Covent Garden: nadie es perfecto
Covent Garden: nadie es perfecto
En la misma semana dos “expedientes X” han hecho enfadar al público de la ópera londinense.
Uno se debe a la falta de presupuesto. Antes de la crisis y los brexits los teatros de ópera “comme il faut” tenían dos repartos o, al menos, covers que cubrían la posibilidad de un evento fortuito o enfermedad de un solista, además, ser cover le daba la oportunidad a los cantantes jóvenes de ir demostrando por los teatros su valía, aunque nunca salieran a escena .
Ahora se ha puesto de moda tener simplemente un listado de cantantes que se saben el rol y que están lo suficientemente a mano en caso de desastre… y el desastre llegó al Covent Garden en la última función de Don Carlo.
Ya la cosa venía mal desde el principio, cuando la soprano búlgara Krassimira Stoyanova canceló la Elisabetta por enfermedad y tuvo que ser sustituida desde el estreno por la americana Kristin Lewis, que debutaba así en Covent Garden.
Cuando en la última función fue ella quien enfermó el teatro hizo lo imposible por llamar a todas las posibles sopranos que pudieran saltar al escenario y, al parecer, no se encontró ninguna.
La solución fue realmente extraña y los asistentes tuvieron que asistir a un Don Carlo en el que, al no estar la protagonista, que es la base de la trama, sólo se escucharon extractos del primer y segundo acto a telón cerrado con Bertrand de Billy marcando a la orquesta y a los solistas por dónde seguir, el tercero ya a telón abierto y con la omisión del los actos cuarto y quinto, con una duración total de la obra de noventa minutos y con un público al que seguro que le costó enterarse de por qué todos los roles de este novedoso Don Carlo estaban enfadados entre ellos.
El otro incidente se debió a un fallo en los sistemas de seguridad: en medio de la función de L’Elisir la sala tuvo que ser desalojada por lo que finalmente se supo que fue una falsa alarma. La función siguió adelante tras el susto, que con el miedo que se vive en esta época de atentados terroristas seguramente desdibujó la sonrisa de muchos.
Quien la sostiene en sus brazos es Ildar y quien mira es Pohl.