Adiós a Cherubino, obituario de Teresa Berganza por Arturo Reverter
La voz de Teresa Berganza siempre poseyó un timbre más bien claro, de corte lírico, aunque en un instrumento si bien no voluminoso, sí dotado de cierta anchura y muy extenso. Se encontraba bien en esas zonas medias que abundan en la escritura de algunos papeles mozartianos y rossinianos. Y lograba, gracias a un inteligente enmascaramiento, sonoridades áureas, singularmente tersas y cálidas
Siempre se ha discutido acerca de su registro vocal: ¿soprano o mezzosoprano? No cabe duda de que Berganza poseía un timbre más bien claro, de corte lírico, aunque en un instrumento si bien no voluminoso, sí dotado de cierta anchura y muy extenso, capaz de emitir con carácter y apreciable robustez graves y agudos, incluido entre éstos el do 5. Ella se encontraba bien en esas zonas medias que abundan en la escritura de algunos papeles mozartianos y rossinianos. Y lograba, gracias a un inteligente enmascaramiento, sonoridades áureas, singularmente tersas y cálidas, que iban muy bien a músicas del XVII, XVIII y principios del XIX; siempre en lo que podríamos considerar repertorio lírico, fuera de soprano o de mezzo.
Muy joven llegó la cantante a las aulas de su profesora principal, Lola Ropdríguez de Aragón, que entendió perfectamente su vocalidad y la encauzó, situándola en el terreno de las mezzos. La voz de la joven pupila, que desde muy niña había manifestado su voluntad de seguir ese camino, era cremosa y clara, fácil y diamantina, extensa y dócil. Poco a poco fue depurando el estilo y reforzando sus naturales resonancias, muy favorables a los repertorios de Mozart o Rossini y que abonarían la obtención de un primer premio en el Conservatorio de Madrid, ciudad donde debutaría en 1955.
En esos años fue habitual la presencia de Berganza en los estudios de grabación. La Columbia y sellos afines lanzaron al mercado una serie de zarzuelas presididas en buena parte de los casos por la flamígera batuta de Ataúlfo Argenta y protagonizadas por jóvenes voces. En algún caso, nuestra cantante desempeñó cometidos propios de una soprano, así en Los gavilanes de Guerrero. No había problema porque tenía el Si natural e incluso el Do 5.
El primer aldabonazo internacional tuvo lugar en 1957, en el festival veraniego de esa villa francesa. Berganza cantaba Dorabella, una parte escrita en origen para una soprano, pero que interpretan habitualmente mezzos líricas. La gracia, el fraseo, las dotes naturales de actriz, lo satinado de los sonidos, la belleza y la espontaneidad casaban perfectamente con el personaje, que ha de ser cantado con una refrescante sencillez y una comunicatividad a flor de piel. Aunque haría áun más suya a otra criatura mozartiana, que encajó siempre, de forma natural, con su estilo, tan refinado como vital: Cherubino de Las bodas de Fígaro. Las cuitas del paje raras veces fueron tan bien expuestas, con esa mezcla de candor y travesura, como en sus recreaciones. Fue el papel que la encumbró, en 1958, en Glyndebourne, plaza de abolengo mozartiano donde las haya.
Poco a poco Berganza fue acoplándose a la canción de concierto. Con Conchita Supervía –con la que le unían algunos rasgos, no muchos- y Victoria de Los Ángeles sería la que ha sabido recoger mejor el acervo popular; con desparpajo y naturalidad. Para ello y para otras cosas fue fundamental la colaboración con su marido de tantos años (de 1957 a 1977), el pianista Félix Lavilla.
El encuentro con el director Claudio Abbado dio nuevo realce a la carrera de Berganza. Con él puso en órbita una Cenerentola rossiniana de categoría. Más tarde, también con el director milanés, en Glyndebourne, despojó a Carmen de superficial sensualidad, de desgarramiento facilón y buceó en la psicología; con resultados sin duda discutibles, pero sorprendentes por la novedad y la limpieza. Un nuevo camino para una cantante versátil, que iba de Bizet a Mozart y de éste a Haendel (su Ruggero de Alcina marcó época).
En los últimos años, la artista madrileña se entregó, antes del declive de su salud, de la que cojeaba hace tiempo, con la pasión que ponía en todo, a la enseñanza de un canto que llevaba en la sangre y que buscaba la depuración, la estilización, la finura, la claridad, la elegancia, la belleza del sonido. La calidad antes que la cantidad; la gracia antes que la vulgaridad. Fue profesora titular de la Cátedra de la Escuela Superior de Música Reina Sofía y dado clases magistrales en todas partes. Fue Premio Nacional de Música y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Entre otros galardones.
Entre sus grabaciones destacan especialmente las dedicadas a Mozart: Clemenza di Tito (Sesto; Kertesz, Decca, 1957), Così fan tutte (Dorabella; Solti, Decca, 1973-4), recitales Decca (grabaciones de 1962, 1967, 1974 y 1985). De Rossini hay que apuntar los sensacionales Barbero y Cenerentola con Abbado (DG, 1971) y La italiana en Argel (Varviso; Decca, 1963). De primerísimo orden la Alcina de Haendel (Bonynge, Decca, 1962). En el campo de la canción, señalemos un álbum de dos discos de DG (Lavlla y Yepes; 1974-76).
Siempre conservaremos en la memoria la primera vez que, en 1964, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, la vimos cantar y decir primorosamente el papel de Cherubino de Bodas de Fígaro. Las dos arias que tiene encomendadas, Non so più cosa son, cosa faccio, y Voi che sapete, aparte otras intervenciones, piden ese canto efusivo y entusiasta, a veces dubitativo, del jovenzuelo. Lo paseó por muchas plazas, entre otras, en la década de 1970, en Salzburgo bajo la mirada y la batuta de Karajan, Una inolvidable puesta en escena de Ponelle que algunos tuvimos ocasión de contemplar. Arturo Reverter
Maravillosa interprete.
Excelente despedida de Teresa. El “implacable” Reverter la manda al cielo como la reina de los cherubinos mozartianos. .