A la tercera va la vencida
A la tercera…
Fue la vencida. La verdad es que los inicios de Mortier habían resultado un tanto desconcertantes, con un irregular “Eugenio Oneguin”, fruto de los personales compromisos neoyorquinos con el Bolshoi y un “Moctezuma” que más vale olvidar, cuyo único acierto fue no ofrecerlo en el Real. Afortunadamente “Mahagony” abre unas puertas por las que esperemos se continúe.
Obra más importante en su globalidad que musicalmente, donde una cierta reiteración musical la lleva a caer en momentos monótonos, nacida en plenos años de la República de Weimar y a punto de la llegada de Hitler al poder. Período de convulsiones sociales, económicas y políticas de las que, como suele ser habitual, se benefició mucho el arte. De ella caben múltiples enfoques escénicos y musicales –de hecho el Real ofreció la versión inglesa, menos descarnada que la alemana- y prueba de ello fue la ofrecida por Gas en el Matadero hace tres años, con más atención a sus aspectos teatrales y cabareteros. Gunther Rennert firmó una celebrada producción a lo grande en la que cantaron nada menos que Mödl y Windgassen. La Fura consigue una producción sólida de primer teatro del mundo manteniendo las características que inicialmente la dieron fama. Se puede estar o no de acuerdo con el enfoque -sin ascenso, sin caída y sin ciudad- pero las cosas están bien planteadas a pesar de un cierto “revolutum”, consecuencia de querer meter demasiada figuración. Nada escandaliza, porque se soluciona con humor lo más subido de tono. El reparto funciona equilibradamente y la sorpresa viene con Heras-Casado, la orquesta y el coro, a primer nivel. Este es el camino. Un apunte: no habría que esperar a “El público” para que este chico regresase.
Al margen de lo anterior, conviene que alguien le explique y corrija a Mortier en cuestiones que no acaba de dominar y en las que interviene en su afán por abarcar todo. Los pasquines con “Se buscan”, pegados con celo en las columnas del teatro, no están a la altura y el cambio de sintonía para avisar el fin de entreactos resulta desafortunado. Cuando una conferencia ha de durar olbligatoriamente veinte minutos, no procede ocupar diez en presentar al conferenciante y hablando del tema de su posterior disertación. “Maestros cantores” no tienen raíz alguna en la casa, como no sea para recordar irónicamente la ausencia de Wagner en la temporada.
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