Ádám Fischer: un concierto “MAINSTREAM”
Ádám Fischer: un concierto “MAINSTREAM”
La Filarmónica, Sociedad de Conciertos
MOZART: Sinfonía nº 35, HAYDN: Concierto para violonchelo nº 1, BEETHOVEN: Sinfonía nº 5. Pablo Ferrández, violonchelo. Orquesta Sinfónica de Viena. Dir.: Ádám Fischer. Auditorio Nacional de Música, Madrid, 11 de febrero de 2016.
Los dos hermanos Ficher, Ádám (Budapest, 1949) e Iván (Budapest, 1951), ambos excelentes directores de orquesta, guardan una peculiar separación de repertorios: Iván es el mahleriano-bruckneriano, en tanto que Ádám es el especialista en Haydn y Wagner (curiosa dualidad). Este último acaba de visitarnos con la Sinfónica de Viena, que, podría decirse, jugaba en casa, con un programa formado por obras muy conocidas y de indiscutible calidad, músicas que, pasado el juicio del tiempo, continúan formando parte del repertorio sinfónico de las grandes orquestas y abarrotando las salas de conciertos.
Ádám Fischer subió al podio confiado en el dominio y saber de los músicos, atacando la Sinfonía “Haffner” de Mozart con tranquilidad casi relajada, que fue a más en tensión y vibración rítmica en el curso de la pieza. El Auditorio Nacional ha escuchado en muy pocos días a dos sensacionales violonchelistas jóvenes españoles, el extremeño Joaquín Fernández el día 8 con el Concierto de Elgar, en sesión de la Orquesta de Extremadura, y ahora al madrileño Pablo Ferrández (1991), que sustituyó a la previamente anunciada chelista húngara Ildikó Szabó, en un reemplazo totalmente feliz y acertado. La juventud y la emoción de Ferrández al tocar uno de los conciertos más representativos de Haydn ante el público de su ciudad natal combinó a la perfección con la depurada técnica de la orquesta y con la experiencia del director, que, a menudo apoyado en la barandilla del podio (el “quitamiedos”), indicaba con precisión las entradas al solista. La cadencia brilló por la profundidad del sonido del instrumento (el Stradivarius Lord Aylesford de 1696, cedido por la Nippon Music Foundation) y la mezcla de alegría juvenil con el buen hacer orquestal provocó los primeros “bravos” al acabar la pieza, regalando Ferrández al público una propina bachiana.
La Quinta Sinfonía de Beethoven arrancó con brío contenido que se fue enriqueciendo y poblando de matices, con un diáfano Andante y un Scherzo donde Fischer matizó con delectación los ‘pizzicati’ y los detalles de intensidad. La música envolvió al público, que tuvo la sensación de estar asistiendo a algo grande. El Finale transmitió sensación de plenitud y grandeza, refrendada por la entusiasta reacción de la audiencia ante la incontestable potencia de la música beethoveniana. Hubo sonrisas al reconocer los primeros compases de la Danza húngara nº 5 de Brahms, y aún más con la límpida versión de la Pizzicato Polka de Johann Strauss II. Si Fischer hubiera optado por la Marcha Radeztky,la entregada audiencia se habría arrancado a acompañar la música con sus palmas. Era el remate perfecto de un programa totalmente popular, perfectamente interpretado. José Luis Pérez de Arteaga
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