AL FLUIR DEL AGUA
AL FLUIR DEL AGUA
La presencia continua del agua, protagonista natural y permanente de la historia, promueve que ésta se desarrolle fluidamente, sin una sola interrupción. Por otra parte, el líquido elemento es, como se sabe y resalta Carsen, un símbolo evidente de la psique femenina, del inconsciente y de la sexualidad. Aspectos que otorgan contenido a una acción presidida por la infidelidad de Katia, un personaje complejo, que tiene algo de Mélisande y que vive en su interior una constante contradicción, alimentada por una horrenda suegra, auténtica representación de una sociedad enferma.
El agua, que lo rodea todo y lo penetra todo, espejea en una enorme piscina de muy pocos centímetros de profundidad y se constituye en la enemiga de la atribulada joven, que acaba pereciendo en ella. Un rasgo realista, como otros que definen la ópera de Janácek y que en esta producción queda transformado en un símbolo, contribuyendo a que podamos ir introduciéndonos en una tragedia que se nos ofrece transparente en sus aspectos psicológicos. Un silencioso coro griego de mujeres, trasuntos estilizados de Katia, son la personificación de féminas enamoradas de hombres de los que nunca tenían que haberse enamorado; como Katia.
Todo funcionó como un reloj, envuelto en una soberana iluminación, que creaba sombras y luces en un escenario desnudo. El reflejo de las figuraciones creó instantes de enorme y sugerente belleza, bien acompasada con un foso que poseyó una casi inédita potencia expresiva, una finura conceptual y una acentuación y matización elementales. La batuta de Belohlávek delineó frases de un lirismo encendido y atosigante y manejó las breves y fulgurantes células musicales con mano segura. Echamos en falta una mayor ferocidad rítmica en determinados momentos y quizá una mayor riqueza tímbrica.
Las voces actuaron a un nivel de gran eficiencia, empezando por Karita Mattila, a la que le va muy bien este tipo de recitado dramático, hecho de frases hipnóticas y de intensos declamados. Lo gutural del timbre y ciertas notas agudas calantes y abiertas no empañan su gran trabajo, magnífico también en el aspecto actoral. Dvorsky proyectó bien arriba y dio calor al amante. Julia Juon fue una suegra autoritaria y egoísta, algo falta de consistencia en los graves. Nos gustó Natascha Petrinsky, una Varvara de fresco timbre. Adecuados Guy de Mey como marido apocado y dominado pos su madre, Gietz como novio de Varvara y el bajo Bryjak como Dikoi. Breves y plausibles intervenciones del coro, de Moncloa, Mentxaca y Suárez.
Un espectáculo, pues, de notable calidad; una producción de la Ópera de Flandes a la que asistió, medio oculto en un palco, el futuro director artístico del Teatro, Gérard Mortier. Esperemos que durante su mandato puedan certificarse triunfos como éste. Arturo Reverter
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