Achúcarro, la “autenticidad”
Achúcarro, la “autenticidad”
Recital de Joaquín Achúcarro (piano). Programa: Obras de y Brahms (Variaciones sobre un tema de Schumann, opus 9), Chopin (Fantasía-impromptu, Barcarola, Nocturno en Mi bemol mayor, Polonesa en La bemol mayor), Granados (El amor y la muerte), Rajmáninov (Dos preludios) y Ravel (Gaspard de la nuit). Lugar: Valencia, Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1800 espectadores (lleno). Fecha: Miércoles, 31 junio 2017.
Joaquín Achúcarro ha vuelto a fascinar en Valencia. El público abarrotó el Palau de la Música para disfrutar una vez más del piano vital, siempre joven y novedoso, de quien a sus 84 años sigue siendo fuente generadora de belleza. Llegó Achúcarro con un programa variado y exigente, que transitaba desde Brahms hasta Ravel, con recaladas en Chopin, Granados y Rajmáninov. El gran éxito –bravos, piropos y hasta un “espontáneo” de pantalón corto y pocos años que sin cortarse un pelo se coló en el escenario al final del concierto para pedirle un autógrafo- propició el regalo en forma de bis de obras de Grieg, Ernesto Halffter, Scriabin –el Nocturno para la mano izquierda, que él toca como nadie- y un arrollador preludio de Chopin –el número 16- dicho con un ímpetu y energía absolutamente inimaginables en un artista de su edad. ¡Y de cualquier edad!
Decía Achúcarro el miércoles en estas mismas páginas que la autenticidad en la interpretación llega a través de tres vías: la partitura, la tradición y la identificación visceral. Es precisamente la fidelidad a la partitura, la asunción de las mejores tradiciones y la innata comunión con las músicas que aborda lo que hace, que sus versiones tengan el marchamo de lo auténtico. Achúcarro se adentra en la esencia nuclear de la música para desentrañarla y revelarla en su más estricta autenticidad. Lo demostró al ahondar en la juvenil y enamorada madurez de Brahms (quien piensa más en Clara Wieck que en Schumann cuando compone sus Variaciones sobre el creador del Carnaval), o en el Ravel que transcribe musicalmente los tres poemas de Aloysius Bertrand para componer su narrativo y endiablado Gaspard de la nuit.
Asombra en Achúcarro la fortaleza física y el coraje ante el teclado. También tanta sabiduría acumulada, que enriquece con solera y verdad sus versiones. E importa poco, muy poco, una nota rozada, algún detalle que vuele. Todo es natural. Como los calibrados tempi, que en ningún momento se sienten rápidos ni lentos. O las nunca exageradas dinámicas, amplias y redondas, y los diseños melódicos, que fluyen como entonados por sí mismos.
De Chopin seleccionó cuatro de sus más populares páginas, entre ellas la famosa Fantasía-impromptu y la aún más célebre Polonesa en La bemol. El público aplaudió a rabiar al concluir cada una de estas piezas, pero fue en las sutiles delicadezas a media voz de la Barcarola donde la música del polaco alcanzó la más fascinante recreación. Tras la pausa, el recital prosiguió su ininterrumpido crescendo, para recalar en la música de Granados, compositor del que Achúcarro ha sido -junto con Alicia de Larrocha- su máximo y mejor valedor. Intensa y honda fue su lectura de El amor y la muerte, la hiperexpresiva culminación de Goyescas, en la que se sintió con contagiosa intensidad esa “felicidad en el dolor” que el compositor pide y anota en el pentagrama.
Después, tras dos preludios de Rajmáninov –compositor que ha sido otro de los pilares del pianismo de Achúcarro-, el recital desembocó en esa cumbre de la literatura pianística que es el tríptico Gaspard de la nuit, que Ravel da a conocer en 1909, a través de las manos de otro legendario virtuoso del piano español: el leridano Ricard Viñes. El propio Ravel confesó que con Scarbo –último fragmento del tríptico- trató de caricaturizar el Romanticismo y de firmar la composición más difícil de la literatura pianística escrita hasta entonces. Ningún apuro pareció presentar para los dedos virtuosos de Achúcarro la temida obra, de la que planteó una visión más empeñada en que el misterio sonoro fluyera para ser desvelado en sus más recónditos secretos que en el vertiginoso alarde que hace sucumbir a tantos nuevos pianistas. Justo Romero
Artículo publicado en Lenante el 02/06/2017
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