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Por Publicado el: 05/07/2021Categorías: Entrevistas

Joaquín Achúcarro: “Te llamo para hablar del Iturbi y sus cosas”

JOAQUÍN ACHÚCARRO

Pianista y director artístico del Premio Iturbi

Suena el teléfono: “Oye, Justo, te llamo para ver si puedes mover un poco lo del Premio Iturbi en tu periódico, que aquí están pasando muchas cosas interesantes y convendría que la gente lo supiese”. Se preocupa Joaquín Achúcarro de todo. También de la difusión del Premio Iturbi, del que se ha convertido en director artístico, y cuya “Gala de clausura y entrega de premios” se celebra esta tarde en el Teatro Principal de València.

A sus 88 años, “casi 89”, precisa con casi orgullo, ha aparcado la bici, pero sigue nadando todos los días, y estudiando con ilusión de veinteañero. También sus ojos intensamente azules mantienen la luminosidad de siempre. “Nunca se acaba de aprender”, dice con su acento bilbaíno. La agenda sigue colmada de fechas relevantes, de hecho, en pocos días tocará en el festival suizo de Verbier. Y Japón, su aula de Dallas y… Así todo a tope. “Sí, sí, pero no te llamo para hablar de mí, sino del Iturbi y sus cosas”. Pues nada, maestro, conversemos del Iturbi. Aún no son las ocho de la mañana y Achúcarro, en mitad del desayuno, mira el reloj: “A ver si a las nueve hemos terminado, que tengo que nadar y luego estudiar”. Así es este casi decano mundial del piano, que a sus “casi” 89 años -el 1 de noviembre- sigue tocando como si tal cosa obras de tanto compromiso como Gaspard de la nuit de Ravel o la Tercera sonata de Brahms.

Achúcarro

– ¿Cómo se le ha ocurrido a sus años meterse en este berenjenal del Premio Iturbi? ¿No son ganas de complicarse la vida?

– Pues lo hago encantado. Piense que, en 1947, cuando yo era un pipiolo de quince años, ya toqué para José Iturbi en Bilbao. Luego, en 1957 me llamó para interpretar con él y la Orquestra de València el Concierto en re menor de Mozart en Bilbao y en Burgos, durante la famosa gira para recaudar fondos para los damnificados de la riada terrible del Túria. Tantos años después de aquello, la diputada Glòria Tello y su equipo fueron a verme a Madrid para proponerme sin más la dirección del Premio Iturbi. Por supuesto, no lo dudé un momento. Les dije que muy bien y que encantado de la vida. La oportunidad de escuchar, bajo el paraguas de Iturbi, a gente joven, de ver cómo tocan, actúan y se desenvuelven, es siempre un placer y una fuente de realidad.

– ¿Cómo se ha encontrado el Premio, después de tantos años de dirección artística de su colega Joaquín Soriano?

– Bueno, le tengo que decir antes, aunque sé que usted lo sabe, que he estado y frecuentado muchos jurados, que estoy muy al corriente de lo que se cuece en los muchos concursos de piano que existen. Y desde esta perspectiva, le aseguro que el Premio Iturbi es un modelo, perfeccionable como todo, pero un modelo. No solo por su proyección internacional, sino también por la calidad de su heterogéneo jurado, compuesto por personalidades muy relevantes y diversas del mundo del teclado. Solo pensar en el número de inscritos en esta edición, 178 candidatos procedentes de 41 países, despierta admiración, muy especialmente en una época como la actual, en la que resulta tan problemático viajar.

– Una de las clásicas rémoras de los concursos es las dudas que suelen generarse sobre la imparcialidad y limpieza de sus jurados. De hecho, en este sentido, el Premio Iturbi no ha gozado precisamente de la mejor fama…

– Evidentemente, no voy a entrar en lo que ha sido el Iturbi. Aquí han pasado muchas cosas que seguro que usted, que vive aquí, conoce con más detalle que yo. Prefiero mirar hacia delante. Desde el presente que estamos reconstruyendo en esta nueva etapa y con la mirada puesta en el futuro, le tengo que asegurar que corren nuevos tiempos. Se ha formado un equipo excelente, colegiado, con gran ilusión, capacidad y ganas de trabajar. En cuanto al jurado, basta repasar los nombres de sus componentes para despejar cualquier duda sobre su objetividad y rigor. Un concurso en cuyo tribunal figuran personalidades tan incuestionables como Menahem Pressler, Jorge Luis Prats, Ana Guijarro, Catherine D’Argoubet, Jorge Luis Prats, Paolo Pinamonti, Barret Wissman, Didier Schnorhk o el pianista valenciano Josu de Solaun está fuera de sospecha. Si me permite, le cuento una anécdota que simboliza el escrúpulo con el que estamos mirando todo. Hemos introducido en las bases una cláusula que prohíbe que se presente cualquier candidato que en los dos últimos dos años haya estudiado o hecho cualquier curso o incluso clase magistral con algún miembro del jurado. Un chaval que presentó la inscripción y del que ni me acordaba, comentó que en cierta ocasión hizo una clase conmigo. Bastó este detalle para que su solicitud fuera rechazada. Aquí, el que venga, que no sea alumno de nadie de nosotros.

¿No se ha planteado, para asegurar la neutralidad del jurado, utilizar una cortina que impida que el jurado reconozca a los concursantes?

– Bueno esto de las cortinas es algo más de cara a la galería que un procedimiento efectivo. Recuerdo, cuando era jurado del Concurso Vercelli, en Italia, donde utilizaban cortinas para ocultar la identidad del concursante, que en un momento dado un miembro del jurado comenzó a criticar a un concursante: “¡Qué sonido más horrible! ¡pero qué manera de aporrear el piano! ¡fuera este concursante!”, y otro componente del jurado, más condescendiente, le dijo: “Pero no sabe usted que es ciego, sea más benevolente”. O sea, que sabía perfectamente quién estaba tocando.  Así que no nos engañemos. No le tengo que contar más sobre qué pienso de las supuestas cortinas invisibilizadoras. 

– ¿Cómo es el nivel de los participantes en esta edición? Alguien me ha comentado que sí, que muchos dedos, pero poca fantasía…

– No sé quién le ha podido decir eso, pero ¡claro que hay estupendos artistas entre los concursantes! Y en cuanto a lo de los dedos, pues se lo corroboro absolutamente: el nivel en este sentido es francamente alto. Desde luego, podemos estar todos muy satisfechos de la calidad de los candidatos seleccionados. Pensemos en cómo tocábamos en mis tiempos y como vienen ahora de preparados, física y pianísticamente. Además, recapacite en lo que tiene que tocar cada candidato durante las diferentes fases, ¡y en tres días seguidos!: un recital de 30 minutos, otro de 45, y otro de una hora, además de dos conciertos con orquesta. Esto ya te da un reflejo del nivel de los concursantes. Yo, la verdad, no sé si en mi época podríamos hacer semejante hazaña. En este asunto del elevado nivel que existe actualmente, pienso que ha tenido bastante que ver la perfección irreal del disco, que ha obligado a los intérpretes a tratar de ofrecer en vivo, durante los recitales, la calidad (ficticia) que el público tiene registrada en la memoria a través del disco.

– ¿Un jurado establece el nivel del concurso?

– Un jurado establece el nivel del jurado. Nada más. Yo no sé si esos 178 concursantes saben quién soy yo o quiénes son los demás miembros del jurado. Pienso que no. Aunque sí es verdad que este jurado es muy especial, diverso y cualificado.

– Usted triunfó pronto en el mundo de los concursos. De hecho, su carrera internacional arrancó tras ganar en 1959 el Concurso de Liverpool. ¿Piensa que si aquél joven Achúcarro se presentara hoy al Premio Iturbi lo ganaría también?

– ¡Me temo que no! [Risas] El nivel técnico ha subido muchísimo. Sin duda, hoy se toca mucho mejor que entonces. Así que me temo que igual me hubieran eliminado a la primera. ¡Pero a mí y a casi cualquiera de mi generación! En cuanto a hacer música, generar arte y emoción, pues la madurez, los años, la experiencia de vida, son un grado, desde luego. Recuerdo el segundo movimiento de un Segundo concierto para piano de Chopin tocado por Artur Rubinstein ya muy anciano, que rondaba o pasaba los noventa. ¡Qué emoción!, podía haber imperfecciones técnicas, quizá alguna nota rozada, sí, pero lo que se escuchaba solo podía ser fruto de una personalidad trufada con vivencias que solo los años permiten asimilar. 

– ¿Qué busca un concursante al presentarse a un premio de piano? ¿La dotación económica, fama, reconocimiento, aupar su carrera…? 

– ¡Imagino que un poco de todo! En este sentido, el Iturbi también está entre los mejores concursos, y no solo por el importe crematístico de sus diversos premios, o la credibilidad de su jurado, sino también por abrir puertas a muchas salas de concierto y programaciones. En esta edición hay, además, una recompensa ciertamente excepcional, que para sí quisieran incluso miembros del propio jurado: ser fichado por la agencia de conciertos IMG Artists, que quizá sea la más importante del planeta. Su presidente, Barret Wissman, que forma parte del jurado de la actual edición, ha ofrecido personalmente este regalazo. Le aseguro que algo así es el sueño de cualquier pianista que ambiciona una carrera mundial. El Iturbi es así, un maravilloso trampolín para ello. Justo Romero

Publicada el 3 de julio en el diario Levante.

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