“Don Carlos” en París, disparate camelístico
Ópera en París
“Don Carlos”, disparate camelístico
“Don Carlos” de Verdi. Ildar Abdrazakov, Jonas Kaufmann, Ludovic Tézier, Dmitry Belosselskiy, Sonya Yoncheva, Elina Garanča. Coro y Orquesta de la Ópera Nacional de París. Dirección musical: Philippe Jordan. Dirección escénica: Krzysztof Warlikowski. Ópera de la Bastilla. París, 13 de octubre de 2017.
París decidió presentar la versión original francesa del “Don Carlo”, cosa muy lógica. Sin embargo prescindió del ballet y eligió un reparto sin ningún francés en los papeles principales, salvo el barítono, lo que naturalmente se tradujo algunas veces en pronunciaciones deficientes. La función debía empezar en los jardines de Fontainebleau, pero lo hace en una extraña sala con diván, chimenea, un caballo de cartón y un corralito para encerrar un coro vestido de calle como si fuera público esperando entrar en una discoteca. La trasposición de la historia a un lugar indeterminado del pasado siglo, no sólo no aporta nada, sino que destruye la grandeza de la ópera. Su inicio, con una proyección de “suciedades” de film de super 8 como en flashback, me va a permitir –disculpen ustedes- que yo también retroceda en el tiempo a fines comparativos y para no perder perspectivas. Ese era el inicio, después vendrían otras butades: la escena de Éboli con las damas de la corte convertida en una sala de entrenamiento de esgrima que, eso sí, sirve para que luego Felipe II y Rodrigo se enfrentes con florines; el aria de Felipe II con éste desaliñado y ebrio en una especie de sala de palacio para ver películas en la intimidad con Éboli espatarrada en uno de los sillones; la jaula de zoológico que es la prisión del infante o el beso de Éboli al rey al final de esta escena… Y todo sin la menor penetración psicológica en los personajes. Gregorio Marañón leyó mi crítica de “Carmen” en 1999 durante la presentación de la ópera en el Real. Escribía que se recordaría y daría que hablar durante años. Acerté, como acertaré ahora al afirmar que este “Don Carlos” se hundirá en el olvido mientras aún recordamos la ambiciosa desfachatez del de Konwitschny. Warlikowski se atrevió a saludar también el segundo día, recibiendo uno de los mayores abucheos presenciados en mi vida del público que abarrotaba la Bastilla ¡Basta ya de tomaduras de pelo!
Era la ópera de la temporada por su reparto estelar, de lo mejor de hoy día, lo que no quiere decir de todos los tiempos. Elina Garanča tuvo la mayor ovación tras su “O don fatale”. Comunica con el público, posee centro y agudos y despliega volumen. Sonya Yoncheva canta con gusto hierático, le falta un punto de cuerpo en el centro para Elisabeta, no siempre afina y, si bien el fiato es amplio, no puede compararse al de Caballé, cuyo interminable agudo final –no escrito- aún se recuerda con la historia que lo acompañó. Tampoco con aquella Daniela Dessi a la que un espectador exigente en la Scala le gritó “Nosotros sí que lloramos, señora” cuando ella cantaba en el dúo final “Io piango”. Yoncheva fue muy ovacionada tras “Tu che la vanitá”, como también Ludovic Tézier en la escena de su muerte. Sin duda el mejor y lo mejor de la noche. Recordando los viejos tiempos de Cappuccilli con Karajan en Salzburgo. Un barítono con voz verdiana y que sabe cantar y transmitir. Ildar Abdrazakov queda mejor en el bel canto –así interpretó su gran aria- ya que para Felipe II le falta autoridad, por mucho que se esforzase y es que había de luchar contra la errática concepción de Warlikowski a su personaje. Autoridad era la que imprimió Boris Christoff en su tardío Felipe madrileño con Lluis Pascual, como después imanaría de Ruggero Raimondi, en la misma Zarzuela con Faggioni, y para canto el de Nicolai Ghiaurov en el citado Salzburgo. Dmitry Belosselskiy no es el bajo profundo necesario como Inquisidor, aunque el instrumento reúna potencia. Mario del Monaco no quiso interpretar Don Carlos porque no para de cantar y no tiene un aria en solitario con la que triunfar, pero la parte es bella si se canta como lo hizo Corelli, el ídolo de Jonas Kaufmann. Sigue siendo el tenor más interesante del presente, pero no es el mismo desde su reaparición, se reserva mucho y exagera pianos y medias voces que pueden ser bellísimas a veces, como en el dúo final, siempre que sean audibles. El caso es que en frases de aquí y allá deja impronta, caudal y firmeza de agudos. Triunfó, pero esperaba el mismo nivel que en Munich y no lo alcanzó.
Philippe Jordan, muy querido y ovacionado en el teatro, fue de menos a más. Careció de grandeza el dúo entre Carlos y Rodrigo, lo tuvo orquestalmente el de bajos y realizó orfebrería en el final de soprano y tenor. La concepción no acabó de redondearse a pesar de contar con una orquesta y un coro excepcionales. Los Abbado y Muti iniciales, los Karajan, Maazel, Mehta, Levine quedan lejos.
¡Qué pena, una oportunidad perdida! Gonzalo Alonso
Crítica interesante, pero a mí muy humilde consideración pierde toda credibilidad al comparar todo con figuras del pasado. Ni Caballé, ni Verter, ni Bunbury, ni Corelli, ni Karajan siguen trabajando hoy en día y compararlos no aporta nada, al contrario, parece indicar que deben ser ellos o nadie más.
La afirmación: “…Un reparto sin ningún francés en los papeles principales” es del todo incorrecta. Ludovic Tézier nació en Marsella en 1968 y esa ciudad, hoy por hoy, es francesa. El papel que canta (Rodrigo, Marqués de Posa) es “principal” de manera absoluta.
Toda la razón y hecha la corrección.
Absolutamente de acuerdo con el primer comentario. Creo que se trata de hacer una crítica de la función vista y no una demostración de conocimiento enciclopédico de los cantantes de ayer.
Sr Alonso, al final conque nos quedamos, con Dalzburgo o con La Zarzuela, con Raimondi o con Ghiaurov, con Abbado, Mehta o Karajan??? O vamos haciendo un copy-paste con las mejores escenas para construir un Don Carlo greatest hits???
Sin duda con el de Caballe, Verret del Liceo, el de la Zarzuela, el de Salzburgo o muchos otros antes que éste. La lástima es que la mayoría no los viese. La perspectiva histórica es fundamental para valorar con criterio el presente.
Absolutamente de acuerdo.
Tuve el placer de asistir al estreno el día 10, tras el susto de la posible suspensión, y, sin dármelas de entendido o académico, me parecieron una delicia de voces, el coro algo increíble, el director de la orquesta enérgico y con talento y la puesta en escena, pues muy de los tiempos de ahora en los que se representa un Hamlet con un actor sentado en una silla rodeado de espejos. Prefiero sin duda la puesta en escena clásica pero disfrute esta nueva propuesta. En cuanto al tenor Jonas, un poco bajo en el tono, en las escenas en las que cantaba junto al coro no se le oía, pero los dúos con Ludovic y Sonya fueron muy hermosos. Algo tan hermoso merece ser disfrutado sin prefuicios o falsas espectativas.
Asistí, felizmente, a la última representación en París el 28. Disiento casi en todo con el Sr. Alonso, quien últimamente parece tener cierta inquina contra Kaufmann (me pregunto si es que ya no le invitan a cenar con él, como en Barcelona). Su Don Carlos, como su Don Carlo de Covent Garden, sigue siendo el infante desesperado, vulnerable y desequilibrado que veo en los retratos de Sánchez Coello o encuentro en los versos de Schiller. La función fue un auténtico placer, por el elevadísimo nivel general, la entrega y la conexión con el público. El de París es de los pocos que “aguanta el tipo” en los aplausos, cuando la ocasión lo merece. Es triste lo que pasa en Londres (donde miden con cronómetro su entusiasmo) o en la misma Scala. Dicho esto, qué buenas cinco horas pasamos, cómo disfruté de la puesta en escena (es la primera vez, por ejemplo, que no me parece ridícula la canción sarracena, con sus abanicos de rigor). Y cómo me gustó, entre otras cosas, la celda/jaula de Don Carlos y sus muñecas sangrantes en el inicio, o esas gafas de sol de Elizabeth. Abramos el angular, señores. Aprovecho para decir que me enamoré de la ópera con Domingo, Caballé, Ghiarov, Raimondi, Norman, etc. Y sigo disfrutando intensa y gozosamente cuando las cosas encajan, a mayor gloria de Verdi y todos los demás, y para nuestra felicidad.
Es un problema muy extendido entre la crítica de ópera: la continua añoranza del pasado. Son críticos que se lamentan continuamente de que haya desaparecido aquella Edad de Oro de su juventud, la de Karajan, Caballé, Callas, Kraus, etc, etc.
¿Se imaginan si la crítica de cine consistiera en lamentarse continuamente de que ya no estén entre nosotros Greta Garbo, Marlon Brando, o Paul Newman?
Tengo que agradecer al crítico que haya hecho comparaciones. Tengo 30 años y no había escuchado a los artistas del pasado que menciona, en vivo porque naturalmente no pude y en disco porque suelo comprar o descargarme las versiones actuales. La curiosidad me ha llevado a buscar grabaciones de esos cantantes y descubrir otro mundo. Sobre todo con los videos antiguos en youtube. Muchísimas gracias por ello.