A MI MADRE LE ENCANTARÍA, PERO…
A MI MADRE LE ENCANTARÍA, PERO…
A mi madre no le gustaba especialmente la música, aunque disfrutara tarareando trozos de zarzuela tras los ágapes familiares y con amigos diversos. Mujer de un atractivo físico fino que conservó hasta el momento de su muerte, esposa fiel y madre abnegada, se hizo tacaña a golpe de pobreza impuesta por un país en ruinas. Pero a pesar de esas dos cosas, su falta de auténtico amor por la música y su autoimpuesta tacañería, un día tuvo una inesperable salida. Me dijo: ´Hijo ve y cómprame el disco en el que ese señor tan gracioso hace tocar a la Filarmónica esa, los ´cuentos de Viena´ (Sic.). Ciertamente no amaba la música pero su intuición al respecto era tan aguda como ella misma: hija de un señor que leía tan bien las partituras que la Banda del pueblo lo agasajó como director emérito, y madre de alguien que renunció a sus estudios de Química para dedicarse a un ofició tan virtual como opinar sobre música y músicos, se había dado cuenta a la primera que ese señor tan gracioso que ella no sabía que se llamaba Willi Boskovsky dirigió aquel año a Anton Karas y la Filarmónica esa, o sea la de Viena, una de las más memorables versiones del vals Leyendas de los bosques de Viena que se hayan escuchado nunca. Sucedía eso en uno de los conciertos de la década de los 60 del siglo pasado (por cierto una versión que no aparece en las recopilaciones hechas en cedé o dvd después y que yo no conservo en vinilo; mi madre machacó el disco), cuando el Concierto de Año Nuevo no se había convertido todavía en lo que es hoy: un auténtico ´peñazo´ para nuevos ricos, que musicalmente solo funciona cuando suena la flauta y se tiene la suerte de contar con un director que se lo tome en serio. Es decir, con humor serio, esa cosa vienesa rarísima que nadie normal puede entender.
Sin embargo, una ´plastez´ de la que uno no puede liberarse, tal es su poder de seducción, su arrastre, su enganche emocional: los austriacos son raros, pero esas cosas las hacen bien. Este año va a ser Zubin Mehta el que se suba al podio. No importa el repertorio concreto; se dice valses y polcas, marchas, etc., y ya vale. Habrá piezas también de Franz von Supée y Hans Christian Lumbye, pero como siempre la base es los Strauss, con un programa que esta vez no incluye ninguna de las grandes obras, a excepción del bis de siempre. Se añoran los tiempos de Boskovsky y Maazel, que lo dirigieron, respectivamente, 25 y 11 veces. El primero, e ininterrumpidamente, entre 1955 y 1979; el segundo lo hizo entre 1980 y 1986, y cuatro veces más, en 1994, 1996, 1999 y 2005. Se echa de menos la naturalidad con que estos estilistas puros, violín en mano, convertían el concierto en una fiesta sencilla, que fundamentalmente era organizada para dos tipos de público: el rico y el que lo veía por la tele. Ahora es distinto; las clases medias irrumpieron en la sala y aquello hace tiempo que ya ha perdido su valor de cuento de hadas. Era un reducto para la aristocracia de frac y vestidos largos, que los pobres degustábamos al otro lado de la pantalla de televisión. Ahora, plenamente democratizado, se ha convertido en puro cartón piedra para advenedizos. A mi madre le habría vuelto loca estar en esta sala ante la Filarmónica esa, pero seguramente así se habría emocionado por otras cosas que no por la música; la de su disco querido cuyo surco convirtió en camino de cabras lleno de agujeros a fuerza de escucharlo y escucharlo.
Otros tiempos son ya hoy. Tiempos en los que, salvo rarísimas excepciones, los directores que triunfan en este superevento son expertos funcionarios. Los ha habido últimamente muy buenos, muy malos y ni lo uno ni lo otro, o sea, irrelevantes por tratarse de lo que se trata, una música muy específica que ningún director verdaderamente grande ha omitido de su repertorio: Hans Knappertsbusch, Karl Böhm, Erich Kleiber y su hijo Carlos, Carl Schuricht, Clemens Kraus, Bruno Walter, Otto Klemperer, Wilhelm Furtwängler, Herbert von Karajan, ect). Zubin Mehta hizo su debut aquí hace 15 años, y desde entonces ha repetido en tres ocasiones más: 1995, 1998 y 2007. Va a ser, pues, su quinto Concierto de Año Nuevo. ¿Qué podemos esperar de él en esta ocasión? Pues a este comentarista le cuesta un montón hacer una apuesta al respecto. Tal es lo poco que se fía de un maestro que cuando empezó su carrera repartía a diestro y siniestro una increíble cantidad de talento, pero que se fue disolviendo a lo largo de los años para pasar de ser un director de referencia en su generación a un señor que las cosas le salen dependiendo de con qué pie se levante cada día. Su sorprendente desigualdad ha ido alcanzando importantes cotas a través del tiempo, de tal manera que hoy por hoy, a sus ya nada despreciables 78 años, no podamos hablar de una madurez indiscutible. De manera que, si de una recomendación se trata, sí, hay que sentarse de nuevo ante el televisor (en estos tiempos llamado plasma) este uno de enero. Pero por favor, con espíritu crítico. A ver si hay suerte y a Mehta le sale el día. Pedro González Mira
Últimos comentarios