“Dialogo de carmelitas” en el Real
“Dialogo de carmelitas” en el Real
Preludio en mi menor a una masacre
“Dialogo de carmelitas” de Poulenc. C. Robertson, A. Rost, W. Burden, R. Kabaivanska, G. Geyer, B. Dever, P. Petibon, M. Obiol, M. J. Suárez, V. Prieto, F. Conrad, L. Maesso, M. Blasco, S. Sanchez, A. Martinez, N. Buñuel, B. Navarro, R. González, A.M. Hidalgo, A. Fernández, E. Sánchez, Á. Rodríguez, J.M. Robot, L. Vasar, J. Ballestra, D. Rubiera, T. Bibiloni. Escenógrafo: Michael Levine. Figurinista: Falk Bauer. Iluminador: Jean Kalman,. Coreógrafo: Philippe Giraudeau. Dirección de escena: Robert Carsen. Dirección musical: Jesús López Cobos. Orquesta y Coro del Teatro Real. Teatro Real. Madrid, 8 de junio.
Se pueden extraer muchas consecuencias de la opera de Francis Polenc y Georges Bernanos. Estamos ante un sentimiento de obra última para ambos. El escritor reflejó en ella sus inquietudes sobre la perdida de ilusión en el ser humano y las incertidumbres ante la muerte, incrustando un personaje ficticio entre la realidad de todos los demás, que se representa así mismo e incluso trasladó todas sus dudas a la gran escena de la muerte de la priora. Poulenc era consciente – al igual que lo era Bernanos- de que su mundo se acababa, que la gran obra que componía se halla fuera de época y estilo, pero la unión entre ambos crea una de las maravillas musicales del pasado siglo. Una muestra de que ya no puede haber opera sin teatro, sin un buen libreto y que la música no puede tener como único fin halagar los oídos. “Los músicos me han enseñado la técnica, pero son los escritores y los artistas los que me han proporcionado las ideas” dijo en una ocasión y en otra “Matisse ha pintado los cuadros que me hubiese gustado pintar a mí” y procuró alimentarse de la relación con Picasso, Joyce, Léger, Breton, Elouard, Gris, Braque o Cocteau. Su París era aún la capital artística e intelectual del mundo.
Hay en Poulenc y sus “Carmelitas” una suerte de recopilación musical que el mismo refleja en la dedicatoria del manuscrito. Allí están los declamativos monteverdianos, los recitativos dramáticos de Debussy, el lenguaje de Mussorgsky para los diálogos y la fuerza de Verdi para la gran escena de una muerte. Y hay en nuestros momentos actuales una lección de Bernanos: la denuncia de la perversidad de la influencia moral sobre los hombres de los sistemas totalitarios. Ante nuestros ojos desfilan saqueos y ejecuciones de hace doscientos años. Los mismos de hoy y los mismos del mañana. Aqellos por donde se empieza con comentarios radiofónicos como los de ayer, editoriales como los de hoy, reacciones como las de mañana y con el hacer diario de un mal gobierno. Perdonen, pero la crítica siempre se inserta en un contexto social y la angustiosa y obsesiva tonalidad en mi menor es la misma que empieza a haber fuera del teatro.
Poulenc, ferviente admirador del cine, declaró refiriéndose a Cocteau “Desde su primera película había realizado mucho más de lo que yo había podido soñar”. Posiblemente habría quedado muy satisfecho con una puesta en escena como la del controvertido Robert Carsen, que entra por los ojos, con pocos elementos, pero suficientes y bien estructurados para no perjudicar la fundamental continuidad que la obra reclama. Y, además, se supone que por cuatro duros, aunque a veces el minimalismo resulta incomprensíblemente caro.
El Real acertó con un reparto equilibrado, en el que destaco la intervención de Andrea Rost, que debutaba en el papel de Blanche, y la siempre diva, pero ya un tanto otoñal, Raina Kabaivanska, quien en verdad parecía morir física y vocalmente. Jesús López Cobos logro una lectura de la orquesta y los coros del teatro de muchos quilates. Le va muy bien este tipo de repertorio francés, desde luego mucho mejor que el verdiano o verista, por una cuestión de sutileza y refinamiento. El espectacular final, bien resuelto aunque mejorable, volvió a enganchar al público. Incluso a los que hasta entonces se habían resistido. Gonzalo Alonso
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