Al fin ´Moses und Aron´ en Madrid
Al fin Moses und Aron en Madrid
Pronto hará cuatro años desde que se pudo escuchar en el Teatro Real de Madrid una versión de concierto de esta ópera fundamental del siglo XX. No fue ninguna maravilla –sobre todo por la despersonalizada dirección musical de Sylvain Cambreling- , pero fue: hasta ese momento, nadie se había liado la manta a la cabeza para mostrar al público madrileño la obra (era estreno absoluto en Madrid), por diversas razones. La primera, por puro miedo a la reacción de un público maleducado, muy dado a manifestaciones de extrema pasividad ante obras de envergadura no precisamente de repertorio. Sin ir más lejos, Antonio Moral había osado abrir temporada dos años antes con una Lulu –que a mí me pareció maravillosa, pero no tanto a otros muchos- con la que vio función tras función desertar al público a la primera de cambio. La segunda razón por la que nadie había querido hasta entonces hincar el diente a semejante envenenado manjar es técnica: se necesita un coro y una orquesta de bandera –ambos-para poder abordarla; y, claro, un señor que ponga en orden todo eso, disponiendo de unos cuantos ensayos extra para poder aspirar a resultados presentables. Bien, tras unos cuantos años desde la reconversión del reconvertido, parece que ha llegado el momento de que veamos representada en Madrid la obra. ¿Es que ya tenemos lo que hay que tener que antes no teníamos? Está por ver.
A mí me parece que hay unas cuantas razones para recomendar este espectáculo, aunque en teoría haya dudas al respecto. Viene precedido de un éxito mayúsculo en París, pero los orígenes del problema para que la cosa no acabe funcionando como es debido probablemente no se hayan resuelto en su totalidad. La principal razón para mi recomendación es la propia obra; verla representada es un privilegio que desde el día de su estreno un no demasiado lejano mes de junio de 1957 no se ha podido tener muchas veces en los teatros de ópera del mundo (pues en todos los pueblos cuecen habas). ¿Por qué? Schoenberg escribe un libreto para ella tan absolutamente genial, que parece querer evadirse de los eternos problemas del género; parece que una ópera no mereciera tanto, visto lo visto hasta ese momento. Pero como después le añade la que quizá se su música sinfónica más radical desde los tiempos de su juventud, puede parecer que una mezcla así se asemeje más a un oratorio vanguardista que a una ópera propiamente. Más de un crítico –y musicólogo, lo que es peor- se ha enfangado con esta falacia, sin duda producto de la miopía, por no decir ceguera. A mi entender, Moses und Aron no es solo lo que obviamente es, una obra maestra del género operístico, sino la única ópera escrita en el siglo XX que a día de hoy puede impartir verdaderas lecciones de actualidad. El mundo entero hoy se debate entre opciones de resistencia que oscilan entre lo que es posible hacer para que todo no se vaya al garete y lo que mesías y diosecillos de todo pelaje estético dictan para que una especie de nuevo Schopenhauer resucite la periclitada idea de que para que todo cambie lo mejor es quemarlo todo y empezar de nuevo. En Moses und Aron se habla de eso; se debate entre intelecto y ´senso´; entre lo utópico y la realidad; entre el fundamento de la palabra y el valor de la imagen; entre conocimiento e ignorancia; entre religión y superchería; entre un dios posible que hay que aceptar sin ser visto y otro más relacionado con la vida y sus placeres, y, por consiguiente, mucho más que posible; de carne, de belleza, de amor, de sexo, etc. Se debate de política, parta entendernos. De la política del fundamento, la de Moisés, y la de la oportunidad, la de Aarón. Y de la lucha dialéctica entre ambas. Pero entre tanto, el pueblo, harto de promesas vanas, se echa a la calle a montar su propia orgía. ¿A qué les suena?
Pero claro, para pedir al consumidor que pague una entrada para ver una ópera hay que darle algo más que una obra, aunque como sucede con esta, sea maravillosa. Hay que darle versión; musical y escénica. Lothar Koenigs y los cantantes contratados para el evento prometen cubrir su parte con algo más que decoro. Los grupos estables del teatro han mejorado muchísimo en los últimos años, y aunque el hueso es muy duro de roer, podemos esperar mucho de ambos, coro y orquesta. Y después está el montaje de Romeo Castellucci, que viene precedido de una polémica algo estúpida. Quien esto lea seguramente sabrá ya que Castellucci sitúa en el centro de la escena del vellocino un animal de verdad, de extraordinarias dimensiones, un enorme toro de 1.500 quilos de peso. Los animalistas españoles, como es sabido más papistas que el Papa, han protestado estruendosamente pidiendo la retirada del bicho. Y Castellucci, como es lógico, ha respondido diciendo que su presencia es para él indispensable. La ecuación se plantea con pocas posibilidades de encontrar una solución que satisfaga a maestros y profesores. Pero en todo caso queda pendiente comprobar por qué el toro es indispensable para que se pueda comprender el mensaje que el director de escena va aportar a una obra en la que su texto –por una vez y sin que sirva de precedente en un espectáculo llamado ópera- lo dice todo con una suerte de hermosa precisión. Y está también por ver qué hay en esta puesta en escena más allá de lo anecdótico. Pedro González Mira
SCHOENBERG: Moses und Aron. Dohmen, Graham-Hall, Wyn-Rogers, Lozano, Pflumm, Zwarg, Hörl, Davies, Jimenez, Masllorens, Vila, etc. Coro y Orquesta del Teatro real. Director musical: Lothar Koenigs. Director de escena: Romeo Castellucci. Teatro Real, martes, 20.00. Entre 11 y 382 €. Resto de funciones: 28 de mayo; 1, 5, 9,13 y 17 de junio. Entre 11 y 214 €.
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