Pitó la flauta en El Escorial
Festival de San Lorenzo de El Escorial
Pitó la flauta
“La Flauta Mágica” de Mozart
A. Reiter, G. Turay, R. Harnisch, N. Ulivieri, S. Schwarz, S. Koke, C.Stein, H. Zehnder, A. Schlüter, A. Bauer, K. Azesberger, D. Formaggia, T. Beyer, S. Boris, M. Bernhold, M. Olbertz, solistas del Tölzer Knabenchor. Producción del Teatro Carlo Felice de Genova. Emanuele Luzatti, escenografía. Santuzza Calì , vestuario. London Symphony Orchestra y Coro de la Comunidad de Madrid. Sir Colin Davis, director musical. Daniele Abbado, director de escena. Teatro de San Lorenzo de El Escorial, 20 de julio
Decía al terminar un muy exigente aficionado habitual en las óperas y conciertos madrileños que era lo mejor que había presenciado en todo el año. Quizá pecase de exageración, pero esta “Flauta” pitó y de qué manera. Se vio una producción tradicional, con decorados bastante naifs, en algún caso pobres (la segunda entrada de la Reina de la Noche) y en otros susceptibles de mejor iluminación, pero vistosidad de indumentarias y todo funcionó teatralmente y, como abonados del Real recordaron, sin ruidos escénicos y sin fantasías fuera de lugar. Fue una “Flauta” contada como un cuento, próxima a lo que en su día pudo ser en su estreno. Y esa puesta en escena genovesa, que es más atractiva que la segunda de Daniele Abbado, aunque a éste prefiera su segunda de Regio Emilia, permitió que sonase Mozart por todo lo alto. Digo por todo lo alto no estrictamente en el sonido –algo seco y un punto apagado- sino en su concepto mozartiano. Colin Davis realizó una lectura que respiraba Mozart. De vez en cuando se notaba la presencia en el foso de una gran orquesta como la Sinfónica de Londres en detalles que se percibían por ser poco habituales. Davis podría haber dirigido con mayor animación –la obertura algo lenta- pero logró lo difícil, que es entrar y exponer correctamente la aparente simplicidad mozartiana. Y esa simplicidad también funcionaba en la escena.
El reparto funcionó con homogeneidad y contó con la inestimable ayuda de una excepcional acústica para las voces. El mejor, tanto vocal como escénicamente, el Papageno de Incola Uliveri. La voz de Gregory Turay no es especialmente bella pero, tras una indefinida entrada de Tamino, fraseó con mucha corrección. Sylvia Kobe fue una Reina de la Noche de fáciles coloraturas y registro adecuado en su anchura vocal para la difícil segunda aria. Bien la muy lírica Pamina de la delgadísima Rachel Harnisch, así como la Papagena de Sylvia Schwartz –por cierto hija de Pedro Schwartz-, el Monostatos de Kurt Azesberger y con autoridad y auténtica voz de bajo el Sarastro de Alfred Reiter. Todo el resto del reparto, niños incluidos, al mismo homogéneo y buen nivel. El público se entusiasmó y no tuvo prisa en levantarse a pesar de la hora. En tres días consecutivos Monteverdi, Wagner y Mozart a gran nivel. Alto queda el listón para quien quiera presentarse al concurso de privatización de gestión del teatro acabado de publicar en el BOCAM. Gonzalo ALONSO
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