ABBADO Y LOS SUYOS
ABBADO Y LOS SUYOS
Teatro Real: ciclo Beethoven
BEETHOVEN: Obertura Leonora III, Concierto para piano y orquesta nº 2, Sinfonía nº 3 “Heroica”. Margarita Höhenrieder (piano). Orquesta de Cámara Mahler. Director: Claudio Abbado. 26 de abril de 2008, Teatro Real.
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Empezar con la Leonora III era saldar una deuda. Abbado, como Karajan ayer, como Rattle hoy -¿será premisa obligatoria para los titulares de la Filarmónica de Berlín?-, no incluye la Obertura beethoveniana entre el cambio de escenas del Acto II de Fidelio, y así sucedió en la representaciones de los últimos días en el Teatro Real, que en estas páginas ha comentado Gonzalo Alonso. El concierto que clausuraba el importante ciclo Beethoven organizado por el coliseo madrileño se abría con la Leonora de marras, en gran versión, aunque la escuchada hace apenas unos días a la otra orquesta Mahler de Abbado –la Gustav Mahler Jugendorchester-, con Herbert Blomstedt a su frente, en nada fue inferior a la del milanés. Con este, el ‘pianissimo’ de la cuerda antes de la aparición del tema principal ya anunciaba algo extraordinario: y si hubo fervor en la salida de Abbado al escenario, el entusiasmo fue comprensible al acabar la pieza. El arrebato bajó de nivel con la interpretación del Concierto para piano Op.19, con una solista aceptable, Margarita Höhenrieder, pero no excepcional, rebasada en varios momentos por el acompañamiento de Abbado, aunque solista y director consiguieron un instante de magia en la sección final del Adagio, con un verdadero dúo de intercambios piano/orquesta.
La Sinfonía “Heroica”, rápida en los ‘tempi’, con muy acertada repetición de la exposición del primer movimiento, volvió a poner de manifiesto que los grandes proyectos beethovenianos de los últimos tres lustros van unidos a formaciones de cámara que, paradójicamente, no emplean mayoritariamente instrumentos originales, pronúnciese Nikolaus Harnoncourt con la Orquesta de Cámara de Europa o Paavo Järvi con la Filarmónica de Cámara Alemana. No me uniría a la voz de un espectador enardecido (“¡Por fin hemos descubierto la Heroica!”), pero sí uniría la de Abbado a las grandes traducciones que la obra, infinita en sus posibilidades y repliegues, ha tenido y tendrá. La maravillosa agrupación tenía una propina en atriles, el Finale de la Séptima beethoveniana, pero casi un cuarto de hora de ovaciones y ‘¡bravos!’ sin decaer no persuadieron a Abbado de la conveniencia de premiar a su incondicional auditorio. Otra vez será…
José Luis Pérez de Arteaga
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