Shostakovich, Berlioz, Wagner, Scriabin y Chaikovski. Orquesta Filarmónica de Munich. Janine Jansen, violín. Director: Valery Gergiev. Auditorio Nacional, M;adrid. 15 y 16 de enro de 2016. Temporada Ibermúsica.
De nuevo en Madrid Gergiev, ahora con la Filarmónica de Munich, de la que es titular desde hace unos meses. El formidable conjunto bávaro, tantos años gobernado por Celibidache y otra batutas, se está amoldando a la técnica, los criterios y el apasionamiento de este maestro del este, dotado siempre de unas urgencias, una energía en ocasiones brutal y de un raro poder hipnótico. Su actuación ha sido irregular pero de interés y, sobre todo, de alto voltaje. Dirige sin batuta o con una pequeña varita. Sus manos parecen temblorosos pajaritos. Gestos que no son gratuitos y comunican una especial tensión. Movimientos coordinados con una mímica variada y completa, amplias circunvalaciones de brazos incluidas, que, por ejemplo, dotaron de sensualidad y quietud al “Preludio a la siesta de un fauno” de Debussy, de todas formas necesitado de un mayor punto de sutileza.
Fenomenal fue la interpretación del “Concierto para violín nº 2” de Shostakovich, con acompañamiento justo, calibrado y hasta refinado y con una solista, como Jansen, afinadísima, elocuente, fraseadora, con impresionantes dobles cuerdas y vivacidad scherzante; dotada asimismo de una capacidad introspectiva, sensacional. La versión de la “Sinfonía Fantástica” de Berlioz recogió las infinitas pulsiones que el director es capaz de producir en su nerviosa palpitación. Hubo cambios de “tempo”, aceleraciones, acentos insólitos, temblores, una notable excitación general, sin que dejáramos de percibir, eventualmente, la premonitoria placidez de la “Escena campestre”. Horrísonos fortísimos en la “Marcha al suplicio” y temperatura incandescente en el “Aquelarre”, con efectos orquestales bien resueltos –cuerdas “sul ponticello”, tremebundos ataques de los metales- y un “fugato” final de locura, quizá en perjuicio de una mayor claridad de texturas.
En el segundo concierto, tras un olvidable “Preludio” de “Lohengrin”, nos sumergimos en el proceloso “Poema del éxtasis” de Scriabin que fue ofrecido en toda su ígnea magnitud, bien que sin una completa clarificación de planos. De la “Patética” de Chaikovski escuchamos una interpretación virulenta, abracadabrante, intensísima, con turbulencias bien administradas y con una muy lógica dosificación de acontecimientos. La Orquesta, impulsada a toda presión, fue un terremoto en el fragor del desarrollo del movimiento inicial. Hubo pasajeras delicuescencias en la danza del “Allegretto”, ímpetu y velocidad, puede que excesiva, en la “Marcha” y concentración y tensión superiores en el “Finale”, pocas veces tan lamentoso. Arturo Reverter
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