Un más que buen final de temporada
Un más que buen final de temporada
¿Se ha salvado los muebles? Seguramente sí, y con dignidad. Davide Livermore ha tenido que lidiárselas no ya con los problemas artísticos y administrativos que tenía el propio teatro a su llegada, sino con el simple hecho del lugar de ubicación del mismo; la inmediata y visible, un complejo cultural de traza camaleónica en el que lo de menos es la cultura, y la más general, una ciudad llamada Valencia, lugar apestado donde los haya, cuyo hedor a trampa y mentira los propios valencianos evitan como pueden y tratan de olvidar con la cabeza gacha. Livermore, que ha llegado para organizar una parte importante de la vida cultural de Valencia, nada más y nada menos que la actividad musical del Palau de les Arts, habrá tenido que tragar bastantes sapos, entre otras cosas porque ha arribado a un lugar en el que los problemas son tan acuciantes y dolorosos, que lo de menos es ´esa cosa´ llamada ópera. Hay que tener mucho cuajo para aceptar un trabajo como el suyo en un lugar como este, y en esas circunstancias. Pero lo hizo. Lo ha hecho, y bien. Ejemplo: hoy va a subir a escena una nueva producción de una ópera absolutamente maravillosa, para cerrar la temporada, y de un autor tan importante como Britten por primera vez en el este teatro. Con un reparto vocal elocuente (que junto a especialistas de habla inglesa incluye a cantantes del Centro Plácido Domingo), una dirección musical al menos solvente y una puesta en escena protagonizada por un señor que sabe lo que se hace. Obviamente, todo mi apoyo al proyecto, y absoluta recomendación a todo el mundo para que viaje a Valencia.
Pero una recomendación en especial a los valencianos, para que echen tierra encima de sus penas y sueñen. Pues a eso les va a invitar Oberón al ordenar a Puck que busque las hierbas adecuadas para los enamoramientos. Por supuesto todo lo cruzados que sean, que para eso estamos en la noche mágica, y no importa que se nos haya tratado como asnos, porque los asnos también enamoran en un noche de hogueras (hogueras he dicho, que no fallas). Nada importa, pues al final cada oveja caerá al lado de su pareja, pero para entonces alguien nos tendrá que quitar lo ´bailao´. Cosa de hadas.
Bien, hablando ya en serio (yo no soy valenciano, pero soy alicantino, que no sé qué es peor), El sueño de una noche de verano es la primera gran ópera de madurez de Britten. Escrita entre 1959 y 1960 ocupa el lugar 11 de su producción y es la única basada en Shakespeare, y también la única con libreto propio (y de su pareja, Peter Pears). Fue una obra de encargo, para inaugurar la reconstrucción de la Jubille Hall del Festival de Aldeburgh, un evento creado por Britten y Pears. Esa es una pequeña sala (una 300 localidades), lo cual condicionó el formato de la pieza: 22 músicos en total. La primera representación tuvo lugar el 11 de junio de 1960; un año más tarde la dirigió Solti en el Covent Garden.
Sin duda alguna, se trata de uno de los títulos más atractivos de Britten. Él y Pears (que cantó el papel de Flute en la función del estreno, imitando descaradamente a Joan Sutherland) sometieron a la obra original de Shakespeare a una importante poda que sin embargo no perdió su significado más profundo. Britten y Pears se interesaron por una tradición que venía de siglos atrás, cuando los textos del escritor se escuchaban mezclados con músicas de corte popular. De esas ´mascaradas´ la más importante fue La reina de las hadas, de Henry Purcell. Sin embargo, Britten y Pears partieron del único texto de Shakespeare, para obtener un libreto hecho de cortes del original, pero respetando escrupulosamente las palabras del autor. Britten escoge este texto no casualmente; el asunto tiene mucho que ver con su particular manera de ver y vivir la vida, puesta en relación con sus inquietudes sonoras, expresivas y dramáticas.
Porque si las óperas de Britten se desarrollan siempre en estratos vitales de extraordinaria ambigüedad; si parecen cantos a lo que es sin que lo parezca o lo que parece sin serlo, en El sueño de una noche de verano, ya en el original un prodigioso ejercicio de fantasía escrito en claves múltiples, el compositor logra su más grande aportación desde ese punto de vista. Britten y Pears no solo consiguen transformar ese mundo shakesperiano hecho de contrastes entre lo soñado y lo real en música de portentosa calidad en sí misma, sino un maravilloso ejercicio de abstracción. Porque Britten reescribe musicalmente un texto que ya de por sí es pura música. En realidad si el resultado no fuera tan genial, el solo intento se podría calificar de pedantería.
La obra, como sucede con otras grandes realizaciones operísticas de la historia –ejemplo palmario es El anillo del Nibelungo- se mueve en varios ´niveles´ de la existencia: ´niveles´ del conocimiento, de la vida: el imaginado, el real y el de la farsa. Pero jugando con ellos y combinándolos y fundiéndolos con sus opuestos. Para ello Britten se zambulle en el sueño y la oscuridad de los sonidos de la noche y del calor físico del verano, que se apodera de los cuerpos deseosos de juego erótico. Oberón y Tytania compiten por la posesión de un muchacho (un niño, otra vez un niño, tema recurrente en Britten: La vuelta de tuerca, Peter Grijmes, Owen Wingrave… ) y el silfo encarga al gnomo Puck un brebaje para que todo funcione al revés: quien lo tome se enamorará del primero o primera que vea, es decir, una especie de filtro multiuso enaltecedor de la promiscuidad, un filtro para llegar al verdadero estado natural del amor. El resultado, y de eso se trata, es que nadie acaba enamorado de quien debiera, mientras los silfos observan, pues ellos pueden ver sin ser vistos, sublimando sus deseos hacia el mundo cortesano, cuyas grandezas y miserias les son ajenas . Britten y Pears utilizan el texto de Shakespeare para confrontar esos mundos, el de las pasiones cruzadas de los personajes de carne y hueso y el volátil, caprichoso y libertino de los silfos-hadas. Y el elemento teatral que pone en común todo eso es un filtro, una bebida mágica. ¿A qué les recuerda? Pues sí, se opera como en Tristán, con nocturnidad y alevosía.
Cuando amanece todo vuelve a ser como antes: las parejas en orden, la vida en orden, en un orden social que no puede ser otro. Los amantes, todos, han de alcanzar su equilibrio: los silfos, reconciliados, y los príncipes, felizmente desposados. Pero hasta ahí llega la ambigüedad calculada de los tres homosexuales (Shakespeare, Britten, Pears), pues la representación teatral programada por los artesanos convertidos en actores no es más que una triste parodia de la mascarada colectiva, del bel canto a la italiana, de la rusticidad de la comedia del arte. El final es tan feliz como antinatural. Britten ya había lanzado antes su aviso al parafrasear al Shostakovich de la Leningardo: haz el amor, no la guerra.
El uso de la tonalidad de manera ambigua, la tonalidad presentida, la sutil utilización de series dodecafónicas para la música del sueño; la orquestación, sencilla, suave, riquísima en voluptuosidades varias; las recurrencias barrocas bajo el texto de Shakespeare, la utilización de un contratenor para el personaje dueño de la historia, Oberón; la planificación tímbrica de los famosos ´niveles´, la magia sonora que envuelve a la música del bosque… son logros de un músico soberbio al que solemos adorar pero al que se sigue sin valorar en su justa medida. Al menos en términos comparativos con los de su entorno. Cosas de la música clásica, de la música clásica en un siglo que seguramente necesita ser reescrito (*). Pedro González Mira
BRITTEN: El sueño de una noche de verano. Nadine Sierra, Christopher Lowrey, entre otros. Escolanía Nuestra Señora de los Desamparados.Orquesta ded la Comunidad Valenciana. Director musical: Roberto Abbado. Director de escena: Paul Curran. Palau de les Arts, Valencia. Viernes 10, 20.00. Resto de funciones: 12, 14, 16 y 18 de junio (consultar horarios). Entre 15 y 135 €.
(*) La última parte de este texto está extraído de mi artículo del número 897 de la revista RITMO, págs.84 y 85.
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