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Muti, director musical de la Ópera de Roma
Por Publicado el: 26/09/2009Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Alicia de Larrocha, desde la sencillez

Alicia de Larrocha, desde la sencillez
Las desapariciones de Victoria de Los Ángeles en 2005 y ahora la de Alicia de Larrocha han dejado la música española sin dos de sus más grandes artistas. A muy contados de ellos se le ha dedicado tanto espacio en las páginas de la prensa internacional, de EEUU a Japón, como hoy a de Larrocha.
Fue una gran artista a la que la suerte acompañó en momentos claves. Tuvo suerte de nacer en una familia para quien el piano era algo natural y llevó ese don como una de sus más destacadas características. Tuvo suerte con la ayuda que le prestó Frank Marshall, alumno de Granados, a quien logró convencer de que no era demasiado niña para que le diera clases, dándose golpes con la cabeza en el suelo. De que Joaquín Turina le descubriese su mundo. Con la crítica del temido Harold Schönberg en el NYT a su debú neoyorquino… En fin, hasta de tener como agente a Breslin, el mismo de Pavarotti, quien la introdujo en la mítica DECCA, donde continuó el repertorio iniciado con Odeón e Hispavox.
Parecía fresca como una lechuga cuando salía al escenario, tocaba sin apenas mirar al público y éste notaba que la música que emanaba de aquel pequeño y frágil cuerpo era auténtica verdad. Seducía con la transparencia, con la serena devoción de sus tiempos lentos, con aquellos alegros de ritmo tan flexible, con la elegancia y, sobre todo, el equilibrio. Sus diminutas pero prodigiosas manos –un milagro en la historia del piano- conmovían.
Amó la música española y nuestros autores vivos la amaron a ella. Tocó como nadie a Albéniz, de cuyos cuadernos de “Iberia” ha dejado tres grabaciones históricas, comprendió como nadie el romanticismo de Granados, la Andalucía de Turina y Falla… y Montsalvatge y Mompou escribieron para ella algunas de sus mejores páginas pianísticas. Pero tampoco hay que olvidar sus Beethoven, Schubert o, sobre todo, Mozart.
Admiró de joven a Conchita Supervia y colaboró de mayor con Victoria de Los Ángeles, de quien estuvo muy próxima en sus últimos años. Ambas eran sencillas pero se sabían grandes. Alicia era exigente con ella y con los demás. Por eso no quiso ceder su cetro en la interpretación de “Iberia”, negándose a posar fotográficamente con quien lo pretendió. Por eso dejó en suspenso tras el descanso el último de los recitales que concedió en Madrid. Fue en los cursos de verano de El Escorial allá por el 2000 y su memoria había fallado constantemente en la primera parte. Sólo con Callas, de Los Ángeles y Caballé he sufrido tanto en una actuación.
¿Por qué no decirlo? Alicia también tuvo tardes poco afortunadas, pero quienes tuvimos la suerte de compartir las grandes faenas –valga hoy precisamente el término-, nunca podremos olvidarlas. El mundo del piano, el de la música, está de luto. Gonzalo Alonso

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