Anja Harteros al rescate de una tediosa Forza
La forza del destino (G. Verdi)
Nationaltheater de Munich. 23 Julio 2017.
Anja Harteros al rescate de una tediosa Forza
Tras la impresionante noche de música del día anterior en la Lady Macbeth de Mtsenk, era muy difícil que aquello se repitiera y, efectivamente, así ha sido. Hemos asistido a una representación un tanto tediosa de la ópera de Verdi, con una producción escénica sin atisbo de interés, una dirección musical aburrida y un reparto vocal con presencia de grandes divos, pero en el que únicamente Anja Harteros ha cubierto las expectativas previas.
La Forza del Destino es una de las óperas más irregulares de su autor. En ella hay páginas excelsas, entre las mejores que jamás escribiera, junto con otras de escasa calidad. Entre las primeras hay que destacar los espléndidos dúos de tenor y barítono, el aria de Leonora y la entrada de ésta en el convento. Entre las prescindibles están las que Verdi compuso para las escenas en las que aparecen Preziosilla y Melitone. Con estas irregularidades musicales no resulta fácil hacer triunfar esta ópera.
Hemos vuelto a ver la producción Martin Kusej, que se estrenara aquí en 2013, coincidiendo con el segundo centenario del nacimiento de Verdi. La producción pude verla hace 3 años y ahora me ha resultado tan decepcionante como entonces. Más allá de llevar la acción a tiempos modernos, lo que casa bastante mal con el libreto, no hay nada de interés en la producción, siendo particularmente pobre la dirección escénica, sobre todo en las escenas de masas. Esto se ha repetido tanto en Hornachuelos como en la escena del acto de Italia, en la que Kusej no tiene mejor ocurrencia que ofrecer una exhibición sadomasoquista, aprovechando que no sabía qué hacer con la mencionada escena, que mejor sería suprimirla para no pasar por el tormento del Rataplán. En otras producciones de Martin Kusej hay alguna idea central, aunque sea discutible, como ocurre con Rusalka o Macbeth, pero aquí no encuentro ni siquiera una idea.
La escenografía de Martin Zehetgruber ofrece dos únicos escenarios. El primero presenta un comedor en el domicilio del Marqués de Calatrava, donde la familia está cenando en una gran mesa. Prácticamente, el mismo escenario servirá para la entrada en el Monasterio. En el acto de Italia nos ofrece una especie de cueva con distintos niveles, que no se sabe bien para qué sirve, ya que la escena se desarrollan abajo, mientras que en la última escena pasamos a una especie de campo de cruces, como si Leonora se hubiera dedicado a plantarlas y regarlas durante su estancia en el monasterio. Hay un elemento que nunca falta en escena. Me refiero a la mesa, siempre presente, y que permite algunas exhibiciones gimnásticas a los cantantes. Por cierto, que en la mencionada mesa Leonora y Don Carlo di Vargas mueren, aunque sentados en sus sillas. El vestuario, traído a época moderna, de Heidi Hackl, tampoco tiene interés. Los monjes no son tales, sino más bien miembros de alguna secta, a juzgar por su atuendo. No habría venido mal algún esfuerzo por disfrazar a Leonora en Hornachuelos, ya que es patético que su hermano le mire a la cara y no la reconozca. Puestos a hablar de patetismo, lo que se lleva la palma es la presencia del cadáver del Marqués de Calatrava en toda la escena de Hornachuelos. Como dicen en Andrea Chenier: “Incredibile, ma vero”. Aparte de todo eso, abunda la salsa de tomate.
Sea por decisión de Kusej o del director musical, se ofrece la versión revisada para Milán en 1869, con algunos cortes. Se da la escena del primer duelo de Don Álvaro y Don Carlo, aunque su ubicación resulta bastante curiosa. Sorprendente hacer que Don Carlo cante el aria “urna fatale” delante del cuerpo inconsciente de Don Álvaro, en un auténtico desatino por parte de Kusej. Apenas transcurre un segundo desde que se llevan al herido e inconsciente Don Álvaro, cuando le anuncian a Don Carlo: “È salvo”. Es como si el chirurgo diagnosticara por el iris.
La dirección de Asher Fisch fue simplemente aburrida, más todavía tras la exhibición de Kirill Petrenko el día anterior. La Forza del Destino tiene suficientes problemas para triunfar como para poner un buen director en el foso. De otra manera hace agua y eso es lo que ha ocurrido aquí. La Bayerische Staatsorchester parecía una copia movida de la que nos entusiasmó con Kirill Petrenko el día anterior. Impecable, como siempre, Chor de la Bayerische Staatsoper.
El reparto vocal ofrecía un elenco de enorme atractivo, que no respondió a lo mucho que podía esperarse de tan grandes cantantes.
Jonas Kaufmann volvía a Munich tras su a mi parecer poco afortunado debut en Otello en el Covent Garden. Su actuación no estuvo a la altura que uno siempre espera de tan magnifico tenor. A mi parecer hubo bastantes precauciones por su parte y la voz no corría como otras veces, lo que también pude apreciar en Londres. Su primer acto me resultó decepcionante, mejorando en el tercero, aunque sin llegar a lo que nos ha ofrecido en este mismo personaje y en este mismo teatro. Únicamente le encontré liberado en el último acto. Tengo la impresión de que su enfermedad de hace un año no ha sido totalmente superada o bien que le ha dejado algún rastro mental que tiene todavía que superar. Entre este Don Álvaro y el que pude escucharle aquí hace 3 años, la diferencia es importante. Esperemos que las cosas vuelvan pronto a su ser.
Anja Harteros fue de nuevo una gran Leonora, sin duda la mejor de todo el reparto. Su actuación en la escena del convento rayó en la más pura perfección. El esperado momento del aria “Pace, pace” fue intachable, lo mejor de toda la noche. Es una excepcional cantante, a la altura de las más grandes de la historia de la ópera. El barítono italiano Simone Piazzola dio vida a Don Carlo di Vargas y lo hizo bien, aunque lejos de lo que ofreciera Ludovic Tezier hace 3 años. Hacía dos años que no tenía ocasión de ver en escena a Simone Piazzola y me ha sorprendido que su voz ha perdido volumen. No sé cuál puede haber sido la razón y desde luego no tiene que ver con la acústica del teatro, que en Munich no perjudica la emisión de las voces. Su actuación me resultó un tanto superficial, buscando efectismos innecesarios. Por debajo de lo esperado.
Repetía el bajo ucraniano Vitalij Kowaljow como Padre Guardiano, doblando como Marqués de Calatrava. La voz tiene calidad y homogeneidad y está bien manejada, quedando un poco corta de amplitud. De todos modos, un válido intérprete, teniendo en cuenta la falta de voces graves hoy en día.
La búlgara Nadia Krasteva volvió a ser una Preziosilla de escaso interés, si es que alguna intérprete de este personaje puede ofrecerlo. Como es habitual, hubo notas gritadas.
Ambrogio Maestri fue un adecuado Fra Melitone en escena, mientras que vocalmente volvió a vociferar en algunas ocasiones y sin necesidad.
Los personajes secundarios son aquí apenas episódicos. Trabuco fue interpretado con corrección por Matthew Grills. El Alcalde era más bien aquí un mesonero y estuvo bien servido por Christian Rieger. Heike Grötzinger fue una correcta y aquí desenfadada Curra. Bien el Chirurgo de Igor Tsarkov.
El Nationaltheater volvió a agotar las localidades una vez más. El público dedicó una triunfal acogida a los artistas, particularmente a Anja Harteros y a Jonas Kaufmann, en este orden.
La representación comenzó con 5 minutos de retraso, volviendo Munich a sus costumbres, y tuvo una duración de 3 horas y 36 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 43 minutos. Trece minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 243 euros, habiendo butacas de platea desde 143 euros. La localidad más barata con visibilidad plena costaba 67 euros. José M. Irurzun
Fotos: W. Hösl
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