Aida en Jerez: ensueños sonoros de Oriente
Ensueños sonoros de Oriente
No es nada fácil poner en escena la ópera Aida, pues hay que saber resolver, por una parte, la escenas de masas sin abarrotar el escenario de manera caótica; y por otra, encontrar el perfil de intimidad para lo que en realidad es esta ópera, un conflicto personal entre el querer y el deber y un clásico triángulo amoroso. Estas dificultades, sobre todo en lo tocante al componente de espectacularidad, se acrecientan en el caso de disponer de un escenario de dimensiones reducidas. En este momento es donde aflora la sabiduría teatral y la clarividencia espacial de Francisco López, que sabe sacarle partido a los pocos metros cuadrados de que dispone para situar hasta cinco niveles diferentes mediante rampas y escalones sobre los que disponer sin atosigamiento a todas las masas de las escenas triunfales. Escenografía única y limpia apoyada por proyecciones de ambientación egipcia (las ensoñaciones orientalistas de la pintura romántica como paralelo al Egipto inventado por du Locle y Verdi) que funcionaron a la perfección con el elemento añadido de la iluminación siempre con sentido dramático del propio López.
Por primera vez en el foso del Villamarta, el joven director José María Moreno dejó una estupenda impresión. Supo respirar y acompañar a los cantantes, a los que ayudó refrenando las dinámicas para no tapar a las voces (salvo algunos compases de las intervenciones de Amonasro), pero a la vez mantuvo el pulso y la tensión dramática acentuando con energía. A excepción de un preludio de sonido desangelado en los violines, el conjunto malagueño sonó toda la velada con buen empaste y calidad de sonido en todas sus secciones, destacando por su lirismo algún solo de violonchelo.
Debutaba en este papel la jerezana Maribel Ortega, con buena nota a nuestro entender. La tesitura de Aida pone al límite el registro agudo de esta soprano, que sonó metálico en algunas ocasiones, aunque hay que apuntar que conforme avanzaba la función fue encontrando una mejor colocación de ese registro y fue capaz de regular, matizar y manejar las notas superiores con soltura incluso en los pianissimi. Fue, sin duda, la mejor de la noche, con un buen fraseo verdiano e implicación expresiva que irá a más conforme se haga con el personaje en el futuro.
Ante sus carencias técnicas que le llevaban a estrangular continuamente la zona de paso y ahogar el registro superior, a la vez que a presentar un continuo bamboleo de la voz (consecuencia de defectos en el apoyo), Ferrer se refugió en un fraseo enérgico y exagerado en todos los momentos, incluso en los más íntimos, firmando una versión monocorde y plana de su personaje. Corbacho conoce bien el personaje y le sabe insuflar vida teatral, pero la voz es un continuo cambio de color, desde la zona central engolada a los agudos acornetados y nasales.
Sobrada de volumen, se creció no obstante en la escena del juicio de Radamés, colocó la voz en su sitio y anuló a todos los demás con un canto pasional de gran impacto. López fue, como pide el papel, un Amonasro contundente, de voz perfectamente proyectada y fraseo muy intencional. Bastante bien el Ramfis de Borda, si bien carente de brillo en la zona superior. Grata sorpresa resultó el estupendo Mensajero de Calvo, mientras que Rodríguez y Troncoso bastante hicieron con salir del paso sin accidentes. El Coro va en clara progresión desde que lo dirige Joan Cabero y el jueves brilló, en especial la sección masculina, muy empastada y con sonido bien definido. Un imaginativo vestuario y unas buenas coreografías cerraron una noche más de calidad en el Villamarta. Andrés Moreno Mengíbar
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