Agitador, pionero y maestro de la propaganda
CONVULSION EN EL COLISEO MADRILEÑO / GERARD MORTIER / Director artístico del Teatro Real
EL MUNDO, 27 noviembre
Agitador, pionero y maestro de la propaganda
RUBEN AMON. Corresponsal
PARIS.- La dirección del Teatro Real y las instituciones se han atenido al compromiso de fichar una figura de envergadura internacional. Gérard Mortier (Gante, 1943) es un agitador cultural de primer orden, un pionero del lenguaje operístico en boga y una estrella. Lo demuestran su ejecutoria en el Teatro de La Moneda de Bruselas (1981-1992), en el Festival de Salzburgo (1992-1999), en la Trienal del Ruhr (2202-2004) y en la Opera de París (2004-2009), aunque no puede negarse que el intendente belga se tropieza con los despachos de Madrid gracias a una carambola.
Sus planes le situaban en la New York City Opera a partir de la próxima temporada, pero la crisis financiera y el correspondiente recorte de presupuesto precipitaron una ruptura contractual el pasado mes de octubre.
Fue entonces cuando Mortier se apareció, en sentido providencialista, a los gestores del coliseo madrileño. El crecidito enfant terrible objetaba su desconocimiento del idioma y sus recelos al provincianismo de la capital española, aunque su reciclaje en el Real le ha rescatado del paro, le ha garantizado un contrato millonario y va a permitirle aterrizar en el Real con los privilegios y las prebendas de un crack en un equipo de la Intertoto.
Madrid no está en la Champions, para entendernos. Ni Mortier tampoco se encuentra en la plenitud de sus facultades ni de su omnipotencia. No por la edad, 65 años recién cumplidos, ni por la salud. Más bien porque el desencanto neoyorquino se añade al disgusto que se llevó el hombre cuando rechazaron este verano su candidatura en Bayreuth.
El traspiés wagneriano convierte el Real en una opción secundaria. No vale lo mismo tutear a Wotan en la colina sagrada que llegar en metro a la plaza de Isabel II. Es verdad que Antonio Moral ha reformado la ópera del foro y la ha relacionado con las vanguardias escénicas, pero la apuesta de Mortier, valiente y plausible, sobrentiende una relación más traumática con la audiencia madrileña. Porque al nuevo le gustan las transgresiones y el repertorio contemporáneo. Porque el nuevo detesta a Puccini, que conste. Y porque el nuevo subordina la música a la dramaturgia, sin miedo a rodearse de directores de orquesta mediocres ni a degradar la partitura.
Ha sido, es y será el punto débil de Mortier. De hecho, los mejores años de Mortier en Salzburgo se sucedieron antes de enemistarse con Abbado, Riccardo Muti, Nikolaus Harnoncourt o Riccardo Chailly.
No le gustaba a Gérard que le discutieran su egocentrismo creativo. Tampoco le ha importado nunca imponer como peaje a Sylvain Cambreling, cuyas versiones de Mozart y de Verdi llevan atormentado a los espectadores parisinos desde que se lo trajo a la capital francesa.
La misma amenaza se presenta ahora en el foso del Real, aunque Mortier recurrirá a su baraja de músicos de cámara para desarrollar el proyecto. Se habla del ruso Bychkov y del granadino Pablo Heras. Incluso se menciona sotto voce el improbable compromiso de Salonen, o de Gergiev.
De la ficción a la realidad, Gérard Mortier comparecerá en Madrid con el fiel subalterno Cambreling y se traerá a la capital a sus directores de escena incendiarios de la última resaca: Marthaler, Simmons, Warlikowski.
Es una generación de talento, pero ninguno de ellos alcanza la grandeza de los talismanes que dieron gloria a los años de Mortier en la mejor Salzburgo de los 90. Han muerto Herbert Wernicke y Gruber. Y no pueden contarse a Peter Stein ni a Luc Bondy porque, aun cuando felizmente vivos, se han enemistado con el agitador belga en una de las muchas refriegas clánicas de la endogámica familia operística.
Mortier está de vuelta y afronta el desafío de Madrid con unas limitaciones presupuestarias para él desconocidas. Tenía dinero a espuertas en Salzburgo y dispone en París de 200 millones de euros anuales.
Las posibilidades pecuniarias del Real representan una cuarta parte de semejante cifra, aunque las estrecheces pueden estimular la creatividad del nuevo director artístico. Ya se ocupará Mortier de venderse.
De hecho, las habilidades en la propaganda y en la comunicación, que no excluyen su gran talento, le han llevado a invertir la expresión francesa del savoir faire (saber hacer). Porque más que saber hacer, la especialidad de Mortier es hacer saber (faire savoir) y vanagloriarse de su genialidad.
Es la venganza del hijo del panadero de Gante. La revancha de un universitario culto, políglota, eternamente adolescente, impecablemente vestido y superdotado en el arte de la diplomacia. Que, como saben los cardenales, es el arte de rezar a Dios mientras se pacta con Mefistófeles.
Últimos comentarios