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OCNE: Lejos de la entraña poética
Sólo Mozart en este Rapto
Por Publicado el: 20/06/2016Categorías: Crítica

Aida celeste

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Herodion/Atenas. 11 y 12 junio-2016. Verdi, Aida. Costea/Bogza; di Vietri/Anile; Gabouri/Cassian; Argiris/Veccia; Safiropoulo/Amiradaki; Apostolou; Kassioumis; Velissarios. Dir. musical: Myron Michalidis/Elias Voudouris. Dir. Escena, decorados y vídeo: Enrico Castiglione. Vestuario: Sonia Cammarata.

Cuando se dispone de un espacio abierto como el Herodion de Atenas y con la seguridad de que el público responderá agotando cada día las 4.500 localidades del aforo, resulta difícil para el responsable de un teatro sustraerse a la tentación de programar Aida. Sin embargo, casi se cuentan con los dedos de una mano las ocasiones en que la Ópera Nacional Griega –GNO- ha recurrido a ese título para el privilegiado lugar. Las últimas, en 2009/2010, después de una ausencia de casi 20 años.

La razón para recuperarla ahora tiene un claro valor simbólico: si Aida fue la obra con que en 1958 inició su andadura la GNO, inaugurando el teatro Olympia que la ηα acogido hasta ahora, era justo que también Aida cerrara esta temporada, la última antes de trasladarse a su nueva sede en el Centro Cultural de la Fundación Niarchos (SNF), en el barrio de Kalithea (Bella Vista) al sur de Atenas, entre la bahía de Fáliro y Pireo, que dentro de unos días mostrará al público el arquitecto Renzo Piano, quιeν en esta monumental apuesta ha aplicado criterios ecológicos para desarrollar en una colina artificial de 170.000 metros cuadrados el que está llamado a ser emblema de la nueva ciudad. Allí, con dos salas con una capacidad de 450 y 1400 butacas, la GNO emprenderá su nueva trayectoria el próximo otoño, con un título que Myron Michailidis, su director artístico, se reserva como sorpresa.

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Las prolongadas ausencias de la popular ópera –una de las tres más programadas de Verdi en el mundo, junto a Traviata y Rigoletto– serían achacables a la conocida escasez de voces verdianas de fuste con las que cuadrar un cartel de estas características. Más difícil aun si son dos los repartos exigidos para alternar en fechas, como se ha podido ver en esta ocasión, con un marcado desequilibrio entre uno y otro. Estas líneas abarcan las representaciones de ambos elencos, correspondientes a los días 11 y 12, siendo este último el que la estrenó el día 10, y en el que merece la pena centrarse por la mayor calidad de sus intérpretes. Si exceptuamos el Amonasro de Angelo Veccia, que habría rematado a la perfección el primer cartel, encabezado por la soprano rumana Celia Costea, habitual en teatros como el Covent Garden o las óperas de Viena y Berlín, y referente en la GNO donde ha interpretado entre otros papeles en los últimos años Desdémona (Otello), Mimì (Bohème), Elvira (Don Giovanni), Margarita (Fausto) o los a los papeles titulares de Tosca o Madama Butterfly. Costea, reconocida en nuestro país con los principales premios en concursos como el Jaume Aragall, el Monserrat Caballé, el Francisco Viñas y el Julián Gayarre, une a su poderosa voz, elegante y bien controlada, la presencia y la valentía que requiere la esclava etíope que da nombre a la ópera. Junto a ella, Dario di Vietri, a pesar de su dominio de los grandes espacios, como la Arena de Verona, en su segunda noche no llegó a rozar como Radamés la línea de  Costea. Aunque con mejor calidad y presencia que Francesco Anile, di Vietri, a quien el año pasado vimos como Sansón en la Temporada ovetense, se mostró corto de recursos. Su Celeste Aida pareció no convencer ni al perro que, tras el famoso aria, ladraba quejoso desde un imponente Partenón planeando sobre las cabezas del público. También es cierto que a lo largo de la ópera fue ganando aplomo para rematar con dignidad el acto final. Junto a Costea, el milagro vocal de la noche fue, como Amneris, la mezzo rusa afincada en Francia Elena Gabouri, poseedora de valiosos recursos. Con sus potentes agudos y un deslumbrante apoyo en los graves, casi de contralto, marcó a la perfección la distancia vocal con su antagonista, algo que no ocurrió en el segundo reparto, en el que una y otra (Anda-Louise Bogza/Elena Cassian) podían llegar a confundirse. Gabouri, descubierta en 2012 tras sustituir para este mismo papel en último momento en la Arena de Verona a Dolora Zajick, demostró desde el primer momento, con proyección y fraseo poco comunes, su maestría y su dominio del personaje.

Costea y Gabouru en un ensayo

Costea y Gabouri en un ensayo

De los miembros de la casa, cabe destacar las prestaciones de Lenia Safiropoulo y Voula Amiradaki, alternando como sacerdotisas, así como el Ramfis, un tanto cansado, del bajo Tassos Apostolou. Dimitri Cassioumi, como el Rey, no pasó de monótono cameo. El coro lució con profesionalidad y buen empaque. Y la orquesta, bien organizada y con un sonido de mucha más calidad de la que se espera en este tipo de espectáulos al aire libre, pareció animarse más en la noche del 12 a las órdenes de Elias Buduris que en la anterior, con su titular, Michalidis.

Πρόβα Αΐντα Ηρώδειο - Τσέλια Κοστέα_06

Capítulo aparte merece la producción, porque a nadie se le oculta que en Aida se espera juzgar el modo en que se sirve el espectáculo. En este caso, con el concienzudo trabajo de Enrico Castiglione, los resultados dejaron a todos gratamente satisfechos. Acostumbrado a moverse en grandes espacios, Castiglione ha recuperado para su début ateniense el montaje que propuso en 2009 para su primera Aida en el Teatro siciliano de Taormina, dentro del Festival del que es máximo responsable artístico. Huyendo de las superproducciones recargadas con toda la fauna que puebla el continente africano -burros, caballos, camellos y elefantes- y apostando por la sobriedad. En ese binomio con que Zeffirelli diferenciaba su su Aidita de Buseto de su Aidona arenígera la Arena, él se decanta por la intimidad camerística que Verdi solicitaba para esta ópera, planteando la acción en un juego de simetrías capaz de contener cualquier exceso. Recurriendo complementariamente, como experto en tareas cinematográficas, a un intuitivo sistema de proyecciones. Travistiendo así, a medida y con gran inteligencia, el escenario natural grecoromano mandado construir por Herodes el Ático hace casi dos mil años, en los distintos espacios de Egipto que solicita la acción. Todo ello, potenciado por el impacto del vestuario firmado por la inseparable compañera de Castiglione en estas lides, Sonia Cammarata, forjada entre otras, en la escuela, claramente perceptible, de la oscarizada Franca Squarzapino.

Juan Antonio Llorente

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